Un loco hizo cientos
 
 
 
 

    Afirma certeramente un refrán que un loco hace tiempo; y es de tal manera activo el contagio que aun siendo el loco "sombra de sombra y sospecha de una posibilidad" como el muy sensato "Amigo Manso", de Galdós, puede inficionar con sus locuras a quien las lea relatadas. Pegajosísimas son las de don Quijote. Ya en Barcelona -cuenta Cervantes- un castellano "alzó la voz" para increparle y entre otras lindezas le dijo: "Tienes la propiedad de volver locos y mentecatos a cuantos te tratan y comunican". Si a todos, absolutamente, no, sí a muchos. Su insania ha trastocado el seso a buen número de cervantistas.

    Por supuesto, no les ha movido a enristrar una lanza y cabalgar por el campo de Montiel para desfacer entuertos. Más templadas han sido las chifladuras. Atreviéronse unos a parodiar la inimitable parodia y de vez en cuando se halla en las librerías de ocasión alguno de esos engendros, tal cierto Don Papis de Bobadilla, novela ¡en seis tomos! de don Rafael José de Crespo, editada en Zaragoza en 1829 y calificada de pesadísima y tediosa por quienes leyeron esas insípidas aventuras.

    Dieron otros en continuar la obra magna y ya que no podían resucitar al buen Alonso Quijano, imaginaron cuál pudo ser el resto de la existencia de su fiel compañero. Así, bien andando el siglo XVIII, don Jacinto María Delgado escribió Adiciones a la Historia del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en que se prosiguen los sucesos ocurridos a su escudero el famoso Sancho Panza", diz que "escritas en arábigo por Cide Hamete Benengeli y traducidas al castellano con las memorias de la vida de éste", recogidas por "Melique Zulema, autor igualmente verdadero que arábigo": Ahí se llama a Don Quijote "Quixántropo Manchego". Bien aconsejado por el Cura, Sancho toma lecciones del maestro don Aniceto. Aprende los buenos modales. El Duque le nombra Consultor de Cámara. En cortejo precedido por "filarmónica gaita", las armas de Don Quijote son llevadas a la Academia de Argamasilla y colocadas en panoplia. La prudencia y recto juicio de Sancho le dan autoridad. Sus aciertos le ganan favores. Recibe el título de barón. Finalmente, fallece bienquisto de todos, sin riesgo ya de que nadie le atribuya nuevos hechos, lucidos o menguados.

    Otros cervantistas, y no de los menores, se calentaron los cascos en averiguar quiénes pudieron ser las personas de las que tomó rasgos Cervantes para bosquejar sus personajes. Don Ramón Antequera, en su Juicio Analítico del Quijote, escrito en Argamasilla de Alba y publicado en 1863, trató de demostrar que varios de los que aparecen en la admirable novela fueron vecinos de aquel lugar, a quienes el insigne alcalaíno conoció; y quiso identificar a Dulcinea con doña Ana Martínez Zarco de Morales, hidalgüela de Toboso. Se ha creído ver el modelo de Don Quijote en Alonso de Quijano, pariente de la esposa de Cervantes, en don Martín de Quijada, Contador de las Galeras Reales, en don Rodrigo Pacheco, de cuya locura guardó noticia para la posteridad un cuadro existente en la iglesia de Argamasilla, inclusive en el Emperador Carlos V y en el propio Cervantes.

    El doctor don Feliciano Ortego y Aguirrebeña publicó en Palencia, en 1883, La restauración del Quijote, volumen de más de ochocientas páginas descrito como "Estudio comparativo de varias ediciones y sus respectivas notas con un ejemplar de la de 1605, impresa por Juan de la Cuesta, que contiene anotaciones, acotaciones y correcciones de puño y letra de Cervantes en los márgenes y cuerpo de la impresión". Contra viento y marea sostuvo su creencia, y hubo de retorcer indeciblemente el ingenio para explicar cómo se concatenaba el final de una página con el principio de otra, entre las cuales faltaban dos hojas, que él creía reiteradas y suprimidas por el escrupuloso autor. Nadie pudo convencerle de que la caligrafía de las apostillas era del siglo XVIII. Menéndez Pelayo, que vio el ejemplar, opinó como a su vastísimo saber correspondía, y el obcecado señor Ortego arremetió en su libro contra él "por no haber sabido conocer tan rica joya".

    Sorprendente en grado sumo fue la ocurrencia de don Atanasio Rivero, que un tercio de siglo después se dio a la increíble tarea de componer en anagramas el texto del Quijote y redactar así unas supuestas Memorias maravillosas de Cervantes, según las cuales Gabriel Leonardo de Albión -hijo de Lupercio Leonardo de Argensola- y el dramaturgo Antonio de Mira de Mescua fueron el falso Avellaneda. "Con igual cifra -dice don Francisco A. de Icaza en su deleitoso libro titulado Supercherías y errores cervantinos- suponía elaborado el Quijote de Avellaneda". Tremenda alharaca armó la cacareada "traza del Quijote", como la llamó Rivero. Los ignaros agasajaron al "descubridor" con un banquete. Los doctos lo asaetearon con objeciones. Y en su estudio denominado "El apócrifo secreto de Cervantes" don Francisco Rodríguez Marín deshizo la engañifa con unos cuantos papirotazos.

    Aquí habría que incluir tal vez a quienes, peritos en alguna disciplina en papeles cuanto acerca de ella se lee en el Quijote y sacaron a luz obritas entretenidas e inocentes que presentan a Cervantes como viajero, geógrafo, marino, economista, filósofo, fisiólogo, psiquiatra, inventor, músico, pedagogo, jurisperito, administrador militar, ¡inclusive teólogo! Mucho se ha bromeado acerca de esto, y se aparenta creer que son inmunerables esas complicaciones, cuya acumulación haría omniscente al bien llamado "regocijo de las Musas". En realidad, son pocas y de corta importancia: librillos, folletos, artículos. Sería injusto ver en ellas más de lo que sus autores quisieron poner: trocitos de erudición aderezados con salsa de elogios.

    Por curioso que sea todo ello, sólo cabe mencionarlo de pasada porque a otro blanco van estos tiros: a la nutrida caterva de intérpretes que cayeron en la manía de ver como "tratado cabalístico de recóndita filosofía" el que es "mero libro de entretenimiento", según dijo Rodríguez Marín, y dieron de su significado interpretaciones delirantes.

    "Esto del oculto sentido del Quijote" -apuntaba en 1900 don Eduardo Benot en su prólogo al libro Cervantes y su Época, de don Ramón León Máinez- se sostenía ya por un contemporáneo del mismo Cervantes, don Manuel de Faria y Sousa", comentarista de Os Lusíadas. Y agregaba que el hecho de haber puesto en La Galatea, bajo seudónimo, a muchos de sus amigos, dio pie a la creencia de que en el Quijote obró de igual manera.

    Por los misteriosos recovecos del "esoterismo" nos entraremos en ulterior artículo, y se verá hasta qué incurables extremos de insensatez condujo a varios eruditos la contagiosa locura de Don Quijote.
 
 
 

Mayo de 1955
 

 


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