JOSÉ JUAN TABLADA
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    Tokubei se inclinó profundamente... 
    —Si es así, continuó el editor sonriente, el pincel está tan bien en vuestras manos como el estandarte de la brigada...; mas si es así, debéis dejar el estandarte por el pincel... Ahora reposad, que bien lo merecéis; pero luego venid a verme, a la hora del Gallo; os aguardo en casa... 

    Al quedarse solo Tokubei, maquinalmente, todo entregado a su emoción y a sus sueños de fortuna, sacó agua del pozo, encendió el fogón bajo la tina de madera, se bañó rápidamente y luego, para dormirse cuanto antes, se metió entre las dos colchonetas de su lecho... 
    Quería confiarse al sueño para que en su góndola, negra y silenciosa, lo llevara blandamente como a una playa de oro, hasta las horas del crepúsculo que iban a realizar sus esperanzas... 
    Y aun oscilaban los cubos sobre el brocal del pozo del jardín, cuando se quedó dormido con macizo sueño de héroe, con luminoso sueño de artista en el que los Sichifukujin, los Siete Dioses de la Dicha en persona, calcaban sus dibujos, los grababan sobre el boj, entintaban sus planchas con los colores del arco iris y después, desde las celestes nubes, por miles y millones, hacían llover sus estampas sobre Yedo maravillado! 
 
 
 
 



 
 

 
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