Pinturas de Tablada
 
 
 
 

 Cuenta José Juan Tablada en La feria de la vida único tomo editado de sus Memorias, que en su adolescencia tuvo la ambición de ser pintor. En tal sentido parecieron encausarse, por cierto tiempo, sus actividades. Se conservan algunas de sus primeras acuarelas a la par incorrectas y espontáneas, con todas las deficiencias de composición, perspectiva y colorido propias de tal edad. Son paisajes, probablemente pintados en la hacienda tlaxcalteca donde el niño paso temporadas; imaginado que muestra una ancha cascada. Hay también, acaso caricaturesco, un jinete entre nubes de polvo.

     El Castillo de Chapultepec, donde el mozo había de ser cadete del colegio Militar, está bosquejado en una acuarela fechada al reverso: "Domingo 12 de julio de 1884". Poco más de trece años tenía el inexperto pintor. Se ve en primer término el acueducto, con diez arcos y medio, escárzanos, considerablemente más anchos -habida cuenta de la escala- que los subsistentes; y por encima de la arboleda de vasto edificio, que el Caballero Alto domina.

     Tablada produjo muchos dibujos a lápiz, realzados a la acuarela con levedad. Son, por general, de muy pequeño tamaño: apenas el de tarjetas postales, a lo más de la carta comercial. Los que compuso para ilustrar su libro: Un día..., están en pedacitos de papel cuadrados de papel Wattman; el dibujo ocupa un círculo del tamaño de un peso de aquellos de gorro frigio, rayos solares y balanza de la Equidad. Es tan sólo un bosquejo; el colorido, una indicación. Comparado con las estampas, se advierte que para grabar los clisés fue necesario retocar y afirmar el trazo de los originales, en las calcas de ellos sacadas. No están coloreadas esas ilustraciones en el libro.

     Las más de las pinturas de Tablada tienen solamente valor documental. Quiso recoger una impresión, atraído por un contorno o por un matiz. Quiso recordar más tarde el escenario de horas felices. Así, por ejemplo, la acuarela que muestra una encrucijada en Bronxville -a poca distancia al poniente de Nueva York- vista desde una ventana del Hotel Gramatan, el 9 de septiembre de 1921. Hay dos casitas, al fondo de jardines. En la calzada rueda un automóvil cuya carrocería, entonces "moderna", hoy nos parece vetustísima. Las sombras de los árboles azulean el pavimento.

     Valor documental posee, asimismo el boceto que muestra a la esposa del poeta durante las vacaciones en las montañas Catkill: grises desleídos, suaves seres, pálidos verdes: y vivísimo el toque de carmín de los labios. Hay rasgos anecdóticos, al lápiz: dos margaritas, una mariposa, una hormiga. Veraniego es también el dibujo acuarelado de 1923 donde se ve, en perspectiva caballera, mi estudio en el bungalow Bryaciffe. Se adivina exacto. Todo está apuntado con el obvio propósito de guardar el recuerdo. La minucia de los detalles revela que pintarlos fue esparcimiento: no falta ni una raya de color en el sarape saltillense echado sobre el diván. Detalle curioso en las dos esquinas superiores y en el margen izquierdo, el artista pintó tres grandes lagartos, color de naranja.

     En el artículo Tablada y la Micología, publicado el 7 de julio de 1954, descubrí los dibujos acuarelados con que el escritor deseaba ilustrar su libro Hongos mexicanos comestibles. Son cuarenta y siete. Los conserva, junto con el texto, inédito, la Academia Mexicana, de la que Tablada fue miembro de número.

 En su Diario de un artista asimismo inédito, diversas páginas están enriquecidas con un croquis a lápiz o con una pequeña acuarela, manera de retener más objetivamente que describiéndolo, el recuerdo de un objeto, de un recinto o de un paisaje.

    Dibujado con lápices de colores, tengo a la vista un bello retrato dibujado en 1922: el de la señora esposa del poeta. Está hecho con lápiz Conté, realzado de rosa el rostro, al que el tono del papel de ambarino matiz. Dos toques verdes sugieren el vestido. El perfil destaca sobre un fondo obscuro, hecho asimismo con lápiz Conté.

    La mejor de las acuarelas de Tablada que me ha sido dable contemplar, en su ilustración para el admirable poema "Los Pijijes". Ocupa apaisada, los dos tercios de una hoja de 25 por 16.3 cm. En el espacio o sobrante se leen el título y las tres primeras estrofas, escritos en mayúsculas con tinta negra. Hay inversión en el orden de los dos primeros versos. El décimo tercero aparece intercalado. Es muy fina la acuarela, exacta de matices, expresiva. Los ánades no están “los dos parados en un pié / con el rojo pico escondido / bajo el ala negra y café”: ambos tienen al aire la cabeza vivísimo el ojo, y sólo uno se mantiene en aquella postura que el poeta calificaba de "estillista" , pintó asimismo, óleos y uno de ellos, fechado en 1925, se reprodujo en fotograbado en el libro de la señora Nina Cabrera de Tablada, titulado José Juan Tablada en la intimidad donde también se incluyó un delicado retrato de la autora dibujado a lápiz por el poeta que la Universidad Nacional Autónoma de México editó en 1954 en su colección "letras". Está compuesta a la manera de los "retablos" con que el pueblo da testimonio de voto de algún milagro; pero su ingenuidad es intencional, fruto del arte. Representa la llegada a Manila del Periquillo Sarniento, y que lleva al pie el título e inclusive la indicación del tomo y capítulo de la novela Manila se ve en perspectiva caballera, que la hace parecer a flanco de montaña. Al ras del horizonte, entre espesas nubes, en medio del sol inmenso, rodeado de un resplandor y de tres halos sombríos, se dijera profética anticipación de las explosiones atómicas en el Océano Pacífico. La interminable escala de cuerdas en la nave de perico sesga el lado derecho de la composición. Se ve aparte del navío. Hay otras embarcaciones en el mar. Y en borde inferior, de perfil, en chaleco, de calzón corto y media blanca, el sombrero en la mano, al hombro el casaquín, Periquillo se sale del cuadro: su pie izquierdo con zapato de alto y delgado tacón, está ya en la franja reservada al título. ¿Adónde le conduciría un paso más...? El original de ese "boceto al óleo" -según indica una nota manuscrita al reverso de la fotografía que poseo- se halla en poder de Schenill Schell. Para don Genaro Estrada hizo el autor una réplica.

     Pinturas de aficionado son las de Tablada, forzoso es reconocerlo. Otro era el camino que había de seguir el gran artista; mas no se apreciará certeramente su inquietud estética si se omiten esas significativas manifestaciones.
 
 
 

 Agosto de 1956
 

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