Las Mil y una Noches y...
los Mil y un Días podría llamarse a la obra matizada y pintoresca
del paisajista japonés Ichiriusai Hiroshigué.
En ella como en el ciclo de
los cuentos orientales, y no por milagro, pues a la fe budista todos los
seres y las cosas tienen alma, habla la Nieve, como si la animara el espíritu
de Yuki onna, esa Seraphita del otro mundo; esa espectral Blanca
de Nieve que, enmedio de las nevascas, sorprende a los solitarios caminantes
nipones...
Habla la lluvia, con la monotonía
de un largo soliloquio o el apresurado fraseo, ya sin compás, de
los anchos goterones, que después del aguacero escurren en la selva,
de las hojas agobiadas...
Habla la luna que en el Japón,
más que en país alguno, es la bien amada del Poeta; con la
candorosa revelación de sus largos rayos que tantas cosas saben
del más allá; con el apasionamiento y el deliquio del ototoguisú,
el ruiseñor exótico, que es la voz esencial de los claros
de luna...
Habla la Noche con sus mil
espectros, Okikú que confunde sus largos cabellos junto al
brocal del pozo, con las guedejas del saúz llorón; Kasané
alma