Edmundo de Goncourt, el maestro
venerado, con su mano aristócrata y senil, de 70 años, escribió
después de enumerar las monografías que sobre arte japonés
pensó crear:
"Ahora no importa el lugar
donde la muerte interrumpa esta historia, yo habré, desde el reverso
de la cubierta de mi primer volumen, por esa simple lista de cinco pintores,
de dos lacadores, de un cincelador de hierro, de un escultor de madera,
de un escultor de marfil, de un bordador, de un ceramista, yo habré
indicado la manera y el método de relatar al Occidente, en sus diversas
y múltiples manifestaciones, el Arte del Japón, el único
país de la tierra en que el arte industrial toca siempre al gran
Arte".
Edmundo de Goncourt, después
de Outamaro, sólo alcanzó a escribir Hokusai; pero
Hiroshigué estaba en la lista de los cinco pintores.
Ahora yo, en este remoto rincón
del planeta que tal vez ni sospechó el maestro dilecto, recojo su
designio trunco y trato de realizarlo en parte, como un hijo amantísimo
cumpliría la póstuma voluntad de un padre venerado.
Con intransigente orgullo
escribo sólo para los letrados, los artistas y los espíritus
cultos y capaces de exaltarse hasta un arte superior.
Sólo para quienes fueran
dignos de penetrar sin profanación ni desacato, al silencio y a
la desnudez candorosa de uno de aquellos templos shintoístas que en las
selvas de Izumo se ocultan como relicarios de maderas vírgenes,
impolutas y balsámicas...
Y despojado de toda intención
que no sea de