JOSÉ JUAN TABLADA
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te caparazón; sucedían los capitanes caballeros, culminando sobre los de a pie con tocados semejantes a capelos cardenalicios y enfundado el descomunal mandoble en matizadas y velludas colas de tigre. Pasaban luego los cinegetas, arqueros y venableros, batidores de osos y jabalíes, ornados con despojos venatorios, junto a los halconeros que libres, cabe recias jaulas o calzados y encapirotados sobre ricos varales o manoplas de cordobán, portaban fieros gerifaltes y con ellos todos los menesteres de la cetrería.
    A la zaga, en la simple litera llamada kango, iban los mayordomos o el dignatario civil provinciano y en torno de ellos los portadores de los cofres del tesoro, de la guardarropía, de las vajillas y armamento del daimio.
    Éste seguía y su norimón, la rica litera de oro sólo usada por príncipes y cortesanas, era como el suntuoso y rutilante corazón del cortejo. Estaba cubierto de brocados magníficos con ese aspecto que tan bien notó un japonista ilustre, hablando de los trajes del antiguo régimen: "el personaje desaparece casi en su amplitud suntuosa. Parecen sostenerlo con la rigidez de sus pliegues y, cuando se mantiene inmóvil, lo envuelven en grandeza escultural y en majestad hierática."55
    Tras de una nueva escuadra de capitanes de retaguardia, seguían médicos y cocineros, pajes y albéitares, fámulos y servidumbre, parásitos y esportularios.
    Y el maestro Hiroshigué detrás del sudaré

 
 
 
 
 
 

55. Weularsse. Le Japon d'au jourd'hui. pág. 86. 

 
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