Rodríguez Marín y el Quijote
 
 
 
 

    La meritísima labor llevada al cabo, durante dos siglos, por la docta compañía de comentaristas del Quijote, que John Bowle encabezó, culmina en la monumental Nueva edición crítica con el comento refundido y mejorado y más de mil notas nuevas (Madrid, 1947-1949), dispuesta por don Francisco Rodríguez Marín, a cuya talla podríamos ajustar el elogio de don Marcelino Menéndez y Pelayo para nuestro don Joaquín García Icazbalceta, llmándole: "Maestro de toda erudición cervantina".

    Veintinueve años de su longeva existencia consagró a estudiar las obras de Cervantes, cuatro más que Clemencín, quince más que Bowle. De una en otra de sus tres primeras ediciones del Quijote varió los comentarios y los mejoró en número y expresión, "más atento -declara en el proemio de la tercera- a decir cosas no dichas por nadie que a reproducir las notas de mis ediciones anteriores". Para la cuarta, póstuma, preparó las mil notas nuevas" anunciadas en el título. En esa "aventura literaria -dice en el prefacio de la segunda edición-, la de más empeño y dificultad que emprendí en mi larga vida de escritor", supera a todos sus émulos. Antes que él, sólo Hartzenbusch había compuesto dos comentarios diferentes.

    En el substancioso prólogo a su tercera edición (1927-28) expone las normas seguidas para redactar las notas, que pasan de 4,500. las que resultaron demasiado importantes figuran al final de la obra, como apéndices, en número de cuarenta. Casi siempre da "dos ejemplos de la locución, giro, palabra o acepción que es objeto de cada nota", y tres o más si cree "que los dos no prueba claramente su autorizado uso", o cuando contradice a quien opinó de otra manera. Al reproducir notas de la segunda edición, muda los ejemplos en que funda su juicio, aumentando así las pruebas aducidas. Cerca de 1,500 autores menciona. Salvo para excepción, siempre fundada, se tiene al texto de la edición príncipe del Quijote, "que es la que ha de suponerse más conforme con el manuscrito original, por más inmediata a él que cualquier otra", y lo restablece en diversos lugares en que varios comentaristas lo tuvieron, equivocadamente, por defectuoso. Rechaza "las infinitas enmiendas arbitrarias con que lo adulteraron muchos editores y anotadores", salvo en "las evidentes erratas del molde". Reforma la puntuación, con lo cual "da sentido diferente, y siempre claro y natural, a muchas cláusulas antes no bien entendidas". Modifica la ortografía pero conserva las formas vacilantes de muchas palabras". Y, "para hermosear la impresión y lograr que no se haga extraña a los ojos de los lectores", divide en párrafos diversos "los amazacotados y larguísimos de las ediciones antiguas", y da a los diálogos "la forma cortada usual en los libros de nuestro tiempo".

    Esta edición de 1947-49, que mejora la de 1927-28, es un monumento de erudición; a menudo, el texto se reduce a una línea y las notas llenan el resto de la página. excelente es y probablemente insuperable ya para la comprensión del libro sin par; mas, una vez leída despacio, bien entendida y puesta en la memoria la explicación de los puntos obscuros, ha de volverse a ediciones más manejables, que permitan el gustoso diálogo mudo entre el lector y Cervantes, sin intromisión de tercero. y no parece que hayan sido siempre felices las modificaciones tipográficas, por ejemplo: aislar al centro del renglón la frase inicial: "en un lugar de la Mancha", a pretexto de que es un verso entresacado de un romance de autor anónimo; o bien, modernizar en demasía la puntuación, con abuso de los dos puntos y, en ocasiones, del punto y seguido, el cual suele romper cláusulas que nos eran familiares en su forma tradicional.

    Ciertas investigaciones, que en el comentario no tuvieron cabida las dio a conocer en folletos. De análoga manera desarrolló varias notas. Limitaremos la somera reseña de estos opúsculos a los atañederos, de cerca o de lejos, a la crítica del Quijote.

    De 1911 es El "Quijote" y Don Quijote en América. Lo forman dos conferencias. En una de ellas queda expuesto cómo llegó al Nuevo Mundo la admirable novela. Según parece, la mayor parte de la edición príncipe vino a dar aquí, y es muy extraño que no se conservasen ejemplares en bibliotecas americanas. En la otra se informa de las primeras fiestas donde se vieron máscaras que representaban a Don Quijote y a Sancho, y de un juego de sortija efectuado en la ciudad de Pausa, Perú, en el otoño de 1607, que es la primera mención de máscara de aquella naturaleza en este hemisferio.

    "Quizás -dice el comentarista en El capítulo de los galeotes (1912)- no haya ninguno que ofrezca tantas dificultades para su buena inteligencia", como ése. Con pertinentes ejemplos aclara cuanto ahora nos parece desusado, ya en las costumbres, ya en el léxico, plagado éste de voces de germanía, jerga de la gente maleante. Expone por qué delitos, como el hurto de una canasta con ropa, que hoy sólo merecería pena correccional, o, como el proxenetismo, mera sanción moral, se aplicaba el duro castigo de remar en las galeras. Y rebate las interpretaciones demasiado filosóficas de esa aventura, ateniéndose, como prudente y discreto, a la que el cura Pedro Pérez da en el capítulo XXIX y a lo que el propio Don Quijote, apedreado, dijo a su fiel escudero: "Siempre, Sancho, lo he oído decir: que el hacer bien a villanos es echar agua en la mar".

    Con la Glosa del discurso de las Armas y las Letras, del "Quijote" (1915), preconiza la armonía entre ellas y encomia los méritos militares de Cervantes. Hizo de ese folleto una edición especial, distribuida a los soldados del ejército español.

    En El Caballero de la Triste Figura y el de los Espejos: dos notas para el "Quijote" (1915), pone en claro que ambos nombres salieron de un libro de caballerías: Don Clarián de Landanís.

    Casi sustantivo por sustantivo explica, en El yantar de Alonso Quijano el Bueno (1916), las cuatro líneas donde se enumera en qué consumía el hidalgo "las tres partes de su hacienda", desde la "olla de algo más vaca que carnero" al "palomino de añadidura los domingos", pasando por las "lantejas" de los viernes, las cuales -afirma- "eran y son pésima comida", a pesar de su riqueza en proteínas, riqueza que -sea dicho al margen- ayudó a la construcción de las pirámides egipcias, pues con lentejas como plato principal se alimentaban las legiones de esclavos que las edificaron.

    Pasmosa es siempre la erudición del gran cervantista, pero acaso más que en ninguno otro de sus ensayos resplandezca en éste, precisamente por tratarse en él de cosas tan humildes, que poquísimas huellas han dejado en la literatura y menos aún en papeles de archivo, acostumbrada fuente de noticias para los investigadores. Tres siglos estuvo el mundo de habla española sin saber a ciencia cierta qué eran "duelos y quebrantos". dilucidado quedó ya, definitivamente: huevos fritos con torreznos, ¡el bacon and eggs de la cocina anglosajona!

    En Los modelos vivos del Don Quijote de la Mancha: Martín de Quijano (1916) reúne datos acerca de ese personaje, Contador de las Galeras Reales, que en junio de 1601 fue nombrado teniente de Veedor General de todas ellas, "así de España, Nápoles y Sicilia entonces virreinatos españoles, como de las de particulares de Génova y otras partes que andaban a sueldo y servicio del Rey". Martín de Quijano fue "uno de los sujetos de carne y hueso a quienes Cervantes pudo tener, tuvo probablemente en memoria para delinear la peregrina e inmortal figura de su Hidalgo Manchego". Sobre el tema vuelve, con menor extensión, en El modelo más probable de Don Quijote (1918), el cual sería cierto Alonso de Quijada encontrado entre la parentela que en Esquivias rodeaba a la esposa de Miguel. Por cierto que en ese folleto recoge algunos párrafos y aun páginas de los preliminares del anterior: todo lo relativo a tomar como verdaderos los empecatados libros de caballerías, que a más de un "desocupado lector" le sorbieron el seso.

    La pregunta: ¿Se lee mucho a Cervantes? (1916), recibe respuesta negativa, con apoyo, a título de pruebas, en un puñadito de anécdotas. Pasa en revista don Francisco las obras cervantinas, en orden inverso al de su popularidad, desde Los trabajos de Persiles y Segismunda, que poquísimas personas han leído y, menos aún releído, hasta el Quijote, de todos mentado pero de no muchos, tampoco, a fondo conocido. Y expresa el voto de que en el centenario de 1947 pudiera decirse que Cervantes era el escritor de lengua castellana más leído. No cabe afirmar que tal voto se haya realizado. Lo cual, por lo demás, parece ser característica del voto...

    Finalmente, en Las supersticiones en el "Quijote" (1926), estudia las que Sancho posee o el Hidalgo comenta, aclarando a plena luz aquellas erradas suposiciones.

    De tal índole es la condición humana, que esa gigantesca y brillante labor no se ha visto exenta de críticas. Templadas algunas, como las Apostillas, comentarios y glosas al comentario del "Don Quijote" por D. Francisco Rodríguez Marín (Madrid, 1912), obra del distinguido cervantista don Juan Givanel y Mas. Acrísimas otras, e injustificadas, sobre las cuáles será piadoso correr el tradicional "velo del Olvido". No faltó quien le censurase por combinar, "sin demasiada armonía, el carácter erudito con el familiar", pues trae a cuento refranes, coplas y chascarrillos, cuyo origen popular les da preciado valor probatorio en cuestiones de léxico y de semántica. Se le acusó de adaptar notas de Clemencín; mas en las analogías, que el cotejo revela, ha de verse la obligada consecuencia de la unidad del asunto y de la identidad de las fuentes. Se le ha reprochado la abundancia de citas: pero él arguye: "de la erudición, como del dinero, sólo reniegan aquellos que no la tienen". Más justificado sería señalarle errores de pluma, por ejemplo: el de llamar Los Ángeles a esta Puebla de los Ángeles, o el de referirse al supuesto mozo de mulas como a "hijo del Oidor", cuando en realidad es aspirante a yerno de aquel magistrado. Algunos otros errores de la tercera edición fueron corregidos en la cuarta, pero subisten esos.

    A menudo, critica Rodríguez Marín a los comentaristas que pasan "bonitamente" sobre tal o cual frase o palabra del Quijote "haciéndose los distraídos, o dando a entender que es tan llana, que no ha menester nota" (II, XX.) Mas a él mismo puede hacérsele ese cargo, si bien contadas veces: a propósito de "las Alastrajareas", omisión remediada en la cuarta edición; o, en el capítulo XX de la segunda parte, el de las bodas de Camacho, cuando Sancho opina sobre las cualidades de Basilio: "habilidades y gracias que no son vendibles, mas que las tenga el conde Dirlos". Hay nota sobre la locución conjuntiva "mas que", equivalente a "aunque" o a "por más que"; y no la hay sobre "el conde Dirlos", personaje de un viejo romance respecto del cual da Rodríguez Marín referencia bibliográfica pero no explicación, quizás porque ésta se encuentra en el comentario de Clemencín, o acaso por considerarlo bastante conocido, ya que Guillén de Castro se basó en el mismo romance para componer su comedia El Conde de Irlos. Hízose el distraído o bien dio a entender que la cosa es tan llana, queno ha menester nota...

    También incurre en tal o cual error de interpretación. Así, en nota al capítulo XVII de la segunda parte, leemos: "Que, aun con el mediano reposo que pudo lograr por los años de 1610 a 1614, Cervantes no cuidaba de revisar ni pulir sus escritos es cosa patentísima por dos lugares del comienzo de este capítulo, pues contradicen a otros tantos del fin del anterior. Allí dijo que Sancho "se había desviado del camino a pedir un poco de leche a unos pastores", y aquí dice que "estaba él comprando unos requesones que los pastores le vendían". no hay tal contradicción, sino dos hechos consecutivos: Sancho se acerca a los pastores para pedirles leche; pero advierte, o le dice, que tienen requesones, y muda su primer propósito, o tal vez compra los requesones después de haber bebido la leche. El reparo es tanto más de extrañar cuanto que en otras ocasiones Rodríguez Marín percibió sagazmente parecida sucesión de hechos, por ejemplo, en el episodio de la mula muerte.

    Bien se me alcanza que ponerle "peros", según suele decirse, a tan avisado erudito, a comentador tan competente, puede parecer pretensión insufrible. Mas, como en su sabroso Apéndice a El Cachetero del Buscapié dice don Cayetano Alberto de la Barrera (p. 183), "tal vez un ínfimo talento advierte lo que no han observado muchos sabios".

    Otro cargo se creyera, a primera vista, de mayor cuantía y más merecido: el de que, "con superioridad magistral" -palabras de un reciente impugnador-, cree encontrar en el Quijote "más" de lo que vio Cervantes", el cual "no acertó a ver lo mejor, lo más espiritual, de su creación, y son los lectores de todo el mundo, entre ellos el comentarista, claro está, quienes han descubierto lo mejor del tesoro". La acusación no es calumniosa, pero sí injusta; basta aducir como pruebas, relevantes del cargo, un par de frases del insigne cervantista:

    Tocante a la supuesta "superioridad magistral". "Por fortuna, es tan limitada y humilde la misión de un anotador de los pasajes cervantinos, que con poco que él haga, si su voluntad fuere buena habrá salido del paso aún quizás algo airosamente". (En el apéndice titulado La lectura de los Libros de Caballerías).

    Tocante al meollo de la acusación: "Los autores, aun durmiendo, suelen saber más en lo que escribieron que sus comentadores y críticos, por muy despiertos que estén o se imaginen. Pero ¡cuán a menudo echaron en olvido cosa tan clara los anotadores de Cervantes! Y ¡qué fácil y cómodo es achacar a ignorancia o descuido propio!" (En nota al capítulo L de la segunda parte).

    La causa queda juzgada.

    Todos esos reproches, y otros más, ejusdem furfuris, no pasan de ser minucias. Lo capital es que el sapientísimo erudito proyectó sobre el texto la "luz, más luz" que don Marcelino Menéndez y Pelayo pedía para el libro inmortal, "luz que comience por esclarecer los arcanos gramaticales y no deje palabra ni frase sin interpretación segura, y explique la génesis de la obra, y aclare todos los rasgos de costumbres, todas las ilusiones literarias, toda la vida, tan animada y compleja, que Cervantes refleja en sus libros".

    A medida que se releen las notas y los folletos de Rodríguez Marín sobre Cervantes -estos últimos recopilados en 1947 bajo el título global de Estudios cervantinos- más se aquilata y aprecia su portentosa labor. Acerca de ella, sólo un juicio citaremos, para no alargar esta lectura: el del ilustre crítico mexicano don Francisco A. de Icaza: "En sus estudios y descubrimientos, más que su paciencia de erudito hay que admirar su sagacidad de investigador. Si su diligencia acopió los materiales trabajando sobre la propia indagación, su poder evocador de artista reconstruyó lo derruido y revivió lo pasado".

    En los folletos y en las notas y apéndices a sus ediciones críticas del Quijote, en sus prólogos y comentarios a otras obras cervánticas, en sus numerosos, amenísimos artículos, en cuanto escribió su prolífica pluma, a la inmensa erudición y a la perspicacia del análisis-y, en la obra lírica o de imaginación, al don de inventiva-, alíase el atractivo del estilo correctísimo, muy desembarazado y suelto, sazonado con sales andaluzas y con cierta elegante impregnación de arcaísmo, que se dijera debida al asiduo comercio de los clásicos.

    Casi nonagenario falleció don Francisco Rodríguez de Marín, en 1943. Mas, como el tranquilo Horacio, no todo él murió y algo de su ser esquivóse de Libitina.
 
 
 

 


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