Don Rodrigo da qué hablar
 
 
 
 

    No cabe afirmar que la celebridad de don Rodrigo Pacheco sea de las más brillantes, pero es innegable que su nombre, al cabo de tres siglos y medio, perdura al punto de llegar a las plantas de los diarios donde, con mayores o menores añadidos de los cablistas, se dan a conocer los sucesos mundiales, la vibrante "actualidad".

    A principios del pasado mes de septiembre don Rodrigo dio de que hablar. Un telegrama divulgó urbi et orbi la noticia del hallazgo de su testamento. Gran noticia en verdad, por cuanto deja esperar -leve, remota esperanza- que un hilillo de luz ilumine uno de los muchos enigmas a que el género humano se enfrenta. No es de los propios de su condición, de aquellos sin número que el poeta resumió en dos versos prosaicos, pero admirables: "Y no saber a dónde vamos; ¡Ni de dónde venimos...! No; es un modesto enigma. Helo aquí: ¿fue Don Rodrigo Pacheco el modelo vivo de Don Quijote?"

    Por supuesto, muchos más importantes problemas hay en el mundo, y de más urgente solución; pero ése atosiga y carcome a un número crecido, aunque indeterminado, de investigadores que se queman las pestañas en interminables lecturas y consumen la vida en la empresa de esclarecer el misterio de la creación literaria. Sin duda, obra tan impregnada de realidad como lo es el Quijote ha de tener profundas raíces en ella. Ciertos episodios, tal el del cautivo, y algunos párrafos del discurso de las armas y las letras, los aclara la biografía de Cervantes: en ellos puso su dolorosa experiencia. Y no es aventurado suponer que buena parte de los 607 hombres y 62 mujeres que bullen en la incomparable novela pasaron más o menos fielmente de la realidad a la ficción. No mencionaremos a la docena y media de personas en quienes los cervantistas han creído ver el modelo vivo de Don quijote; a don Rodrigo Pacheco nos atendremos, pues en los estrechos límites de este artículo nadie más cabe.

    A lo que parece, la tradición a él atañedera es antigua, aunque no trascendió hasta que don ramón Antequera le dio acogida en su libro intitulado Juicio analítico del Quijote, escrito en Argamasilla de Alba. Se imprimió en Madrid, en 1863. La segunda mitad del título es anfibológica: corresponde al hecho de haber escrito Antequera esas 433 páginas in 4° en aquel "lugar de la Mancha", y a la leyenda -que él trata de hacer pasar por verdad- de haber escrito Cervantes el Quijote en la casa de Medrano, donde se creía que estuvo preso. Ese infundio ha sido disipado por la revelación documental: en tiempos de Cervantes no había cárcel en Argamasilla y los delincuentes eran llevados a la de Alcázar de san Juan, cabeza del partido judicial.

    Antequera procura demostrar, además, "que todos los personajes que figuran en la novela existieron realmente y fueron vecinos y naturales de la expresada población manchega". El protagonista "es el fiel retrato de don Rodrigo Pacheco de Quijana, noble y acomodado hidalgo de Argamasilla, que abrigaba resentimiento con Cervantes, nacidos de los amores que tuvo éste con su hermana, y que, habiendo perdido el juicio, le hizo llevar a la cárcel". Da esas muestras de la fantasía antequerana don Gabriel-Martín del río y rico en su Catálogo bibliográfico de la Sección de Cervantes de la Biblioteca Nacional, infolio de 938 páginas publicado en Madrid en 1930. Antequera -añade al bibliógrafo- descubrió "en la capilla familiar, mandada edificar por don Rodrigo en los años de 1600 a 1606", un retablo, uno de esos cuadritos con que el agradecimiento y la devoción atestiguan un milagro. Es obra de pintor anónimo. En él está retratado el hidalgo argamasillero.

    Astrana Marín, en el Cortejo de Minerva, califica el libraco de Antequera como "de sana intención, pero no poco desaliñado y fantástico". En El cachetero del Buscapié, colección de artículos y estudios compuestos por don Cayetano Alberto de la Barquera y Leiredo desde 1843 hasta 1866, figura asimismo la tradición argamasillesca. Del arraigo ella da testimonio Azorín en su delicioso libro La ruta de Don Quijote, publicado en 1905, y lo corrobora el escritor chileno Augusto D'Halmar en La Mancha de Don Quijote, pues repitió el recorrido de Azorín veintidós años después. D'Halmar describe así al retablo: "Y he aquí que surge de la sombra, viniendo de abajo como la luz, la forma escuálida de un hidalgo. Poco a poco distinguimos sus facciones, sus manos juntas en oración, su gola, su enlutada ropilla, y la parte baja de los gregüescos, las calzas y los zapatos con hebillas, porque postrado está ante algo que aún no sale de la penumbra y que sólo alzando la vela a todo cuanto alarga el brazo vemos: es la imagen de la patrona de Esquivias. Apenas si la advertimos, y tornamos a enfocar las facciones de esas que dan algunos por efigie de Don Quijote". El cuadro, dice, "tiene todo el sello de esa época que se conoce en la pintura española con el nombre de estilo del Greco"; y añade: "es como una lámpara este rostro esmaciado". No se busque tal voz en el diccionario: es la adaptación de émacié, palabra francesa que vale por "enflaquecido, demacrado".

    Azorín da otros pormenores: "En la iglesia de Argamasilla puede verse un lienzo patinoso, desconchado; en él, a la luz de un cirio que ilumina la sombría capilla, se distinguen unos ojos hundidos, espirituales, dolorosos, y una frente ancha, pensativa, y unos labios finos, sensuales, y una barba rubia, espesa, acabada en una punta aguda. Y debajo, en el lienzo, leemos que esta pintura es un voto que el caballero hizo a la virgen". Azorín sólo transcribe la frase final, la más "quijotesca" del texto. Éste, transcrito por D'Halmar, reza así: "Apareció nuestra señora a este caballero, estando malo de una enfermedad gravísima, desamparado de los médicos, en víspera de San Mateo año MDC. Y encomendándose a ésta y prometiéndole una lámpara de plata, llamándola de día y de noche de gran dolor que tenía en el cerebro de una gran frialdad que se le cuajó dentro".
 
    En alguna otra descripción del retablo hemos leído que acompaña a Pacheco su sobrina, Acaso fue ella quien encargó la pintura.

    Por supuesto, se ha objetado la leyenda. Don Manuel Cervantes Peredo, en el artículo intitulado El sentido oculto, que en diciembre de 1871 dio a la Crónica de los cervantistas, periódico gaditano, rehusaba admitir que Cervantes censurase a don Rodrigo Pacheco, ni a otros personajes que algunos comentaristas pretendan ver donosamente simbolizados en la magna obra. Don Andrés Ovejero, en una conferencia sustentada en 1905 en el Ateneo de Madrid, que la imprimió, exclama: "¿Cómo ha de ser Don Quijote aquel don Rodrigo Pacheco, natural de Argamasilla?" Rechaza asimismo la suposición de que otros hidalgos hayan sido modelos para la creación sin par, y concluye con una afirmación no menos rechazable: "Don Quijote era Cervantes". La misma peregrina ocurrencia había tenido medio siglo antes de don Nicolás Díaz de Benjumea, docto aunque avenado cervantista.

    A la manera como un rayo de sol arranca destellos a un pedacito de vidrio, la gloria de Cervantes saca de la obscuridad la "esmaciada" figura del doliente don Rodrigo.
 
 

Octubre de 1961

 
 
 

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