JOSÉ JUAN TABLADA
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    Surgieron en sus violentos desplantes, en sus ademanes paroxísticos, con máscaras de amargo rictus, de ojos extraviados y rojos estigmates; con gestos zahereños, sardónicos o truculentos; con cabellos erizados y crispadas diestras, los actores de Toyokuni, caracterizando los frenesíes de las pasiones viriles, corajes impíos, zañas protervas, venganzas implacables, bajo indumentarias a la vez preciosas y bestiales, donde un crespón arácneo rebosaba de un yelmo astado, un brocatel surgía de una armadura crustácea y un áureo cordón ceñía un borceguí de piel de oso!
    Surgieron también los actores de Sharaku, cuyo realismo cruel hirió a los mismos japoneses; faces de horror, como esos rostros vagos y descarnados que desde los antros de la noche asoma la pesadilla tras de las turbias vidrieras de los sueños... 
     Y al fin surgió el Macrocosmos y el Microcosmos de Hokusai, todo un mundo, todo un universo, lo que un ojo humano puede ver en los telescopios afocados al infinito y en los microscopios inclinados sobre la gota de agua... Y más aún, lo que no ve la simple pupila humana, lo que acaso ven los dioses, lo que sólo el Poeta mira cuando cierra los ojos... 

    Ya era entrada la noche cuando Ando Tokubei salió de la casa de Tsutaya Yuzaburo, guardando avaramente en la manga de su haori una carta de presentación para el maestro pintor Ychiriusai Toyohiro... 
    En la noche invernal, sobre la negra bóveda, lucía el Río Celestial, el Arroyo de Plata, la Vía Lác- 
 
 
 
 
 
 


 
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