en pena de repulsiva carantamaula; Kitsuné, la pérfida zorra
blanca que para mal del hombre sabe convertirse en fascinadora cortesana;
Rokuro
kubi de cuello desmesurado; Funá yurei, descarnada sirena
de los naufragios; y lémures, estrigias, larvas, duendes, gobelinos,
tenebriones, espantos y aparecidos; una verdadera ronda de aquelarre que
transforma la noche japonesa a la vera de los cementerios, o cabe la umbría
de las selvas, en un Sabbat espeluznante...
Pero también habla
la noche con la polifonía en sordina de sus coloraciones neutras,
en que los paisajes parecen velados por un crespón, o sumergidos en
profundidades submarinas, o entrevistos bajo los gruesos vidrios de un
aquarium...
cuando los colores se atenúan vibrando en un tono menor... cuando
las esmeraldas se degradan en ópalos, las piedras de la luna en
perlas grises, los diamantes en aguas marinas, los granates en corales,
los zafiros en turquesas y todo parece envuelto en la atmósfera
lunar de un astro muerto o en la gasa escarchada de lo que se sueña...
Por el mundo pictórico
de Hiroshigué, hace largos años que transito, como infatigable
peregrino; con la rama de un abeto de sus selvas, hice mi báculo;
el agua de sus lluvias traigo en el calabazo atado a la cintura; he cosido
las conchas recogidas en sus mares en la parda esclavina del romero, y
la nieve de sus crepúsculos ha caído ya sobre mis cabellos...!
Ahora, de regreso, como esos
piadosos labriegos japoneses, que retornan al cabo de largos años
a su aldea, después de cumplir la "Peregrinación