Tales fueron, sin duda, las primicias pictóricas de Hiroshigué.
Pagado su tributo a las tradiciones del taller y al gusto del público,
el desarrollo de la obra que lo atraía por irresistible vocación,
debe haber ocupado todas las fecundas horas de su vida.
Las series: Yedo meisho hiakkei (Lugares célebres de Yedo) y Fuji no hiakuzú
(36 vistas del Fuji)33
se cuentan entre sus primeras obras.
La existencia de Hiroshigué no ha de haber sido, pues, ni sedentaria,
ni confinada al taller, sino itinerante y errabunda.
Por la vasta ciudad ha de haber peregrinado, transeúnte de sus calles
y bogando sobre sus canales, desde las septentrionales riberas del Sumida
gava hasta los campos de arroz y los cupresinos boscajes de Shinagava;
desde Etamura, la triste aldea de los Parias y los huertos de cerezos de
la paradisiaca Mukoshima, cuya rósea floración primaveral
finge, al borde, fluvial arborescencia de corales hasta las barriadas de
Okubo y Kobinata por donde el sol declina, Hiroshigué divagó
de la aurora al