HIROSHIGUÉ
102

jaquelado del de Owari; flor pentafolia del acaudalado Señor de Kanga; cruz penada del de Gueishu o negra cruz del belicoso de Satsuma.
    Los próceres blasones timbraban desde la seda de los excelsos estandartes, hasta el hierro de los abanicos de guerra o el encarrujado y oleoso papel de las transparentes linternas; temblaban en las gualdrapas de los palafrenes de guerra refrenados por los espoliques; bordaban los recios hombros de los capitanes y se estampaban en la espalda de la servidumbre. Al rayo del sol lucían con metálicos meandros sobre los cofres guardarropa a cuestas de los portadores y hasta en las jornadas nocturnas, al claror de la luna que filtraba las altas criptomerias o al opalino fulgor de las linternas chispeaban los ilustres blasones lacados de oro sobre la negra litera del Señor!...
     A la vista de esos desfiles que tendían fierezas y esplendores a lo largo de la gran ruta litoral, el maestro Hiroshigué jubilaba. En tanto que los samurayes de la descubierta gritaban imperiosos a todo transeúnte:
    —Shita ni! (de rodillas), el paisajista absorto, por el papel desgarrado de una mampara, o al través de los finísimos transparentes de bambú, veía, como velada por las gasas del sueño, la feérica procesión itinerante. Su pincel ansioso trazaba rápidos croquis que captaban fugaces movimientos y belicosos ademanes o actitudes de imponente gravedad. Corrían los ágiles piqueros semidesnudos; seguían los portadores de lábaros, parasoles y orgullosos plaquines; trotaban los espoliques casi levantados en vilo por los rehacios bridones de joyan- 
 
 
 
 
 


 
Portada de Hiroshigué
Atrás Índice de los capítulos Adelante