Sor Juana y "las esferas"
 
 
 
 

La divulgación de la verdad suele ser tan difícil como su descubrimiento. A menudo, la fe en el falible testimonio de los sentidos se opone tenazmente a las inducciones y deducciones de la razón, falible asimismo, aunque en mucho menor grado. Sabemos, por ejemplo, que la tierra gira alrededor del sol, pero durante milenios las apariencias hicieron creer lo contrario, y el paso del error a la certidumbre no fue expedito ni rápido. Todavía en 1653 Juan Bautista Riccioli publicaba en Bolonia su Nuevo Almagesto con el fin de combatir el sistema de Copérnico, cuya obra fundamental, escrita en latín y editada en Nuremberg en 1543. De las revoluciones de los orbes celestes, iba ya en la cuarta reimpresión, salida a la luz en Amsterdam en 1641. Riccioli -enseñan las enciclopedias- amontonó contra el sistema copernicano todos los argumentos imaginables, si bien admitía que, como hipótesis, es el más sencillo y el mejor ideado: "Jamás se han admirado -escribía- ni se admirarán bastante el genio, la profundidad y la sagacidad de Copérnico"; tras de lo cual lamenta que no se mantuviese dentro de los límites de la mera hipótesis y emprende la ingrata, baldía tarea de refutarlo.

    En México, don Carlos de Sigüenza y Góngora conoció el libro de Riccioli, pues le menciona en el capítulo segundo de su Teatro de virtudes políticas, llamado "eruditísimo" al autor, máximo elogio que de tan docta pluma podía recibir. Tal circunstancia, y la del ser el sabio cosmógrafo mexicano devoto amigo de Sor Juana Inés de la Cruz -al grado de que "prescindir quisiera del aprecio con que la miro, de la veneración que con sus obras granjea, para manifestar al mundo cuánto es lo que atesora su capacidad en al enciclopedia y universalidad de las letras", según dice en el Preludio III del mismo Teatro-, mueven a suponer que también leyese el libro insigne poetisa, en cuya producción las alusiones de índole astronómica se ajustan a la concepción geocéntrica del Cosmos.

    Veamos algunos ejemplos; varios más pudieran aducirse. En el romance al que dio pie un festejo celebrado en el Monasterio de San Jerónimo ante los Condes de Paredes, los versos 61 a 64 dicen en elogio de la Virreina: "Pues sólo por retratarla / Los orbes once se alegran/ De que de espejos le sirva / Su bruñida transparencia". Los once "orbes" son los de la Cosmografía anterior a Copérnico.

    En el romance que principia: "Gran Marqués de la Laguna", rezan así los versos 98 a 100: "La variedad de los tiempos / Que divide en cuatro partes / La trepidación del cielo". Esa trepidación es aneja al movimiento de los "orbes".

    En la primera de las tres "Letras para cantar", la voz de Narcisa "De los celestiables ejes / El rápido curso fija", O sea: tan bello es el canto que, para oírlo, se detienen las "esferas celestes". Más adelante leemos: "Al dulce imán de su voz / Quisieran, por asistirla / Firmamento ser el Móvil / El Sol ser estrella fija". Por el "Móvil" ha de entenderse cada uno de los "cielos" o "esferas" que, se creía, giraban en torno a nuestro globo; como su curso los aísla de la voz melodiosa, envidian al firmamento, el cual, por ser estable, podía deleitarse escuchándola. Y pues el sol quisiera "ser estrella fija", bien se ve que en movimiento alrededor de la Tierra lo consideraba Sor Juana.

    En el hermosísimo Primero Sueño hallamos un testimonio, quizás más que otro alguno fehaciente, de aquella creencia, pues ese poema singular, lejos de ser, como las composiciones precitadas, un juguetillo donde caben las desmesuradas hipérboles propias de la cortesía, es obra seria, rica en contenido filosófico y la única que, según confesión de la poetisa, escribió por su gusto y no movida de ruegos o por las circunstancias. Comienza así: "Piramidal, funesta, de la Tierra / Nacida sombra, al Cielo encaminaba / De vanos obeliscos punta altiva", si bien ésta "Al superior convexo aun no llegaba / Del orbe de la diosa / Que tres veces hermosa / Con tres hermosos rostros ser ostenta". Esa deidad es la Luna, que además es Diana en la Tierra y Proserpina en el Averno; y la sombra, no obstante ser larguísima, no llegaba a la convexidad de su cielo, el más cercano a nosotros.

    Señalaremos ahí el sorprendente error- confirmado con la alusión a "obeliscos" -de creer " piramidal" el cono de sombra proyectada por la Tierra. Nuestra sin par "Musa Décima" le aplicó las leyes de la perspectiva, por ella observadas en el amplio dormitorio conventual, desde cuyo testero -escribe en su "Respuesta a Sor Filotea"- "la vista fingía que sus líneas se inclinaban una y otra y que su techo estaba más abajo en lo distante que en lo próximo, de donde infería que las líneas usuales corren rectas, pero no paralelas, sino que van a formar una figura piramidal. Y discurría si sería esta la razón que obligó a los antiguos a dudar si el mundo era esférico o no. Porque aunque lo parece, podía ser engaño a la vista, demostrando concavidades donde pudiera no haberlas".

    Con todo ello parece relacionarse, además, la creencia en la Astrología. En el romance a don Diego Valverde, los versos 105 a 113 rezan así: "Por más que doblen distancia /esos claros once espejos, / ¿dejan de imperar los astros / En los sublunares cuerpos? / ¿Les pueden a sus influjos / Ser de algún impedimento / Las raridades del aire / Ni los ardores del fuego? / No." Huelga añadir que los "claros once espejos" son los "orbes" antes citados. Y como la poetisa niega, con categórico "No", que la rarefacción del aire, ni el fuego, puedan impedir el influjo de los astros sobre los cuerpos terrestres, clarísima resulta su creencia en la Astrología. También Sigüenza y Góngora parece compartirla, pues en el capítulo V del "Triunfo Parténico" escribe: "Motivólo sin duda lo deteriorado de los tiempos, en que tal vez la malignidad de algún astro esteriliza la tierra; bastante causa para que por su influjo se desacrediten algunos años por de mala estrella"

    Sabido es que la representación del Universo como un sistema de esferas cristalinas, concéntricas, vehículos de los cuerpos celestes, y de cuyo movimiento se desprende inefables armonías -que nadie percibe porque, desde el momento de nacer, vive sumergido en ellas-, se atribuye a Pitágoras. A mediados del siglo II de nuestra era, el astrónomo y geógrafo alejandrino Claudio Ptolomeo resumió y completó los conocimientos cosmográficos de su época en la obra que llamó Magna Sintaxis, cuya traducción al árabe fue conocida con el nombre de Almagesto; con el de Almagestum se publicó en latín, en Venecia, el año de 1515. La concepción ptolomeica del Cosmos prevaleció durante catorce siglos, y en la más alta obra literaria del Medievo: La divina Comedia, no escasean las referencias. Así, por ejemplo, en el canto segundo del "Infierno", versos 76 a 78, Dante llama a Beatriz -según la traducción en prosa de Arturo Cuyás de la Vega- "Mujer de singular virtud, por quien el hombre supera en dignidad a todas las criaturas que moran bajo el cielo del círculo más reducido", el de la Luna. Y en el canto XI del Purgatorio, versos 106 a 108, dice el poeta que mil años, comparados con la eternidad, son menos aún que un parpadeo respecto al movimiento del círculo celeste que más lentamente gira, o sea el de las estrellas fijas, que -lo asienta en Il Convivio-, tarda 360 siglos en completar una vuelta en torno a la Tierra.

    En la Nueva España era conocido el sistema copernicano, y bastará como testimonio una sola referencia: don Sebastián de Guzmán y Córdoba, que en 1690 sacó a la luz la "Libra Astronómica y Filosófica" de Sigüenza y Góngora, y que a más de Inspector de la Real Hacienda era matemático, hidrógrafo y navegante, al elogiar en el prólogo de ese libro El Belerofonte Matemático contra la Quimera Astrológica de don Martin de la Torre obra perdida de su sabio amigo, afirma que contenía "cuantos primores y sutilezas gasta la trigonometría en la investigación de las paralajes y refracciones, y la teórica de los movimientos de los cometas, o sea, mediante una trayección rectilínea en las hipótesis de Copérnico o por espiras cónicas en los vórtices cartesianos". El último adjetivo concierne, claro está, al filósofo francés Descartes. Y adviértase que el sistema copernicano se menciona como "hipótesis". Al transcribir, hemos puesto "las paralajes" y " trayección" -que vale, sin duda, por "trayectoria"- en lugar de "los paralexes" y la traiección" que figuran en los textos consultados, ediciones recientes que conservan, no sabemos a ciencia cierta con cuanta fidelidad, la ortografía del original. En ellos se lee "thorica", que parece una voz hundida por el desuso en el olvido, pero que es indudable errata por "theorica". Así se lee en el ya citado Teatro de virtudes políticas, donde Sigüenza describe muy por lo menudo y con agobiante aparato de citas latinas el arco -cuya traza él ideó- erigido por la Ciudad de México para recibir al Virrey Conde de Paredes, y en cuyo capítulo segundo alude a "los que saben Astronomía y no ignoran sus Theoricas". El "Diccionario de la Real Academia Española" trae la voz "teórica" como sinónimo de "teoría" en su acepción principal.

    Es de suponer válidamente que Sor Juana, monja, no leyese el libro de Copérnico, y ello porque en 1616 había sido incluido en el Indice. La prohibición se mantuvo hasta 1758. Y, verosímilmente, tampoco leyó la Astronomía Nueva, de Képler, publicada en latín en 1609; ni los Principios Matemáticos de Filosofía Natural donde Newton, asimismo en latín, dio a conocer en 1687 su teoría de la gravitación universal.

    Acaso muevan a sonreír aquellas creencias en orbes y esferas, ejes y giros, círculos y espejos. Con análogo motivo podrán sonreír de muchas de las nuestras los críticos del siglo XXIII, si bien entre nosotros y los hombres de hace tres centurias hay una diferencia capital, ya señalada por don Justo Sierra en el admirable discurso que pronunció al ser inaugurada en 1910 la Universidad Nacional; ellos decían: "La verdad está definida, enseñadla", en tanto que ahora decimos: "La verdad se va definiendo, buscadla".

 
 

Enero de 1952
 

 


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