cer triunfar la pureza del arte, al lograr
que se suavizara el corazón de los viejos Samurayes, y que el mismo
Taiko Hideyoshi se desciñera la armadura y, bajo las pinedas de
Kitano, congregara a quinientos nobles y guerreros para aquella magna fiesta
del té, que duró diez díaz e hizo oír a lo
lejos, como un ruido marítimo, el borbollar del agua hirviente...
Pero, he aquí ¡oh
numen del pincel florido! que sobre mi espíritu peregrino de tu
obra luminosa, caen de súbito las inesperadas tinieblas de un eclipse
y, entre esa sombra pavorosa, oigo surgir estrépitos y clamores
de implacables adversidades.
Esa tiniebla devora la armoniosa
policromía de tus paisajes y sobre esa negrura cae y se dilata un
crúor que medra y ensánchase y llena el horizonte como un crepúsculo
trágico.
Es la sangre de Abel y es
la sangre de la raza, es mi sangre derramada en tierra mía por el
bestial invasor!
A la gravitación de
catástrofes tales, no puede sustraerse el espíritu, así
sean arte y amor las alas que lo sustentan y lo elevan.
Abatido y cegado pues, por
tiniebla y pesadumbre, te escribo estas líneas ¡oh pintor
de la blanca luna y de la nieve luminosa! desde la hostería del
Tokaido, adonde llegué contigo y donde te abandonaré, hasta
que esta larga noche se disipe, esta noche llena de malos sueños
que no agotaría ni un famélico rebaño de Bakús,
esos hircos monstruosos que devoran a las pesadillas en las nocturnas selvas
de tu mitología...
Alguna vez, si Kuanon,
Nuestra Señora de las Misericordias, tiende sobre mi pluma el amparo
de