Sombras de Jaime Torres Bodet
 
 
 
 

Sombras es la quinta novela de don Jaime Torres Bodet. Ha sido publicada en un elegante tomito de 148 páginas, bajo una cubierta gris donde campean en tintas negra y verde, entre caligráficos arabescos que preludian simbólicamente a los del texto, el título del libro, el nombre del autor y el pie de imprenta de la Editorial "Cultura".

    No es difícil calificar Sombras. La calidad impecable de la prosa, la novedad y la precisión de las imágenes, la agilidad del estilo, la sobriedad de medios con que está obtenido al máximo de efecto, lo certero de la psicología, la verdad de los caracteres y la variedad de ellos -diferenciados en matices, lo cual es mucho más difícil de realizar que mediante contrastes marcados-, la exactitud en la pintura del medio, la galanura y amenidad del relato, la delicada sensibilidad que lo anima, el amable humorismo que lo alegra, todo, en fin, cuanto lo caracteriza, impone una sola calificación, la justa y apropiada: es una obra maestra. No hay el menor vislumbre de hipérbole en tal juicio: es una obra maestra en su género, es decir, como "nouvelle", como novela corta.

    Da Torres Bodet a su prosa tersa perfección. Desde el principio al fin sus relatos no presentan lagunas ni partes flojas. Y cabe afirmar que si escribiese en idiomas que los que "pagan", estaría alcanzando ya el renombre mundial de un Giraudoux, con quien lo emparientan la fina sensibilidad, el delicado humorismo, la aplicación de la cultura.

    Otros novelistas componen libros que en parte tienen la sonora violencia de un tutti de orquesta, y en partes aquella delgadez en que la sinfonía es sólo unas notas de flauta o de clarinete. Sombras da la impresión de unidad de ritmo, de ondulación melódica, que vuelve tan bellas ciertas composiciones musicales como el Aria para instrumentos de cuerdas, de Bach, o la Romanza en fa, de Beethoven. Ha logrado ahí Torres Bodet el cabal equilibrio de la forma y el fondo, que en sus primeros relatos no era completo; en ellos la brillantez de la expresión, la riqueza de las imágenes, incomparable, predominaba; de ahí cierta fatiga- en Margarita de Niebla, su Estrella de Día- para seguir la trama del relato bajo el deslumbrador centelleo del estilo.

    En Sombras es de tal manera importante el sentido de lo esencial, que las figuras viven con tal intensidad como acaso no le hubiera infundido la minuciosa acumulación de detalles. La precisión del vocabulario, la claridad de las ideas, compensan esa sobriedad. No necesitan más páginas la novela ni más palabras las frases porque cada una de las empleadas en éstas es insustituible y está colocada en el lugar más apropiado para dar plena luz. Ayuda a ello, también, la fuerza de iluminación que poseen las metáforas: se incorporan al relato no como adorno, sino como una manera indirecta, pero de extraordinaria fuerza expresiva, de sugerir matices, de exponer pormenores. A esas cualidades de expresión se agrega el tino con que el novelista acierta a revelar un carácter merced a la descripción de un gesto. Cuando Felipe, el violinista, se convence de que su tía, rica y egoísta, no admitirá en su casa al hijo bastardo que él, vencido y pobre, trae consigo después de larga ausencia, arroja al suelo un búcaro chino que durante muchos años conservaba la anciana. Y baste ese acto para mostrar un carácter impulsivo, rencoroso, pueril, mejor quizás que como lo hubieran bosquejado varias páginas.

    Escrita en Europa, Sombras es intensamente mexicana. La mexicanidad de la obra de Torres Bodet es íntima, medular. No se externa en las formas, sino en el espíritu. Libros hay salpicados de aztequismos, que recogen cuando en México hay de más coloristas, y, sin embargo de ello, su mexicanismo puede resultar en mera costra, epidérmico. Porque lo mexicano no bebe limitarse, como a veces sucede, a lo folklólico, ni a pretexto de un mexicanismo de jícara- paralelo al españolismo de pandereta- el escritor mexicano ha de vedarse al escribir en forma y con espíritu universales, expresando inquietudes humanas, perceptibles para todo hombre cualquiera que sea su nacionalidad. Cierta peculiar manera de ver las cosas, en efecto, y de entenderlas, cierta actitud ante la vida, cierta particular sensibilidad, el gusto por la imagen, la velada melancolía, la ironía finísima, dan el matiz de mexicanidad.

    Lleva el libro como epígrafe una frase del novelista francés André Maurois: "Todo anciano es una confesión". Una anciana solitaria es la protagonista, y sus recuerdos, las "sombras" evocadas durante el insomnio ante la llamada de una realidad intempestiva y desagradable a la que tendrá que hacer frente- ir a ver, tras muchos años de distanciamiento, a su sobrino, único pariente que le queda y que agoniza en un hospital; y hacerse cargo del hijo bastardo, niño de siete años, que el moribundo dejará huérfano -, forman el relato. Es ésta la pintura de una familia criolla a fines del pasado siglo y principios del presente, y de los caracteres que el medio ambiente y la tradición familiar moldearon. Aquél es una casona de la calle de la Perpetua. Éste se funda en prejuicios de casta y de rango. Como eje, el tranquilo egoísmo, el carácter autoritario de la anciana, viuda sin hijos, cuya voluntad dominó siempre a su familia.

    Ofrecía el tipo no pocos puntos en donde tropezar. Un poco más marcado el trazo, el dibujo se hubiera vuelto caricatura; un poco menos, quedaría borroso. Acentuar un tanto más el color local, acaso diera apariencia de excepción, de peculiaridad vernácula, a un tipo que es universal, sin duda; marcar algo menos aquel color, desvanecería la pintura en las generalidades. Así en lo demás. El exacto equilibrio interno, la producción del estilo y del, tono con el tema, compone, con las demás cualidades al principio indicadas, la plenitud, el perfecto acabado de esta obra.

    Denota el propósito, con habilidosa soltura logrado, de ensayar en nuestro idioma, tan rotundo y sonoro, las modulaciones y arabescos, la insinuación de matices, la musicalidad discreta, la plasticidad, que son características de la lengua francesa. Todo ello sin caer en galicismos, escribiendo en excelente prosa castellana. No sólo quiso el autor -según le parece evidente al lector atento- contar un relato, dar vida a algunas figuras imaginarias pero verdaderas, sino que, a la vez, y con menor importancia, buscó el deleite de labrar una prosa melódica, flexible, matizada, plástica. Gustó sin duda, el hacerlo, el placer incomparable de escribir bien, con cierta claridad y elegancia, con sobriedad y precisión. Modelo de buena lengua, de galano y delicado estilo es Sombras. Torres Bodet ha deslastrado ahí la frase, la ha vuelto ligera, fina- más ligera y fina de lo que siempre ha sido su elegante prosa. No trompetea el idioma en esas páginas: tiene la levedad melodiosa del cuarteto de una orquesta. Confirma tal libro a su autor como uno de los maestros del bien decir.

    El humorismo de Torres Bodet es finísimo, de bonne compagnie. No lo limita a las personas, sino que lo extiende a las cosas, viendo en éstas el reflejo de aquéllas. Y no es humorismo verbal, sino de situación.

    Todo ello -mucho más dejamos en el tintero- basta para justificar lo que al principio dijimos: Sombras es en nuestras letras una obra maestra.
 
 
 

1937
 

 


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