Torres Bodet, el impulsor de las artes
 
 
 
 

    El título de estas páginas se dijera apropiado para algún fastuoso príncipe del Renacimiento. En ellas responde con sencillez a dos conceptos afines: las actividades de don Jaime Torres Bodet en el fomento de las artes, y lo atañedero a su doctrina estética.

    Temprano comenzó. En 1921, precoz y ya sagaz crítico, tradujo Los límites del Arte y otros ensayos de Andrés Gide, a los que puso comprensivo prólogo. A partir de 1922, junto con el poeta Bernardo Ortiz de Montellano, publicó La Falange. Cada número, de los seis que de esa revista salieron a la luz, estaba ilustrado por un pintor mexicano. Ello es significativo, pues entonces la nueva pintura daba pie a vehementes discusiones; La Falange militaba en pro.

    Desde la mocedad, el arte ha sido para él un punto de referencia seguro y firme, de perennidad garantizada, al modo del metro de platino-iridio en el subterráneo de Sèvres. En su expresiva autobiografía -intitulada con una metáfora: Tiempo de arena, que el epígrafe, de Góngora, aclara-; en muchos de sus discursos, modelos del buen decir, tan llenos de sustancia como elegantes de forma; en sus perspicaces ensayos; en sus atractivos artículos; incluso en sus novelas y relatos, no menos brillantes que originales, es dable espigar conceptos sobre el arte que, si bien no articulados en forma didáctica, revelan cabal coherencia de ideas.

    El artista -opina Jacques de Lacretelle en Ocios del estío, artículo publicado en 1934-es "el que ha sabido labrarse una segunda vida, un sistema, una fe, con sus sensaciones y su memoria"; y Ernesto Roberto Curtius en su libro sobre Proust afirma: "El artista no inventa, descubre. El arte no es una invención, sino una exploración". Nuestro docto compatriota, al estudiar la observación y la videncia de Balzac, sintetiza con exactitud el proceso de la elaboración artística: "Almacenaba la realidad de la naturaleza para imponer, a su modo, una naturaleza distinta a la realidad". Ello supone, para los demás, el esfuerzo de penetrar en esa nueva naturaleza, lo que no siempre es expedito, pues -Thierry Maulnier lo decía años atrás- "el artista y el filósofo no tratan de ser comprendidos; su tentativa es tan difícil que, descubriendo lo que les une a otros, corren el riesgo de aislarse. La idea más general puede ser la menos comunicable".

    Eso establece, una vez más, el dilema entre el arte para pocos: los capaces de entender el mensaje del artista; o el arte para muchos, el arte sin secreto y sin mensaje espiritual. El autor de Tiempo de arena aboga por el acceso de todos los seres humanos al arte, al más excelso, al más exquisito: "Nunca he creído que deba darse al pueblo una versión degradada y disminuida de la cultura", dice en aquel hermoso libro; y en el primero de los artículos que bajo el título colectivo de La vida y el espíritu en Excélsior a partir de diciembre de 1928, recordaba: "En las épocas clásicas, la obra de arte nace para una minoría selecta: es el milagro de los pocos. En cambio, el romanticismo, dando un mismo nivel al espectador y al espectáculo, al lector y al poeta, ayudó a que las grandes corrientes de la admiración pública se formaran".

    Contra la tradición egoísta, él sostuvo en Ginebra, el 4 de julio de 1949, en la XII Sesión de la Conferencia Internacional de Instrucción Pública: "Nada de cultura aislada, que fuese el monopolio de una minoría selecta; el vigor y la salvación de una cultura dependen de su enraizamiento en el alma popular". Lo repitió en París, el 19 de septiembre siguiente, en la IV Conferencia General de la Unesco: "Los pueblos no tienen menos necesidad de cultura que de pan". En el mismo discurso, insistió: "El historiador futuro admirará, sin duda, a nuestros poetas, a nuestros pintores, y a nuestros músicos. Pero temamos que no se vea constreñido a añadir: Esos grandes hombres estuvieron aislados. Vivieron lejos del pueblo, ignorados de las masas, como entonces se decía. Esas masas nacían, trabajaban, morían sin participar en una cultura por cuya conservación, sin embargo, se les pedía periódicamente el sacrificio de sus vidas y de sus bienes". Sobre ello volvió el 19 de marzo de 1951, en Karachi, ante la Comisión Nacional de Pakistán pro Unesco: "El arte verdaderamente grande coincide con las dimensiones cabales de la humanidad. Se extravía tan pronto como, por las exigencias de un refinamiento arbitrario, sacrifica su vocación de expresar el corazón de cada cual y de conmover despertando en su fondo, al mismo tiempo, el sentido de la belleza".

    Se percibe en tales palabras el mismo propósito generoso que tomó forma en el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre: "Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la colectividad; a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten".

    Ha de inferirse, pues, la consecuencia: la obra de arte debe ayudar a la superación del ser humano. Don Jaime rechaza el estrecho criterio del Arte por el arte y no acepta como ejemplos dignos de emulación a aquellos a quienes Unamuno con muy unamuniana acrimonia, en un artículo de 1907 publicado en la Revista Moderna llamaba "los repugnantes esteticistas", calificación evidentemente excesiva.

    En los altos puestos donde ha servido, favoreció cuanto tiende a la vinculación del arte con la vida. Así, en la apertura de la Exposición Nacional de las Artes Plásticas, convocada en 1946 por la Secretaria de Educación Pública, de la que era titular, manifestó que el móvil de ella era "el deseo de recordar a los ciudadanos la función primordial y viril del arte." Con certera visión propugna el desarrollo artístico, desde la escuela, como medio de desenvolver la personalidad; y en su libro Educación Mexicana -¡todo un estimulante programa de acción, en dos palabras!- aspira a que una de las bases de ésta sea "la elevación de los sentimientos gracias a la autoexpresión estética por la poesía, la música y el dibujo." Tal aspiración parece sustentarse en una evidencia ya indicada por Ortega y Gasset: la innata disposición del hispanoamericano a la belleza y la preocupación estética.

    Primordial importancia da a la condición humana. La fe en el hombre, que inspira algunos de sus más hermosos poemas e impregna su doctrina, expuesta -fragmentaria pero sostenidamente- en sus persuasivos discursos, vibra asimismo en estas palabras extraídas de su libro Maestros venecianos: "En mi concepto de lo bello, es imprescindible una fidelidad absoluta al destino humano". Por eso preconiza el arte como factor de unión: "La obra de arte suprime las barreras entre los pueblos", decía el 24 de junio de 1949 a los críticos de arte reunidos en su II Congreso Internacional; y el 7 de noviembre siguiente, en el Palacio de la Paz, en La Haya, repetía: "El lenguaje del arte eleva y acerca a los hombres".

    Ve al arte como catalizador de simpatías, como un nexo entre seres muy diversos aunque, en esencia, iguales: seres humanos. "Arte por excelencia, y el más elevado, elemental y refinado de los medios de expresión -afirmaba el 29 de abril de 1950 en Bruselas, con motivo del décimo aniversario del Movimiento de juventudes musicales-, la música rechaza las limitaciones que la ignorancia o la vanidad de los nacionalismos tratan de imponerle. Tal o cual sinfonía provoca idénticos aplausos en todas las capitales del mundo, y puede, merced a la radiodifusión, llevar hasta la choza más humilde un mensaje de fraternidad universal. No es posible servir a la música sin servir al mismo tiempo a la comprensión y por ende a la amistad internacionales". Lo que de la música dice con tanta pertinencia, cabe extenderlo a las demás artes, pues todas, como focos de convergencia de la sensibilidad, establecen concordancias capaces de conducir a la amistad: Las meninas o la Venus de Milo producen gemela admiración en los hombres del norte o en el del sur; merced a las traducciones, Fausto o el Quijote son gustados en todo el orbe. Huelga aducir más ejemplos de esas evidencias.

    Muy lógicamente, reconoce la capital importancia del teatro. "Entre todas las artes -decía el 15 de julio de 1946 en la inauguración de la Escuela de Arte Teatral- es la que requiere, fija e indica mayores aptitudes de cohesión social". Y añadía: "En el drama o en la comedia, autor y público son en verdad colaboradores mediatos e inseparables".

    Una semana después, al inaugurar la Exposición Nacional de Artes Plásticas, sostuvo: "Siendo el arte ante todo expresión del ser, en lo que posee de más genuino e intransferible, constituye a la vez una forma espléndida de confianza en la solidaridad del linaje humano. Hasta en sus realizaciones aparentemente más individuales y más gratuitas, nos brinda siempre un testimonio de la alianza entrañable en que se celebran las conquistas pacíficas del progreso y es una fuerza de cohesión y concordia, que mejora y eleva a la sociedad". En su autobiografía recuerda que, como Director General de la Unesco, en 1952 hubo de organizar una conferencia internacional en Venecia: "Las obras de arte -dijo en tal ocasión- figuran entre esos bienes que el reparto aumenta en vez de disminuir, porque suscitan y favorecen la comunión humana".

    La finalidad de aquella conferencia fue "precisar algunos criterios generales acerca de la libertad del artista contemporáneo". Es tema que ha meditado largamente. En el ya citado libro de memorias revela que la lectura de Los hermanos Karamásov volvió a revivir en su espíritu "una preocupación profunda de adolescencia: la de definir, en el arte y en la existencia, el problema moral de la libertad". Y en el susodicho discurso con motivo de la exposición de la Exposición de Artes Plásticas, afirmó: "En pocas actividades se advierte, como en el arte, el problema vital de la libertad. Porque la libertad del artista auténtico -como la del auténtico ciudadano- estriba continuamente en la conciencia interior de un orden, no en la sujeción exterior a una autoridad". Esa idea le es cara, así cuando opina: "La poesía, como toda expresión del alma, es liberación"; y cuando añade: "la libertad en el arte, como en la vida, es el triunfo de la personalidad sobre el obstáculo".

    Con espontaneidad emplea símiles que atañen al arte. Baste un par de citas: las Églogas de Garcilaso le hacen pensar en "un cielo blando, suave, de melancólica transparencia: el cielo de Apolo y Marsias", cuadro atribuido al Perugino; en el Retrato de Mr. Lehar toma de la pintura el término de comparación para una tarde mexicana: "Arriba, como en la Bacanal del Ticiano, las nubes decoran la esplendidez de un azul magnífico". Sus notas de viaje, sagaces y coloristas, están asimismo consteladas de impresiones de arte; por ejemplo, Donatello y Miguel Ángel se ligan al recuerdo de Florencia, Memling al de Brujas; o bien, menciona lo que de Toledo dijo Teófilo Gautier de Escorial el, por engolletado, displicente duque de Saint-Simon.

    Incluso en las referencias a obras leídas o vistas es dable percibir su criterio estético y su posición filosófica ante el arte. Abramos el interesantísimo libro, modelo de penetración psicológica y de crítica certera, que a Balzac y a su vasta obra consagró: veremos entresacadas las palabras con que Frenhofer, el frustrado autor de "la obra maestra desconocida", define la pericia pictórica: "Sólo el que modela dibuja bien, esto es, el que desprende las cosas del medio en que se encuentran". ¿No es esa, latamente, la función del arte? Desprender, aislar, reducir alguna cosa a los límites de un cuadro, de un dibujo, de un grabado, de una escultura; o a los de un libro, de un drama, de un poema. También de boca de Frenhofer recoge este aserto: "La misión del arte no es copiar a la naturaleza, sino expresarla" Véase ahí la clave estética que una frase de Maestros venecianos corrobora: "Habitualmente, en cuanto alguien me habla de realismo, me pongo en guardia. ¿Qué realismo señala? ¿El de Zola, o el de Shakespeare? ¿El de Ticiano, o el de Velázquez?" La finalidad de las artes plásticas es expresar lo visible, no mediante minuciosa copia, sino merced a la transposición expresiva. "El arte es un resumen de la naturaleza realizado por la imaginación", hace decir Eça de Queiroz a su agudo y sensato portavoz, Fradique Mendes; y creemos oír a Rafael Sanzio: "El pintor no debe representar a la naturaleza tal como es, sino como debiera ser". Acertado criterio. El artista, en efecto -opinaba don Justo Sierra-, "añade a las bellezas naturales, la belleza ideal que él tenía en la imaginación". Y agrega el insigne pensador: "La belleza ideal, la aproximación a la belleza absoluta, tal debe ser el grande y eterno sueño del artista".

    Hemos de citar otra vez el discurso del 22 de julio de 1946: "Revelación de México es, en el fondo, lo más valioso que ofrecen a nuestro aplauso las artes plásticas mexicanas. Exploración y revelación. O, lo que es lo mismo, invención, su acepción sociológica más certera, la que arranca del tiempo todo lo nuevo y sitúa lo que descubre en la sustancia íntegra de lo eterno. Exploración y liberación que ligan, como la serpiente emplumada de Quetzalcóatl, a las conclusiones del pasado las del presente y las perspectivas ávidas del futuro". Lúcido y fervoroso patriotismo inspira a ese juicio. La mexicanidad del pensamiento y la obra de quien así piensa es íntima, medular. Más que en la forma se percibe en las ideas. Un espíritu tan abierto como el suyo realiza la cabal simbiosis de lo mexicano con lo universal.

    Eso explica por qué en la prestigiada cátedra del Colegio Nacional analiza temas humanistas. A cuatro grandes "inventores de realidad" consagró conferencias, que formaron su magnífico libro acerca de Stendhal, Dostoyevski y Galdós, y después el concerniente a Balzac. Asimismo le oímos allí sus ensayos sobre los Maestros venecianos, más tarde reunidos en un volumen espléndidamente ilustrado. Con ser bellísimas las láminas, lo principal es el texto, cuyo estilo va acorde con el asunto: dibujo nítido y preciso, colorido suntuoso al par que matizado. Por igual son de admirar la agudeza y penetración de los juicios, la novedad de ellos y la elegante forma que revisten. Hormiguean los aciertos de expresión, las metáforas centelleantes, a veces -y son las más difíciles de lograr con plenitud y tino- reducidas a un solo adjetivo. ¡Qué maestría para concretar en una frase lo que, difuso bajo otras plumas, acaso habría formado un farragoso período! ¡Con qué esplendor -de faro- las imágenes verbales iluminan las ideas! Es un regalo para la mente y para el oído esa prosa. Comprender de manera tan directa y total la pintura veneciana y decir con tanta elegancia sus méritos, propio es de artista consumado. De libro tan hermoso es justo repetir lo que el autor dice del mosaico que en la catedral de San Marcos representa la construcción del arce de Noé: "Se respira en él una atmósfera clara y sana".

    Esa inteligente aportación al estudio del arte veneciano es legítimo motivo de orgullo para la cultura mexicana, a la que nada atañedero a la civilización mundial debe serle ajeno.

    Anatole France decía que "el buen crítico es el que cuenta las aventuras de su alma en medio de las obras maestras". Para el hombre cuyo espíritu comprensivo ha sido afinado por la educación y enriquecido por la cultura -tan indispensables estos perfeccionamientos como aquella materia prima-, la capacidad crítica llega a ser función natural; los conocimientos adquiridos suministran al gusto innato los arquetipos y cánones a los que ha de ajustarse la noción estética. Valen esos principios generales para hacer ver el porqué de la autoridad con que el autor de Maestros venecianos opina sobre una materia que se creyera distante de su alta e intensa producción poética y de su hermosísima obra literaria en prosa. Como artista -don congénito-, percibe, mucho más y con mayor acuidad que el simple espectador, lo que la obra de arte encierra. Como entendido en historia del arte - don adquirido -, aplica a la valoración estética los principios cuyo uso a lo largo del tiempo ha demostrado la plena exactitud.

    Su filosofía del Arte norma sus actividades en lo que al arte concierne. Durante su primera gestión al frente de la Secretaría de Educación Pública - 23 de diciembre de 1943 a 30 de noviembre de 1946 -, junto con activos y eficaces colaboradores, instituyó la Comisión Administradora del Premio Nacional de Artes y Ciencias, por primera vez otorgado en 1945; fundó la Escuela de Teatro; estableció el Departamento de Música y comenzó la construcción del nuevo Conservatorio. Fueron mejorados y ampliados los servicios de las Escuelas Nocturnas de Arte para Adultos, de Pintura y Escultura, de Artes Plásticas en Celaya, de Artes del Libro en México y en Puebla. La Dirección General de Educación Estética organizó lucidísimas exposiciones; sobresalieron las obras del Dr. Atl, Joaquín Clausell, pintores jaliscienses contemporáneos, arte precolombino de nuestras regiones occidentales, y -fascinante- la de litografías de Toulouse-Lautrec. Adquirió mayor intensidad y amplitud la labor de divulgación artística. Marcó un hito la publicación de México y la Cultura, libro salido a luz en 1946 y recientemente puesto al día en nueva edición. De sus veintidós capítulos redactados por especialistas, cinco tratan del arte precortesiano, el de la Nueva España, el popular, el moderno y el contemporáneo, y la música. Ese inventario ponderado y veraz de la cultura mexicana, excelente como concepción y como realización, lleva, por decirlo así, "la marca de fábrica" de su promotor, de cuya bien tajada pluma es la perfecta Introducción.

    Desde diciembre de 1958 hasta ahora, en que por segunda vez dirige la Educación Pública, los esfuerzos del señor Torres Bodet en pro de las artes no han sido menos entusiastas ni menos sostenidos que antes. Nadie en México ignora lo mucho y bueno que se viene haciendo a impulsos del Instituto encargado de la protección y desarrollo de ellas, mediante el establecimiento de Centros Regionales de Iniciación Artística, la presentación de exposiciones en México y en naciones amigas, la celebración de conferencias, conciertos, recitales, espectáculos teatrales, de opera y danza, publicaciones artísticas, etc.

    Esas enumeraciones son áridas, pero son fecundas las realizaciones.

    En otros cargos públicos ha prestado asimismo eficaz apoyo a las artes. Recordaremos aquí la parte a ellas reservada en la revista mensual México de Hoy, por él fundada como Secretario de Relaciones Exteriores y distribuida por nuestras embajadas. Quien esto escribe tuvo el contento de dirigirla durante los primeros cinco años. En cada número, tres o cuatro páginas bien ilustradas presentaban la obra de un pintor, grabador o escultor mexicano, de hoy.

    Por el fervor puesto en sus labores al frente de la Unesco, por su total dedicación a ella- en detrimento, incluso, de su salud y, desde luego, de su obra personal-, no es hiperbólico llamar "abnegada" a su gestión como Director General, del 26 de noviembre de 1948 al 22 de noviembre de 1952. Tenía fe en los altos ideales que presidieron al establecimiento de aquella gran organización mundial; no la tuvieron tan intensa los gobiernos que le aceptaron la dimisión porque se opuso a la merma de los recursos indispensables para la misión de cultura y de paz que se le había encomendado.

    Bajo su dirección se dio eficaz y oportuno cumplimiento al programa de fomento artístico, mediante la atinada utilización de los diversos factores que a él contribuyen. Mencionaremos al respecto palabras suyas pronunciadas en Nueva York, el 24 de junio de 1952, ante el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas: "Con la ayuda del Consejo Internacional de Museo se ha iniciado un vigoroso esfuerzo para asociar a los educadores y a los museógrafos en una campaña destinada a obtener un mejor aprovechamiento de los museos en la educación de los niños y de los adultos". Cabe considerar esa acertada idea como el germen de la excelente realización, en Chapultepec, de la galería donde el pueblo mexicano ve representada, de manera objetiva y fácilmente inteligible, la lucha de sus antepasados hasta alcanzar la libertad. El arte es ahí vehículo de la información.
A fin de facilitar el conocimiento de las obras maestras de la pintura a las multitudes que no tienen la posibilidad de contemplar los prestigiosos originales, la Unesco puso en circulación mundial exposiciones ambulantes de reproducciones en colores, en dos series: una, desde los orígenes hasta 1860; otra, desde esa fecha hasta 1949. Se editaron los catálogos de las obras pictóricas más notables producidas en ambos períodos, ilustrándolos con centenares de láminas; están destinados principalmente a los establecimientos de enseñanza. Agotadas pronto las ediciones, hubo necesidad de reimprimirlos.

    De análoga manera, para celebrar en 1952 el V Centenario del nacimiento de Leonardo circularon cuarenta y cinco exposiciones, cada una formada por ciento cincuenta reproducciones de los mejores y más característicos dibujos del genial artista. El señor Torres Bodet pronunció en Vinci un discurso en el que atinadamente declaró ver en Italia "a uno de esos lugares privilegiados donde la cultura ha sabido permanecer en estrecho contacto con la vida". ¡Enaltecedor contacto!

    "Para alentar los progresos de la técnica de la reproducción en colores, que puede dar a la cultura pictórica una extensión comparable a la que ha procurado la radio a la cultura musical -dijo en Roma el 19 de abril de 1950, ante la Comisión Nacional Italiana pro Unesco-, favorecemos, por vía de ejemplo, ciertas empresas dignas de estímulo. Así, un editor italiano publicó para nosotros un álbum sobre los frescos de Masaccio en la Capilla Brancacci. Otro álbum, consagrado a los frescos de Rafael, en el Vaticano, se halla en preparación". Esa sobria noticia peca de modesta: los álbumes son espléndidos, regalo para los ojos, deleite para el espíritu, alimento para la inteligencia.

    Una utilísima fuente de información fue puesta a la disposición de los investigadores en mayo de 1950: el Repertorio internacional de Archivos Fotográficos de obras de arte. Contiene datos sobre 1,225 colecciones, en sesenta y siete países.

    La Unesco favoreció los acercamientos preliminares, en enero de 1949, para la constitución del Consejo Internacional de la Música, que celebró su primera Asamblea General un año después. Se le confió -dijo el señor Torres Bodet en el precitado discurso del 19 de abril- "la tarea de organizar la ayuda mutua entre los músicos de todos los países, tanto en materia de creación como de investigación, en el terreno de la ejecución como en el de la enseñanza". Informó también: "Hemos establecido un índice central de la música grabada, que comprende más de 20,000 fichas, y estamos llevando a cabo la publicación de tres repertorios de música grabada, consagrado uno de ellos a la música folklórica, otro a la música clásica de la india, y el tercero a la música de Birmania, Ceilán, China, Filipinas y Siam". Se publicaron los catálogos de música grabada concernientes a Chopin y a Bach.

    Chopin fue honrado en 1949 con motivo del centésimo aniversario de su muerte. A diversos compositores se les encargaron obras, estrenadas en el concierto conmemorativo. Las grabaciones de éste se enviaron a emisoras de radio en cincuenta y nueve países.

    Con loable propósito de estímulo, se ejecutó música de compositores jóvenes, mudando así en realidad sus sueños: siete conciertos, radiodifundidos, con veintinueve primeras audiciones, hubo en 1951.

    Por lo que toca a las letras, en 1949 publicó la Unesco un libro de homenaje a Goethe en celebración del segundo aniversario de su nacimiento; y otro, similar, al cumplirse en 1950 los cien años del fallecimiento de Balzac. En 1952 apareció en la colección de "obras representativas" la Antología de la Poesía Mexicana preparada por el poeta Octavio Paz, con traducciones al francés de Guy Lévis Nano y Presentación del volumen por Paul Claudel. Se publicaron traducciones al francés de libros árabes, y al dimitir su cargo el señor Torres Bodet quedaron encaminadas las de Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, obra clásica de la literatura dominicana, Los últimos días coloniales del Alto Perú, del historiador boliviano Gabriel René Moreno, y Páginas escogidas, de Martí; y al árabe, las del Discurso del Método, de Descartes, la Política, de Aristóteles, y la primera parte del Quijote. Empresas, como se ve, de alta cultura.

    La escasez de espacio nos obliga a limitar a estos descosidos apuntes lo concerniente a la promoción de las artes por don Jaime Torres Bodet como Director General de la Unesco. Lo dicho, aunque poquísimo, dará una idea somera de la multiplicidad de sus actividades en aquel vasto campo de acción, normadas por el propósito de difundir la cultura y cooperar así al acercamiento de todos los pueblos.

    Mucho se nos queda en el tintero, pero es forzoso terminar. No lo haremos sin antes recordar que los notorios méritos de tan empeñoso impulsor de las artes y de la cultura le merecieron la designación de Miembro Honorario Extranjero de la Academia Francesa de Artes y Ciencias. El Instituto de Francia lo eligió en 1956 Miembro Correspondiente -sólo hay diez, a título extranjero- de la Academia de las Bellas Artes.

    Su labor educativa y cultural -magna labor, abrumadora si no la sostuviesen el talento, el saber, el dinámico y clarividente patriotismo- obedece, como todo en su vida de escritor y como hombre público, al sentido de su responsabilidad de mexicano ante la realidad nacional, ante el promisorio futuro de la Patria, ante la noble misión que a México le compete en el mundo. Es de quienes siembran a tiempo para asegurar las mieses del verano, pero también de los pocos, muy pocos, que en la bellota prevén la robusta encina y, aún más lejos en el tiempo, el poblado y frondoso encinar.

 


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