crepúsculo; en las veladas de fiesta, al fulgor de fogatas y faroles; en las noches de plata
del encantado plenilunio y cuando el astro agorero y siniestro derrama
sobre pinos verdinegros y techumbres moradas la flava luz de su octante
azufroso y corroído.
Noctámbulo de la noche fantástica, peregrino del día
sonoro y luminoso no retornaba al taller sino cuando llena de impresiones
la retina y repleta la manga del haori con bocetos esquemáticos,
y anotaciones coloridas que él sólo descifraba, había
asegurado materiales suficientes para la obra eficaz y definitiva...
Entonces, en el taller luminoso, a la vera del jardín minúsculo
que compendiaba famosos panoramas, cuyo lago diminuto reproducía
en reducida escala pintorescas marinas y aspectos litorales del Nan
Hai,34 o sitios
montañeses del Tokaido, Hiroshigué pintaba...
Horas febriles y encantadas! La estridulación de las cigarras ensordecedoras
e invisibles parecía arrancar de las ramas trémulas las hojas
del erablo que se iban con el viento... A flor de agua las tortugas emergían
alargando bajo el musgoso carapacho la testa viperina, ávidas de
sol y parpadeando a sus rayos con voluptuosa beatitud...
A la hora de la siesta los zuzumé, los gorriones familiares,
bajaban de las frondas hasta las húmedas arenas del jardín;
y picando y esponjándose bebían en la cóncava piedra
del chodzu bashi.35