TORII 1





    Las Mil y una Noches y... los Mil y un Días podría llamarse a la obra matizada y pintoresca del paisajista japonés Ichiriusai Hiroshigué. 
    En ella como en el ciclo de los cuentos orientales, y no por milagro, pues a la fe budista todos los seres y las cosas tienen alma, habla la Nieve, como si la animara el espíritu de Yuki onna, esa Seraphita del otro mundo; esa espectral Blanca de Nieve que, enmedio de las nevascas, sorprende a los solitarios caminantes nipones... 
    Habla la lluvia, con la monotonía de un largo soliloquio o el apresurado fraseo, ya sin compás, de los anchos goterones, que después del aguacero escurren en la selva, de las hojas agobiadas... 
    Habla la luna que en el Japón, más que en país alguno, es la bien amada del Poeta; con la candorosa revelación de sus largos rayos que tantas cosas saben del más allá; con el apasionamiento y el deliquio del ototoguisú, el ruiseñor exótico, que es la voz esencial de los claros de luna... 
    Habla la Noche con sus mil espectros, Okikú que confunde sus largos cabellos junto al brocal del pozo, con las guedejas del saúz llorón; Kasané alma
 
 
 
 
 

1.  Ante mi libro este prólogo es como el pórtico sagrado ante los santuarios del shintoísmo; un pórtico semejante en su forma a la A con que firmaba sus grabados el maestro Alberto Durero.

 
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