Tales fueron, sin duda, las primicias pictóricas de Hiroshigué.
    Pagado su tributo a las tradiciones del taller y al gusto del público, el desarrollo de la obra que lo atraía por irresistible vocación, debe haber ocupado todas las fecundas horas de su vida.
    Las series: Yedo meisho hiakkei (Lugares célebres de Yedo)   y   Fuji no hiakuzú (36 vistas del Fuji)33  se cuentan entre sus primeras obras.
   La existencia de Hiroshigué no ha de haber sido, pues, ni sedentaria, ni confinada al taller, sino itinerante y errabunda.
    Por la vasta ciudad ha de haber peregrinado, transeúnte de sus calles y bogando sobre sus canales, desde las septentrionales riberas del Sumida gava hasta los campos de arroz y los cupresinos boscajes de Shinagava; desde Etamura, la triste aldea de los Parias y los huertos de cerezos de la paradisiaca Mukoshima, cuya rósea floración primaveral finge, al borde, fluvial arborescencia de corales hasta las barriadas de Okubo y Kobinata por donde el sol declina, Hiroshigué divagó de la aurora al
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

33. Varios autores señalan como fecha de esta serie el año de 1820, el mismo en que Hiroshigué entró al taller de Toyohiro. Fuji no hiakuzú se traduce literalmente: Cien vistas del Fuji; pero la palabra hiaku significa asimismo todo un conjunto. No hay, pues, contradicción entre el título y el número de vistas que sólo llegó a 36.

 
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