Cervantismo descarriado
 
 
 
 
 
    Sabido es que la interpretación del Quijote ha dado pie a no pocos maniáticos para lucubraciones
sorprendentes por la extravagancia de la invención y, sobre todo por la pertinencia con que se mantienen en el error. Pero más desconcierta que otros apliquen la fertilidad de su magín a enredar la biografía de Cervantes. Ello supone olvido casi total de la documentación existente, cuando la alucinación no lleva hasta alterar los hechos bien sabidos, torcer hacia lo absurdo los que se conocen mal y dar por verdades incontrovertibles conjeturas muy aventuradas sobre lo que se ignora.

    La palma en tal cervantismo descarriado le corresponde a don Atanasio Rivero, que en 1916 alcanzó ruidosa notoriedad. Era asturiano. A lo largo de viajes por Cuba y México nació en su mente una idea peregrina: Cervantes encerró en su obra maestra, en forma anagramática, pormenores de su vida tergiversados antes o desconocidos, y revelaciones sobre sus malquerientes; algo así como sus "Memorias" secretas. Rivero, sin descifrar la clave con que creía descifrar el texto escondido, publicó en un diario de Madrid los resultados a los que decía haber llegado. Sus artículos levantaron grandísimo revuelo. Ganó adhesiones, al punto de agasajársele con un banquete; pero también menudearon las réplicas, que un editor avisado reunió en un volumen: El secreto de Cervantes. Don Atanasio era combativo y no escatimo las contrarréplicas. Poco después recogió en un libro cuanto constituía su tesis. Lo intituló Memorias maravillosas de Cervantes. El crimen de Avellaneda. Púsole prólogo don Domingo Blanco, director del semanario Los Sucesos, especializado en, "la nota roja". A tal son, tal acompañamiento. Encontrar ejemplares del libro es ya difícil. No holgará, por lo tanto, comentarlo con motivo de sus cuarenta años. Principiaremos por exponer uno de sus principales antecedentes.

    Los Cervantistas saben que en 1867 don Gerónimo Morán dedicó un capítulo de su Vida de Miguel (de) Cervantes Saavedra -editada en Madrid por la Imprenta Nacional, en un tomo, para acabalar su monumental edición del Quijote- a comentar una Real Provisión hallada en el Archivo de Simancas y fechada en la capital española el 15 de septiembre de 1569. Se daba en ella orden a Juan de Medina, alguacil, para que "con vara de justicia" (salvo en los nombres de personas, modernizamos la caprichosa ortografía), buscase "en la ciudad de Sevilla y en otras partes" a "un Myguel de Zerbantes, ausente, sobre razón de haber dado ciertas heridas en esta corte a Antonio de Sigura, andante en esta corte". El heridor había sido procesado en rebeldía y condenado "a que con vergüenza pública le fuese cortada la mano derecha, y en destierro de nuestros reinos por tiempo de diez años y en otras penas". Medina debía prender "el cuerpo del dicho Miguel de Zerbantes, y preso, con los bienes que tuviere, y a buen recaudo" había de llevarlo a la cárcel madrileña, donde los Alcaldes de Casa y Corte proveerían "lo que sea justicia". No se a encontrado el proceso que dio origen a tal mandamiento, ni se sabe en qué paró la pesquisa encomendada a Medina.

    Morán supuso que Antonio de Sigura pudo ser un alguacil, y su heridor, el joven poeta que un tercio de siglo mas tarde escribiría el Quijote. Rivero lo dio por seguro, y una de las revelaciones que creyó extraer del libro sin par es la confesión de aquel cruento episodio. Don Francisco A. De Icaza, en su docta y amena obra titulada Supercherías y errores cervantinos, rebatió el aserto: "El más grotesco de todos esos cuentos -dijo- es el del alguacil que va a prender a un embajador del Papa con pretexto de haberle faltado a un hijodalgo", y no lográndolo, intente matar con un "ororoso fierro ardiendo" a Miguel de Cervantes, criado del embajador, quien se ve obligado a darle la muerte con el auxilio de su hermano Rodrigo". ¡Nada menos que todo eso! Demuestra Icaza que se llamaba "andante en corte" al forastero, no domiciliado en ella. Por otra parte tres meses después -el 22 de diciembre de 1569-, el padre de Miguel pedía una información de hidalguía en favor de su hijo e indicaba que a la sazón era "Estante en corte romana". En efecto, servía allí al cardenal Aquaviva. ¡Iba el padre a denunciar así el paradero de su hijo, si éste hubiese sido el prófugo sentenciado! La argumentación de Icaza disipa en homonimia la sospecha.

    Otros disparates grosísimos quiso Rivero hacer pasar como descubrimientos. Así -apunta Icaza- un supuesto reto de Cervantes a Lope de Vega, entre 1580 -año en que el futuro "Fénix de los Ingenios" tenía dieciocho- y 1584; o, en 1605, "fantásticas maldades" de don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza. Una por una, sus aseveraciones fueron desmoronadas por Rodríguez Marín, Icaza y otros cervantistas de pro, que demostraros los indiscutibles anacronismos en que incurría y la ignorancia con que ponía bajo la pluma de Cervantes palabras que no son del léxico de su época o describían normas legales que no existían entonces.

    Por si no fuese bastante lo que Cervantes dijo, tuvo por cierto y averiguado que éste reveló su "traza" al conde de Lemos, y que debido a indiscreciones del prócer la conocieron rivales de Miguel, entre ellos el incógnito Avellaneda. Por su puesto, dado a descubrir enigmas, no titubeó en afirmar que, aplicada "la traza" cervantina al Quijote espurio, quedaba patente que sus autores fueron Gabriel Leonardo de Albión -hijo del poeta Lupercio Leonardo de Argensola- y el dramaturgo don Antonio Mira de Amezcua.

    Diz que por amor a la verdad soltó Rivero tantas mentiras. El mismo propósito le movió a estirar a mas no poder hechos sabidos, con la consiguiente deformación. Fácil es suponer a donde llega cuando trata de las difíciles cobranzas y enredadas cuentas que llevaron al modestísmo alcabalero a injusta prisión; o cuando recuerda cómo las mujeres de su familia ganaban el sustento con la aguja, la lejía y la plancha; o cuando divaga acerca de Isabel de Saavedra, la hija natural de Cervantes.

    Pompas de jabón fueron las supuestas revelaciones; pero antes de que soplos vigorosos las disipasen, bastaron a elevar a su autor a un puesto, a la zaga en la cohorte de vanidosos encabezada por Eróstrato.

 


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