JOSÉ JUAN TABLADA
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bélico y suntuoso, del torvo y magnífico Japón feudal.

    Cada año, desde las provincias más remotas que gobernaban como barones feudales, llegaban los daimios a Yedo para rendir pleito homenaje al Shogun o Regente militar, jefe de todos ellos, quien bajo severas penas reclamaba tal acatamiento, exigiendo además que las esposas y familias de los daimios, en ausencia de éstos permaneciesen en rehenes, habitando intramuros de Yedo.

    Los desfiles principescos, prodigando pompa y boato, transitaban a lo largo del Tokaido, rindiendo jornadas en las sucesivas hosterías, y era raro el día del año en que no animara la ruta el cortejo en marcha de alguno de los 250 príncipes.
    Unos y otros rivalizaban en aparatosa magnificencia. Desde que salía del burgo provinciano, en camino hacia Yedo, el prócer con sus cohortes debía afirmar el prestigio de su grandeza con ostentación impresionante de lujo y poderío.
    Rompía la marcha una vanguardia de alabarderos cuyas armas al cabo de ástiles culminantes, protegían fundas de piel ursina. En pos de éstos, marchaban como doríforos, otros peones, sustentando lanzas ornadas en sus duros remates con trémulas garzotas blancas, y en seguida venían los portaestandartes, cuyos caprichosos y peculiares lábaros no se revelaban sino al pasar a la vera del castillo de un par en jerarquía o traspasando los fosos de la Metrópoli shiogunal. Al extremo de culminantes pértigas otros mesnaderos llevaban las cotas de armas bordadas con el blasón del daimio;
 
 
 
 
 


 
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