nesa con evangelios
serenos y aromados; aguas vírgenes y flora primaveral sobre el cruor
de las batallas, y así es justo que el misticismo popular dé por
mansión a sus mil dioses, los celestiales ámbitos de aquella
pagoda cuajada de perlas y de nácares...
Y así, desde Amaterasú, la solar princesa y Kono-hana-Sakuya-Himé,46
númenes ancestrales, hasta los posteriores, Kuanón la misericordiosa,
o Benzaiten la pródiga, deben asomar ante la ingenua fe popular,
cuando en las horas vesperales, entre la tierra oscura y el negro cielo,
ínsula argentada en piélago tenebroso, parece flotar la santa
montaña, o cuando en cielo nocturno alumbra la luna la cumbre de
hielo y sus estrías de plata y lo convierte en celestial venero
que se extiende y se desparrama en ríos de cristal!...
Así el egregio volcán es venerado y admirado; es castillo
y templo por su forma y su excelsitud, y para mejor halagar al patriotismo
que lo exalta presta a veces, en la aurora o en el crepúsculo,
la blanca seda de su cumbre al sol que surge o que se oculta, fingiendo así
empinar sobre el bastión más alto de una patria, el disco
rojo en campo blanco de su propia bandera!
O también ante las ensoñaciones místicas, para acendrar
el fervor de la fe budista, en un cielo todo negro, fosforesce el cono
de nieve, alucinando a quien lo contempla con la imagen invertida y gigantesca
de una flor de loto que suspendida por la in-