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FICHA CATALOGRÁFICA
59. The Shammon.
José Juan Tablada.
Sin fecha.
Bolígrafo sobre papel cebolla.
5 7/8 x 2 5/8"
[Ext. inf. izq. marca de clip.]
NOTA
Al inicio de la crónica "Los templos de la Shiba", José Juan Tablada describe el camino que debe recorrer, a bordo de un djinrichi, para llegar a la ciudad religiosa de Shiba. Después de circular por una majestuosa avenida con árboles de altísimas frondas que forman una bóveda, relata su encuentro con el Sammon:
La calzada llena de grandeza y de misterio, no ha sido más que la prolongada obertura del gran poema religioso que comienza a deslumbrarme. Para llegar a los suntuosos templos de Shiba se necesitaba el majestuoso preludio de aquella calzada grandiosa como un himno, dolorosa como marcha fúnebre, instrumentada por cedros centenarios en cuya harmonía solemne vaga el perfume de las resinas balsámicas como una dulce y tierna melodía...Tablada vuelve a mencionar el Sammon en la siguiente crónica de la serie En el país del sol, titulada "Un entierro en el Japón" (Revista Moderna, 1ª quincena de noviembre de 1900). En ella narra su traslado a Tokio para asistir a las honras fúnebres del conde Kuroda, presidente del Consejo Privado del Emperador, invitado por un tal "Mr. L., distinguido amigo mío cuya posición le daba acceso a todas las ceremonias de la Corte". El poeta describe morosamente cómo la multitud que acompaña al cortejo fúnebre se dirije a la Shiba, cuya entrada distingue, a lo lejos, por el Sammon, la gran puerta de laca roja.
De pronto, no sé cómo, rompiendo la sombra pasada con una explosión de sangre, como un supremo grito de pasión, tras del obscuro rumor de los grandes pinos, apareció ante mis ojos el "Sammon", la gran puerta escarlata, el soberbio y gigante pórtico de la Shiba... Una inmensa techumbre imbricada y bajo ella dos grandes puertas flanqueando a la anchurosa central.
Aquella construcción de maderas balsámicas revestidas de laca roja, hace el efecto de un sangriento Arco de Triunfo; pero al elevar la vista, en vez de mirar el ágil vuelo de las Victorias o el ímpetu de las cuadrigas, se ve sólo la techumbre cuya enormidad agobia... Traspasado el dintel suntuoso sigue un patio, de baldosas orladas por el musgo y en cuyos rincones, entre follajes de coníferas brilla sordamente el bronce o la piedra de los grandes faroles funerarios. En ese mismo patio, un pequeño santuario de maderas preciosas, negra laca y bronce repujado, guarda el tesoro del templo contiguo... Para aquilatar aquellas reliquias tesaurizadas durante centurias hay que hacer frecuentes visitas y examinar cada joya con dilecta calma. Sólo así podrá admirarse la pintura de los Kano, el marfil esculpido por Eshin, los crespones de seda y los brocados de muertos emperadores y difuntas princesas; el oro macizo y repujado por los aurifabristas primitivos de ese arte milenario! Sale uno de ahí ofuscado, acallando dolorosos entusiasmos, con los ojos deslumbrados y con el tacto exasperado por la caricia de las sedas que duermen como brumas allá en el fondo de los arcones de sándalo...! [Revista Moderna, 2ª quincena de octubre de 1900, pp. 312-315].
RMS