El Quijote y los enquijotados
 
 
 
 

La atareada multitud de eruditos que consagraron sus desvelos a clarificar lo oscuro del Quijote halla su contrapartida en el inquieto pelotón de los "enquijotados", como donosamente llamaba don Francisco Rodríguez Marín a quienes emplearon su actividad en obscurecer lo claro del admirable libro. Todos pueden tomar por lema de sus trabajos -o de sus desvaríos- palabras del propio Don Quijote: "Y así debe de ser mi historia, que tendrá necesidad de comento para entenderla".

    La entendieron a tuertas aquellos que gustan de buscarle cinco pies al gato -que no tres: éstos se los encuentra cualquiera-. Inficionólos la locura del hidalgo y dieron por aciertos de la perspicacia lo que era descarrío de la imaginación. No se crea que ello fuese novedad de tiempos cercanos al nuestro; mucho más hemos de remontarnos, hasta mediado el siglo XVIII; cuando un linajudo inglés, Charles Jarvis, dio a la estampa en 1742 una traducción de la sabrosa novela -decía en 1872 don Francisco María Tubino, en su estudio intitulado Cervantes y el Quijote- y se obstinó en atribuir a Cervantes las ideas morales y religiosas que él mismo profesaba. Pretendía descubrir en aquel libro -informaba a su vez don Leopoldo Rius en su excelente Bibliografía crítica de las Obras de Miguel de Cervantes Saavedra, publicada de 1895 a 1904- alusiones y sátiras demagógicas y anticlericales.

    El esoterismo, esto es, la inclinación a ver un significado oculto en todo aquello que Cervantes refiere, adquirió vigor y lozanía a lo largo del siglo XIX y proliferó como plantas silvestres en terreno baldío.

    Difieren sus adeptos en las modalidades de la interpretación, pero coinciden en tener al insigne alcalaíno por hombre de "ideas avanzadas", con desdén de cuanto acerca de su piedad nos dicen los biógrafos. Esto equivale a motejarle de hipócrita que; so capa de entretener al lector con el relato de las burlescas aventuras de un loco, atacó en forma encubierta, bien embozado, a las más altas y respetables instituciones de su tiempo. ¡Curiosa manera de elogiarle! Deja ello ver de qué pie cojean los esoteristas. Algunos alcanzaron la celebridad, de tal manera la desmesura y complicación de sus teorías sorprendieron.

    Don Adolfo Saldías, en Cervantes y el Quijote, publicado en 1893 en Buenos Aires, sostuvo que el insigne escritor "fue un demócrata convencido, y que Don Quijote representa la aristocracia conservadora y Sancho la democracia pura", dice don Eduardo Benot en su Estudio acerca de Cervantes y el Quijote, editado en 1905.

    Don Miguel Cortacero y Velasco puso en varios libros los frutos de sus lucubraciones, de las que bastará a dar idea el título, prometedor, de uno de ellos: Cervantes y el Evangelio; o el Simbolismo del Quijote. Se publicó en Madrid, en 1915. En 1916, don Juan Francisco de la Jara y Sánchez de Molina, que adoptó el arábigo seudónimo de Hamete Aben Xarah el Beturaní, añadió a la segunda parte del Quijote un capítulo encaminado a desentrañar el misterio que él creía vislumbrar en el hombre de Tirteafuera. Sabido es que así se llama el pueblo donde nació el doctor Pedro Recio de Agüero, médico gubernamental en la Ínsula Barataria. El libro en que el comentarista expuso sus opiniones lleva el instructivo título de Estudio histórico-topográfico de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, deducido de su lectura y aplicando las leyendas de importancia) tres sucesos y las consejas populares de la región Beturania, con conocimiento exacto del terreno que describió Cervantes, donde la tradición conserva los nombres que justifican los pasajes más culminantes de esta fantástica obra. Hay, como se ve, equivalencia de longitud entre ese título de cincuenta y cinco palabras y el nombre y seudónimo del prolijo autor. Aclararemos que Beturania o Beturia es el antiguo nombre de la región española comprendida entre los ríos Guadiana y Guadalquivir.

    A don Benigno Pallo le cupo la turbia gloria de superar en extravagancia a todos los demás esoteristas. Bajo el seudónimo de Polinous publicó en 1893 una descabellada Interpretación del Quijote, en el que ve "una invectiva contra los libros sagrados y sus derivaciones", dice Rius. Según Polinous, Dulcinea representa a España, Maritornes a la Iglesia, Don Quijote y Sancho al pueblo en lucha contra el absolutismo de los monarcas y contra la opresión dogmática sobre la conciencia. ¡Nada menos!

    Casi todas esas arbitrarias interpretaciones tienen por deleznables cimientos revesados, cojos cuando no adiposos, esto es, faltos de letras o con letras añadidas, sistema que permite descubrir cuanto se busque, en no importa qué texto. Rodríguez Marín, que aunaba a la pasmosa erudición al acicular ingenio, recordaba a este respecto un chascarrillo: cierto devoto de San Antonio de Padua ponderaba como prodigo el hecho de que barajando las letras de aquellas cuatro palabras, quitando algunas y poniendo otras, clarito se leía: "La Santísima Trinidad".

    Se creyera en nuestros días, aclarado el texto del libro inmoral mediante los doctos trabajos de Rodríguez Marín, analizada totalmente su importancia y significación merced a los sagaces y profundos estudios de Valera y Menéndez Pelayo, de don Américo Castro y don Salvador de Madariaga, se habría extinguido la raza de los esoteristas. No es así: de 1947, año del cuarto centenario del nacimiento del genial escritor, son un ensayo en francés que le presenta como fundador del libre-pensamiento, y otro, en nuestro idioma, donde se examina a Don Quijote y a Sancho a la bermeja luz del Materialismo Histórico.

    Adrede hemos pasado en silencio hasta ahora los dos nombres más célebres de la ilusa cohorte de esoteristas: Benjumea y Villegas; pero de tal magnitud fueron sus fantasías que cada uno capítulo por sí merece.
 
 
 

Mayo de 1955
 

 


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