Trayectoria de José Juan Tablada
 
 
 
 

La característica más notoria de la obra de José Juan Tablada es la diversidad de sus manifestaciones, que movió a Ramón López Velarde a clasificarlo, en 1918, como el artista más completo de México. Es paralela esa diversidad a la propia del tiempo en que el poeta le ocupo en suerte vivir. Su obra es índice de maneras de sentir y de expresar lo sentido, condicionadas por los muchos factores que componían el "ambiente" de su época. Antes de 1900 escribía poemas "fin de siglo", como después de la Primera Guerra Mundial compuso poemas ajustados al espíritu de la postguerra. Pero hay más: "Todo depende -dijo en una carta publicada en 1919 en la revista mexicana Álbum Salón-, del concepto que se tenga del arte. Hay quien lo cree estático y definitivo; yo lo creo perpetuo movimiento y en continua evolución como los astros y como las células de nuestro cuerpo mismo. La vida universal puede sintetizarse en una sola palabra: movimiento. El arte moderno está en marcha, y dentro de él la obra personal lo ésta también sobre sí misma como planeta, y alrededor del sol". Estas frases, principalmente la que subrayamos, dan el secreto de aquella diversidad. La palabra justa para definirlo sería "universalidad", en el sentido que el verso de Terencio resume: "Hombre soy, y nada me es extraño de cuanto a la Humanidad concierne",

    Entre los varios signos que revelaban el espíritu "universal" de Tablada, uno de los más perceptibles era su vastisíma cultura. Usando sus propios términos, diríamos que no era la que connota el conocimiento de cosas que no valen la pena de saberse, sino la profunda noción de las bellas obras y de los nexos existentes entre las múltiples manifestaciones del arte. Hemos visto algunos cuadernos en los que recogió notas de sus estudios sobre arqueología egipcia, jeroglíficos aztecas e ideogramas chinos y japoneses. Ilustró sus trabajos sobre micología con acuarelas, copiando del natural hongos de todas las especies; por la figura de los matices alguna de esas pinturas mereció el elogio de Diego Rivera, escrito en una esquina de papel. La micología ocupó a Tablada tanto por el interés de conocer bien aquellas variadas formas de la vida vegetal, cuanto por el placer de copiar con fidelidad sus delicados colores, aparte la convicción de que el cultivo de las setas comestibles podría ser una fuente de ingresos para la agricultura mexicana.

    Basten esos ejemplos, que podrían multiplicarse. En la sabiduría antigua, conocer exactamente el nombre de cada cosa o de cada ser permitía tener sobre ellos dominio mágico. Así, podría decirse, "ese heroísmo de todos los días que se llama cultura" -la frase es suya- denotaba en Tablada el deseo de conocerlo todo, manera indirecta de poseerlo todo.

    Otra manifestación de "universalidad" era que su ansia de fuga de lo cotidiano, común a todos los poetas, se hacía movimiento, acción, como en Rimbaud, en quien fue tan característica que por alusión a su nombre se le ha llamado en Francia rimbaldisme. El poeta dominó, la vivió con intensidad. Pero su certero buen gusto lo alejó del tipo frecuente y paradójico censurado por Oscar Wilde: el artista que en su persona y costumbres muestra una desconcertante diferencia con el refinamiento de su obra. Parafraseando al escritor irlandés diríamos que Tablada puso indistintamente su talento en sus libros y en su vida.

    Esa "universalidad" produjo en su obra aparentes soluciones de continuidad que hicieron gritar "¡Renovación!" a la crítica. La causa de tal sugestión colectiva es, al parecer, esta: muchos artistas permanecen fieles a la modalidad que les dio éxito, circunscrita por las características generales de su época; más, para Tablada, perfeccionar indefinidamente una "manera" habría significado sacrificar otras formas de expresión, limitarse; es decir, negar la esencia del arte tal como él lo concebía. No hubiera podido hacerlo: habría dejado de ser Tablada. Hablar de "renovación" como en su tiempo se dijo era desconocer o empequeñecer aquel admirable impulso, porque sólo se renueva lo viejo o lo gastado.

    Una revista, necesariamente breve y defectuosa, de la obra de Tablada, indicará a la par la universalidad de su espíritu y su actividad de innovador.

    Nacido en la ciudad de México el 3 de abril de 1871,comenzó su carrera literaria a los diecinueve años, publicando en El Universal de Reyes Spíndola crónicas dominicales intituladas Rostros y máscaras -estampas, varias de ellas, de la vida mexicana-, y poemas donde ya se revelaba como artífice del verso. También apuntaba entonces su interés por el Japón: con el título de Arte japonés tradujo en aquel diario, número del 5 de julio de 1891, unos párrafos de Edmundo de Goncourt sobre la interpretación de los monstruos por los artistas japoneses. Asimismo se manifestaba su inclinación cosmopolita: dos semanas después apareció en el periódico su traducción de Gentleman, de Richepin.

    Por su acerbo sensualismo y sus evocaciones de "misas negras" bajo la influencia de Huysmans, las poesías de juventud de Tablada, reunidas en 1899 en el inmarcesible Florilegio, son, ya se dijo "muy fin de siglo"; y por sus refinamientos de forma son de perdurable actualidad. La japonofilia del escritor se afirmó con un viaje, de julio a octubre de 1900, al lejano archipiélago. El periodismo de combate, del cual quedan por legado sus secretos Tiros al blanco, los poemas del Bestiario piadoso, en partes insertos más tarde en La Feria; sus colaboraciones en la Revista Moderna y en El Mundo Ilustrado, y después en El Imparcial y en Revista de Revistas; pacientísimas buscas en archivos a fin de documentar su novela La nao de China; sus estudios críticos, a los que es preciso acudir para tener sobre los escritores de principios de este siglo el juicio sintético que los define; el Diario de un artista, ramo, cabría llamarlo, de las cotidianas flores de su jardín espiritual; en fin, un viaje a Francia, del otoño de 1911 a la primavera de 1912, llenaron los años que precedieron a la aparición, en 1914, de su monografía sobre Hiroshigué, obra de erudición segura y de gusto refinado que realiza para "el pintor de la nieve y de la lluvia, de la noche y de la luna" lo que Edmundo de Goncourt hizo para Utamaro y Hokusai.

    No hay para qué mencionar los malaventurados contactos del poeta con la política; pero los sucesos que se precipitaron a partir del desembarco en Veracruz de los norteamericanos, en abril de 1914, lo decidieron a emigrar a Nueva York. La mayor parte de sus obras inéditas -entre ellas La nao de China y varias composiciones del Bestiario piadoso- pereció en el saqueo de su casa de Coyoacán y la destrucción de su biblioteca por otros Omares. Mas a su regreso a México, en 1918, trajo un hermoso libro de poemas prologado por Leopoldo Lugones: Al Sol y bajo la Luna, nuncio de su nueva orientación

    Appleton edito poco después En el País del Sol, glosario de su viaje al Japón; Bouret, Los días y las noches de París, las deliciosas crónicas publicadas en Revista de Revistas durante el viaje del poeta a Francia. Tablada descubrió una nueva faceta de su espíritu universal y salió a Colombia y Venezuela como Secretario de la Legación de México. De Caracas llegó un libro de arte exquisito, con ilustraciones del autor: Un día..., poemas sintéticos a la manera de los jaicais japoneses, que conoció tres lustros antes y que él reveló en castellano, como lo hicieron en Francia el erudito Paul Louis Couchoud con su libro Poetas y Sabios de Asia y mi docto maestro de la Soborna, M. Michel Revon, con su Antología de la literatura japonesa; y, en los países de habla inglesa, Sir Basil Chamberlain y W. G. Aston. Si Tablada no tuviese otros laureles, bastaríale el de haber enriquecido la lírica de lengua castellana con esa nueva forma de expresión poética. La crítica, que jamás había oído hablar de jaicais, divagó, y "la palingenesia de José Juan Tablada" se volvió clisé. En el prólogo al Jarro de flores, su segundo libro de jaicais, editado en Nueva York dos años después, el poeta hubo de precisar claramente su aportación, cuya importancia quedó manifiesta con la obra del grupo de jaiyines -poetas del jaicai- que adoptaron la nueva forma lírica. En Caracas también editó su conferencia Artes Plásticas Mexicanas y el hermosos libro Li-Po y otros poemas "ideográficos", paralelo a los Calligrammes de Guillaume Apollinaire. Igual que en otros casos, hay ahí una coincidencia, debida a que ciertas ideas, ciertas tendencias, están como disueltas en el ambiente propio de una época; aunque el libro de Apollinaire es de 1918 y el de Tablada de 1920, los primeros "madrigales ideográficos" de nuestro compatriota habían sido escritos en 1911, en tanto que los caligramas de Apollinaire son coetáneos de la llamada Gran Guerra Mundial, la de 1914-1918.

    En Bogotá y en Caracas, más que Secretario de Legación fue agregado Cultural: su celebridad como poeta atrajo a escritores y artistas; en la prensa de ambas capitales escribió muchos artículos acerca de México y dio a conocer los méritos de los escritores mexicanos de entonces. Tan cordiales vínculos de amistad ligó, que cuando se le destinó a la legación en quito medio centenar de intelectuales venezolanos solicitó del Presidente Carranza que Tablada continuase en Caracas. Peticiones de ese género rara vez tienen éxito: Tablada, que resentía los efectos de la altitud -la de Bogotá es de 2, 625 metros y el poeta hubo de instalarse en La Esperanza, localidad menos elevada-, previó los efectos que en su organismo podrían causar los 2, 827 metros de altitud de Quito, y dimitió el empleo diplomático. Su renuncia fue aceptada. Pasó algunos días en México y se trasladó a Nueva York, donde fundó la Librería de los Latinos. Poco tiempo después la traspasó para consagrarse plenamente a su labor periodística y de propagandista de lo mexicano. Dio a conocer en los Estados Unidos la verdad acerca de México, ayudó a modificar el errado concepto que los excesos de la guerra civil habían hecho nacer, y atrajo la atención sobre los nuevos artistas mexicanos.

    Durante su viaje a la Patria en 1922-23, los poemas de su libro en preparación Intersecciones revelaron una nueva modalidad lírica, acogida con sorpresa y aplauso. Estudiantes y jóvenes escritores lo agasajaron con un homenaje público el 21 de febrero de 1923, aclamándolo como "poeta representativo de la juventud". En otro viaje hecho en la primavera de 1924, el artista de la perenne inquietud trajo a México los frutos que en su arte maduró "el despertar espiritualista" contemporáneo. Ese mismo año apareció La resurrección de los ídolos, novela donde cada personaje simboliza una forma del amor, desde la sensual hasta la más altamente espiritual.

    Lo ocuparon después sus Memorias, publicadas en El Universal, de las que el primer tomo fue editado en 1937 con el título de La feria de la vida; La Babilonia de hierro, espejo de la vida neoyorkina, obra que dificultades editoriales dejaron en proyecto; y una abundantísima labor periodística, valiosa por la sólida cultura que la informa y amenísima por la claridad del espíritu que la anima y la brillantez del estilo.

    Otras manifestaciones de su "universalidad" hay que omitir en gracia a la brevedad, desde el paso por el Colegio Militar de Chapultepec, en su adolescencia, hasta sus poemas en inglés o en francés, algunos de estos últimos, como La Croix du Sud, puestos en música por Edgar Varèse.

    Haber residido largos años en el extranjero y seguir siendo intensamente mexicano, sin sombra de descastamiento, no fue la menor característica de Tablada. Salvo uno de tema japonés, sus artículos en inglés llevan en el título los vocablos México o Mexican. Y precisamente en Nueva York escribió su Historia del arte en México, aquí publicada en 1927, su libro inconcluso acerca del gran arquitecto Francisco Eduardo Tresguerras, y buena parte de La Feria, salido de prensas en 1928, que vibra con el intenso colorido de lo popular mexicano.

    De los siete postreros años de su vida pasó uno en nuestra capital y el resto en Cuernavaca, ello a causa de la latitud. Escribió artículos intitulados México de día y de noche. Engarzó en ágil y amena prosa muchos de sus más célebres epigramas -mondados de aristas los más hirientes- y, con la añadidura de varios artículos alacres, escritos en Nueva York sobre temas mexicanos, dio en 1944 su último libro: Del humorismo a la carcajada.

    Transtornos cardíacos le obligaron a trasladarse a Nueva York con el cargo de Vicecónsul, a fines de la primavera de 1945. Allí un infarto del miocardio puso fin a su vida, el 2 de agosto siguiente. Pasado un año del fallecimiento, la Academia Mexicana Correspondiente de la Española -de la que Tablada era miembro desde 1928-, a moción del Lic. Alejandro Quijano, su eminente director, obtuvo que los restos fuesen traídos a México. El Presidente Ávila Camacho acordó su inhumación en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Así se hizo el 5 de noviembre de 1946, tras de haber sido velados en la Secretaria de Relaciones Exteriores. Pronunció la oración fúnebre el Secretario de Educación Pública, don Jaime Torres Bodet.

    Tales son, apenas esbozadas, algunas de las actividades en las que derivó su inquietud y su dinamismo este artista, uno de los más refinados que haya tenido México. Ellas demuestran su "universalidad". En el Preliminar de la antología intitulada Los mejores poemas de José Juan Tablada, aparecida en 1943, tratamos de mostrar, aunque de modo sumarísimo, cómo esa "universalidad" no vedada la fidelidad del poeta para consigo mismo; cómo el nexo de su fuerte personalidad une sus primeras obras con las más recientes; cómo éstas arraigan en aquéllas y, a la luz de la nueva expresión del mismo sentimiento, les prestan nuevo sentido.

    Hoy la poesía sigue otros caminos, mas para el crítico es evidente que Tablada abrió la brecha en el breñal y dio los primeros pasos por terrenos antes no hollados. El Modernismo, flor de una sociedad estratificada, acabó al desmoronarse ésta bajo la arrasadora conmoción de la que surgió más tarde el México nuevo. En Europa la terrible sacudida de la primera Guerra Mundial trajo la victoria del "Espíritu nuevo" en el arte: todo dejó de ser como era antes. Entre nosotros, Tablada fue el primero en percibir la importancia y las posibilidades de las nuevas corrientes artísticas, su mérito es haberlas sentido "a la mexicana", no imitando, sino asimilándose cuanto ellas era esencial y usando esos medios y recursos para expresar lo que no es propio y característico. Con ellos hizo poesía mexicana.
 

 


 Índice Home