Cripta poemas de Jaime Torres Bodet
 
 
 
 

    Hay libros de los que se debe hablar apenas publicados, antes de que desaparezca el polvillo dorado de la novedad, que es su mérito principal si no único. Pero hay otros de los que hablar con la premura que la mera actualidad impone es traicionarlos, porque su valor es intrínseco y, por ende perdurable; siempre serán de actualidad.

    De ellos es Cripta, donde reúne don Jaime Torres Bodet treinta y seis poemas, en bella edición aparecida con el pie de imprenta de "Cultura".

    Una sola palabra es el título de cada poema, brevedad que casa bien con la de éstos.

    No había publicado libro alguno de versos el autor después de Destierro, en 1930. Marcó esa obra una variante en su "manera". El título expresa alejamiento de lo terrenal, la entrada al mundo onírico, la vida del espíritu por sobre las contingencias de lo material. Pudo tomarse como muestra de la nueva orientación del poeta, como un cambio de ruta. Pero él buscó en la novela otras formas de expresión para su gusto refinadísimo, su sensibilidad exquisita, su riqueza de imágenes. Cinco novelas dio, que figuran entre las más bellas de la literatura mexicana.

    En oposición a aquel vuelo, a aquel destierro, el nuevo libro de Torres Bodet, Cripta, indica "enterramientos"; no, por supuesto en el sentido material de inhumación, sino en el que expresa el epígrafe, que es un verso de Quevedo: "Menos me hospeda el cuerpo que me entierra..."

    Con este libro regresa Torres Bodet a formas clásicas de expresión de la poesía, después de haber demostrado su cabal dominio de las más modernas. Pero retorna a un clasicismo de nuestro tiempo, esto es, a una forma actual de expresión clásica - vino nuevo en ánfora antigua - en reacción contra el verbalismo y la externa brillantez, contra el "garcía-lorquismo" y el "nerudismo" en que la moda va confinando a la poesía. La forma puede parecer obscura al primer contacto, mas se aclara y deja penetrar, si la atención la aborda con propósito comprensivo: dura corteza resguarda la gustosa almendra, y hay que saber mondarla, esto es, hacer omisión de los nexos que en el discurso lógico estamos habituados a ver, y entrar al espíritu necesariamente elíptico de la poesía.

    Por lo demás, esto de entender o no un poema es cuestión de receptibilidad. A veces se afina nuestra sensibilidad - por qué razones fisiológicas y psicológicas lo ignoro - y es capaz de recibir la emoción que el poeta expresó y le transmite. No ha de olvidarse que la poesía tiene un "clima" que le es propio. Todo en ella es más elíptico, más despejado que en lo cotidiano. Se nutre de la esencia de las cosas. Se mueve en cumbres, de cima en cima. No todos los seres humanos son capaces de subir hasta ella, sea con el vuelo que es connatural del poeta, sea con la lenta y obstinada ascensión de la cultura, del conocimiento de las reglas y técnicas peculiares de la poesía. Comprensión que tiene un substrato, indispensable, de intuición: comprender una poesía implica, en parte, adivinar su sentido más oculto.

    Obra de arte es Cripta en la más estricta acepción del concepto: poema, la obra por excelencia, expresado en su etimología, de poiein, en griego hacer. Nada hay en los poemas de Cripta dejado al azar, nada arbitrario tampoco. Su espontaneidad se amolda a la forma perfecta. El arte sólo ha tenido que encauzar, que guiar el brote natural, lo que la sensibilidad creaba. Maridaje perfecto de ésta y de la inteligencia.

    La forma es depuradísima. La metáfora no se yuxtapone como adorno, sino que se incorpora al poema, se hace carne, materia de él. Así en la moderna arquitectura se han suprimido mascarones y guirnaldas, medallones y grecas, que la arquitectura prodigaba antaño sobre los planos de un edificio sin otro propósito que el romper su desnudez, el de "adornarlo". La metáfora suele ser cosa postiza, adorno verbal que no responde a una necesidad íntima esencial. Ayuda a veces a expresar lo que el poeta siente y que es inefable en términos directos. Lo radiografía, o lo alumbra al soslayo. Otras tiene su fin en sí: el poeta se enardece con ellas, se exalta y embriaga; la música verbal, la riqueza de imágenes, se vuelven inmediata razón de ser. En Cripta está la metáfora íntimamente ligada al pensamiento, es su forma de expresión.

    El acento del libro es grave, mas no se veda a veces la sonrisa. Su sentido de lo terreno arraiga en naturales realidades, pero se expone en imágenes y conceptos no siempre cercanos a la realidad cotidiana, a ras del suelo. Porque real es la cumbre de elevado monte, y no todos quienes intentan la subida son capaces de alcanzarla. Realidad, más realidad superior. Así - juguemos del vocablo - Cripta no es críptico.

    La sobriedad y limpidez de esta poesía pueden engañar. Al lector superficial podría parecerle fría, cerebral. Es honda, intensa, rica en sugerencia y en vibración. Es, en la más cabal acepción de la palabra, Poesía.
 
 
 

1937
 
 
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