Los dos “Florilegios”
 
 
 
 

El consenso general tiene el Florilegio por el más famoso de los libros de versos de José Juan Tablada. Trátase de la segunda edición, sacada a luz por la casa Bouret en 1904-en el mes d enero, a juzgar por el hecho de que el brillante prólogo de Jesús E. Valenzuela fue inserto en el número de Febrero de la Revista Moderna, con la nota de que el volumen estaba a la venta en dicha librería, sita en la calle del Cinco de Mayo, 14-. En toda buena biblioteca mexicana hay un ejemplar, incluso -y no es poco decir- en algunas bibliotecas públicas. Tal cual vez se le encuentra listado en los catálogos de libros de ocasión.

    A nuestro conocimiento nadie ha indicado las erratas sustanciales que esa edición contiene. Tablada rectificó tarde los poemas recogidos en la antología preparada y prologada en 1936 por quien esto escribe y que por azares diversos no vio la luz pública sino hasta 1943, dos años antes de la muerte del poeta. Por cierto, que efectuada esa edición sin que ni el autor ni el antólogo hubiesen podido revisar las pruebas de imprenta. Los mejores poemas de José Juan Tablada salieron con imperdonables negligencias tipográficas. Fue omitido el índice, y el hermosísimo Ónix sufrió tales trastrueques de versos, que Tablada, en carta del 12 de mayo de 1943 decía sentir “la amargura del padre a quien le nace un hijo deforme, maltrecho, lleno de cicatrices, que releva su ilustre esencia sólo por la mirada inocente y luminosa. “Los defectos del libro son tanto más deplorables cuanto que en él figuran poemas antes no recogidos en volumen. Algunos de ellos, no publicados en revistas, eran totalmente inéditos. Esa antología vino a ser el testamento literario de Tablada.

    El Florilegio editado por la Viuda de Charles Bouret puede ser considerado como un libro nuevo, de tal modo presenta variantes y, sobre todo, aumento respecto de la primera edición, aparecida en 1899. Ésta era en 12º, de 96 páginas; la de 1904 alcanzó 204 páginas en 8º. Escasamente conocido es aquel librito, y el motivo lo apuntó Amado Nervo en el breve comentario con que en Noviembre de 1899 lo acogió, pocos meses después de publicado: “La edición, pequeña, como para los que piensan alto y sienten el arte, que son pocos, esto probablemente a punto de agotarse”.

    Corta cantidad, en efecto: quinientos ejemplares. En la página dos se indica: “ejemplar número...”; ¡los guarismos habían de ponerse a mano! La obra es ya tan rara, que quien esto escribe ha pasado años buscándola; no existe en las bibliotecas públicas o privadas cuyos catálogos le fue dable consultar. Recientemente, un docto crítico -cuyo nombre omitimos para librarlo de curiosidades importunas como la nuestra- nos dio el contento de prestarnos su ejemplar, que perteneció antes a la librería de otro destacado bibliófilo, ya fallecido, el Lic. Carlos de Gante, cuyo ex libris conserva.

    El tomito, encuadernado, carece de portada, obra de Ángel Pons según indicación de la falsa portada. La impresión, bastante pulcra, fue hecha en la tipografía de Ignacio Escalante, instalada en la casa número 3 de la calle del Hospital real, desaparecida al ser prolongada y ampliada la avenida de San Juan de Letrán. Lo ilustra un doble retrato de Tablada, estampado en papel cuché y dibujado a lápiz por Julio Ruelas; lleva la fecha: 98. Arriba, el perfil izquierdo; abajo, la cabeza vista de tres cuartos la derecha. Tiene el poeta el mechoncillo oblicuo sobre la frente, el bigote a la borgoñona y la “mosca “debajo del labio inferior, rasgos mediante los cuales acentuaba su parecido con el escritor de todas sus preferencias, su admirado -más aun: reverenciado- Edmundo de Goncourt. La oreja derecha es puntiaguda en la parte superior, a la manera faunesca, y su forma es un tanto romboidal; el bigote no está bien arriscado. Tales deficiencias explican por qué, para la segunda edición, Ruelas retocó con tinta el retrato principal, fechándolo de nuevo: 1903.

    El libro, carente de prólogo, está dedicado “A Alberto Ituarte. A Jesús E. Valenzuela. A Domingo Arámbulo”. Tablada no mantuvo la dedicatoria en la segunda edición. Contiene 33 composiciones, agrupadas en: Gotas de Sangre, Poemas Exóticos y Hostias Negras. En 1904 fueron 87, con cinco nuevas selecciones: Los admirables Sonetos de la Hiedra, los Poemas, las Platerescas. Las Dedicatorias y la Musa Japónica, donde además de los bellísimos serventesios intitulados Japón -antes clasificados entre los Poemas Exóticos-, figuran las composiciones y paráfrasis escritas durante el viaje del poeta al País del Sol, en el verano o principios de otoño de 1900, las más de ellas fechadas in situ: Kamakura, Yokohama, los jardines del Bluff en esa ciudad y los parques de Uyeno y de la Shiba en Tokio.

    Los ágiles tercetos octosílabos y monórrimos intitulados Musa Japónica pueden verse como los precursores de los “poemas sintéticos”, a la manera de los hai-kai japoneses, que Tablada introdujo años después en la poesía de lengua española.

    Salvo dos, los poemas de la primera edición fueron retocados al pasar de nuevo a la imprenta. A menudo sólo se trata de pormenores de puntuación. Otras veces se advierten cambios de palabras. Tal cual vez modificado es un verso entero, incluso una estrofa. Todas esas variantes constituyen innegables mejorías. No es este el lugar apropiado para ennumerarlas, ni tampoco para pormenorizar los cambios introducidos por el autor en la agrupación de los poemas. De notar es que los signos de interrogación y de admiración aparecen usados en 1899 con arreglo a la ortografía española, en tanto que en 1904 falta el signo de apertura, norma galicista a la que Tablada siguió fiel durante el resto de su existencia. Acaso ello se debió al hecho de haber sido impreso el libro en París, pero es más probable que tales supresiones se debieran a una decisión del poeta.

    En su prólogo -que ilustra un fauno músico, dibujado por Ruelas en 1896-, Valenzuela hizo alusiones transparentes para los coetáneos de ambos poetas, pero que los lectores de nuestros días tal vez no acierten a interpretar sino es de modo hipotético. Al éxito sonadísimo del libro alude Valenzuela en su poema Añoranzas, cuyos primeros versos son significativos: “Con José Juan Tablada, la pedrería / derramóse en estuches y escaparates”. Han cambiado los gustos literarios, y el propio Tablada abrió nuevos caminos a la lírica mexicana; pero el brillo cristalino y versicolor de los poemas reunidos en el Florilegio nada ha perdido de su intensidad y limpidez.
 
 

    Junio de 1961
 

 


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