nal, los poetas, los pintores, los seres cultos,
los pensadores, los sensitivos, los sedientos de ideal, los que se van
con la angustia sin remedio de una obra truncada por un medio adverso,
tenebroso, bestial y fatal y los que llegan con esperanzas redivivas, con
ímpetus tempranos, ansias nuevas y ideal eterno, aprendieran en
tu obra que condensa toda la magia espiritual del arte japonés,
cómo se descubre y se cultiva y se depura y se aquilata y se magnifica
y se inmortaliza la belleza de una patria! Cómo se hace una patria
intensa, armoniosa, sensiblemente bella y grata por el sortilegio de Arte;
que lograda esa "grande obra" de la Magia Blanca del amor, la vida espiritual
intensificada y ennoblecida, alcanza un nuevo sentido, revela una significación
flamante y por las virtudes exotéricas, plásticas y visibles
del arte, capta y emboveda al alma profana entre auras de armoniosa fragancia,
arrebátala en levitación extática, la fluidifica y
le hace presentir lo inefable.
A realizar algo de ese esoterismo
esencial, tendía el propósito ético de esta exégesis
literaria de tu obra pictórica ¡oh pintor Mago de la Nieve
y de la Lluvia, de la Noche y de la Luna!
Órfico pensamiento
plausible para ti que sabes bien aquel poema del Regente Yoshifusa, donde
un criminal sintió conmoverse sus entrañas y convirtióse
al bien, sólo por haber contemplado la fragante inocencia de un
cerezo en plena floración!
Para este libro a ti consagrado,
hubiera querido las dos virtudes que tuvo en tu patria admirable la "Ceremonia
del Té", la Cha-no-yu tan simple en apariencia y tan profunda
en resultados al ha-