"No era, dice el poeta Paul Dermée en un penetrante estudio, el sentimiento cristiano el que le turbaba en ese momento, sino la emoción eminentemente lírica que la fábula hace nacer en todas las lamas estremecidas". Sea como fuere, esos detalles tienen importancia en la biografía de Apollinaire: insistía particularmente sobre ellos para defenderse de las insinuaciones que le achacaban ascendencia judía, alegado también contra ese cargo las medallas y escapularios que llevaba al cuello. A tal punto le irritaba, que envió a sus padrinos -el novelista Jerónimo Tharaud y el pintor Claudio Chéreau- al director de la revista Ahora, Mr. Fabian Lloyd, un inglés que escribía con el seudónimo de Arthur Cravan, a causa de haberle tratado éste de "judío" en un artículo sobre la Exposición de Pintores Independientes. El duelo no se efectuó porque el asunto arreglóse a satisfacción del poeta mediante un acta que redactaron los padrinos. Apollinaire refiere el caso en la revista Mercurio de Francia del 16 de marzo de 1914, en la sección La vida anecdótica que redactaba desde 1913.
Muy piadoso vestido de blanco y azul
nada amaba tanto como las pompas de la iglesia
y salía de dormitorio a escondidas para rezar en la capilla.
Tal susceptibilidad -que en nuestra libre América puede parecer
extraña- se explica cuando se recuerda que en varios países
de Europa son aún más o menos mal vistos, no
tanto por razones religiosas, como pudiera creerse, cuanto por desviado
sentimiento patriótico y por la antipatía que les ha valido
el ejercicio, durante la Edad Media y el Renacimiento, del agio y la usura
en vastas proporciones. En Francia, además, subsistían aún
en tiempos de Apollinaire los últimos rencores del antisemitismo
que despertó el Proceso Dreyfus a fines del siglo precedente.
De su educación religiosa conservó el poeta un fondo de misticismo,
y quizás pueda verse en ella el origen del "gusto por
la batalla teológica" que inspira algunos de los originalísimos
cuentos del Heresiarca y Cía.
Apollinaire escribió sus primeros versos a los trece años.
Comenzó firmándolos con el seudónimo de Guillermo
Macabro, pero poco después adoptó el que había
de inmortalizar. Sin embargo, hay poemas suyos firmados por Wilhelm
Kostrowitzky. Marca la obra de sus comienzos la influencia de Rimbaud,
"de quien, dice el poeta Luis Thomas, guardará siempre el
ardor e ímpetu de la imagen".
Apollinaire empezó su juventud viajando. No es posible seguirle
en sus peregrinaciones, mal conocidas. Llegó a París en 1898
y ganó difícilmente su pan durante varios años. Una
estancia en Loyd la empleó en "inmensas lecturas". En 1902 estuvo
en Bohemia, como revela en la primera línea de su cuento El
pasante de Praga, con que comienza el libro antes citado. Ese viaje,
que le llevó además por Walonia, Renania y Baviera
-en donde fue durante algún tiempo modesto preceptor- le inspiró
parte de los mencionados cuentos. Pretendía haber viajado a pie
y sin dinero, y contaba que en Praga durante dos días no comió
más que un quesito camembert.
Para quienes personalmente no le conocimos -y la buscamos, por tanto, a
través de su obra con simpatía que el misterio sazona
con un grano de especia- forzoso es acudir a los que de él han contado
sus amigos, y pizcar aquí y allá un detalle típico,
una confidencia reveladora, una anécdota significativa, para intentar
revivir la imagen del gran encantador que fuera Apollinaire. Sus
amigos insisten, sobre todo, en su particular don de simpatía.
¡Grande debió ser para dejar en torno a su memoria tanto
fervor ! Es siempre muy difícil precisar en qué consiste
esa misteriosa atracción que ejercen ciertos caracteres. De
Apollinaire trata de explicarlo el crítico Marcelo Hiver. "Primeramente,
dice, un aire grande, calmoso, seguro de sí mismo, un
acento particular, una sonrisa de indefinible gracia y un no sé
qué distante a pesar de la cortesía; después,
su arte de las conversaciones estimulantes, inquietantes, la atrayente
frialdad de su espíritu ágil y variado, sus dotes de
extraordinario equilibrista intelectual, y quizás algo, en fin,
del famoso "encanto eslavo". El poeta Juan Royére completa
la explicación: "Había conservado todo el frescor,
el entusiasmo y la potencia de la infancia adorable: algo había
en él un poco librado al azar y desordenado. la influencia de la
herencia materna es evidente en su gusto por lo raro; de ella tenía
sin duda el lado "niño" de su carácter; ella explica sus
aficiones por lo exótico, sea la "invención" de la escultura
negra, sea la fervorosa defensa del cubismo, su gula de prior de
novela picaresca, su amor por el atrezzo romántico de la noche,
sus predilecciones literarias: declaraba siempre no haber leído
a los autores modernos, pero devoraba los innumerables volúmenes
del folletinesco Fantomas y no acababa nunca ni de explicar sus
aventuras ni de elogiar la obra.
Con la intuición de los elegidos mediante los cuales la verdad se
filtra hasta el hombre, Apollinaire descubrió el secreto del
"paréntesis": la creación de estados nuevos del espíritu.
"¡Ah, que la vida es cotidiana!" suspiraba Laforgue. ¡Cómo
la vida es lenta y cómo la esperanza es violenta !" repite en eco
Apollinaire, treinta años después. Su estética,
su filosofía, es romper lo cotidiano, acoger con alborozo todos
los cambios que nos brinde la vida y, por supuesto, provocarlos.
Que sean más o menos buenos, es secundario: serán nuevos
y ese es su aliciente. Observemos que es sólo la novedad lo que
alimenta y sostiene a ese arte encantador: la Moda. Y, sin disculparlo,
acabamos por comprender al griego que se irritó por oír apodar
constantemente "el justo" a Arístides. Nada más exasperante
que la perpetua repetición. Nada más insufrible que
lo monótono. por eso, estar siempre en perenne partida, remozarse
el alma cada día, gustar y entender la lección del humo y
de la nube, es ser poeta. Poeta es quien, aunque no escriba poemas, crea
paréntesis de irrealidad, de "suprarrealidad" en lo cotidiano. Claro
es que sin adyuvante: volver el alcohol o las drogas trampolín para
saltar de lo real al mundo de la fantasía, es hacer trampa
y, mucho más grave, nivelarse a la plebe y a los candidatos
a las colonias penales. Y creer que así se pueda ser un gran poeta
es un engaño, que el genio puede acaso vencer pero donde el
sólo talento parece más o menos pronto. ¡Deplorable
ejemplo de Verlaine, que volvió poco menos que peleles sin
voluntad y esterilizó a tantos poetas postmodernistas!
Apollinaire creaba, pues, espontáneamente, amplios paréntesis
de "suprarealidad" en su vida, paréntesis a los que Billy ha llamado
"el estado de espíritu apolinario". Son, dice "una burla sin hiel
expresada con grandilocuencia en un estado de libre exaltación espiritual,
una embriaguez lírica, un acorde sutil e ingenuo con todas
las cosas, una comunión fraternal y alegre con el universo. Apollinaire
amaba así, añade, la alegría, y su espectáculo
no le bastaba; siempre se esforzaba por tomar parte en ella; amaba el sol,
el ruido, las risas, las palabras vulgares y sabrosas del pueblo, y la
charla con los obreros.” Y otro amigo, el poeta Fernando Fleuret: "en los
cafetines singulares que conocía, ilustrados por la calidad de tal
licor o por recuerdos literarios -aquí, Moreas le había
hablado de su padre y de su casita de Grecia rodeada de olivos; allá,
se embriagó Verlaine; en aquel rincón el autor de Ubu
rey, Alfredo Jarry, había vertido el tintero en su ajenjo-,
se interesaba por las conversaciones de los bebedores en el mostrador,
acabando por imaginar acerca de ellos fantásticas aventuras policíacas".
Las chispas de su risa doraron el fondo de su vida, diríamos con
un verso suyo.
Como en su obra, puso a puñados en ella el don de su hada
madrina: la fantasía. La biografía de Apollinaire es una
larga anécdota. ¡Bienaventurados los artistas que tienen leyenda,
porque de ellos será el reino de la gloria! Un gajo de laurel ciñe
ya la frente estrellada del poeta de Alcoholes por encima de su
"aparato telefónico" de trepanado. Y ante esa imagen sentimos la
envidiosa y sonriente simpatía que inspiran quienes supieron abandonar
el polvoso y trillado camino e ir, ligeros y alegres, a campo traviesa.
En rigor, nadie conoció completamente a Guillaume Apollinaire,
"porque ante todo, dice Fleuret, trataba de seducir, y para agradar
mejor se identificaba con su interlocutor. Encontrábamos un poco
de nuestros pensamientos en los suyos y, a veces, de nuestras cartas en
sus artículos". Y Andrés Salmón -el eminente
poeta y crítico de arte, íntimo amigo suyo desde que se encontraran
en el otoño de 1903 en un cafetín del Boul Mich’-,
pintando en su estudio La vida de Apollinaire el aprendizaje del
poeta como maestro de escuela, dice: "Ya desde entonces gustaba Apollinaire
de cierto misterio". ¡Ese misterio sin el cual no hay poesía!
Erudito profundo -en libros raro, aunque ignoraba la obra de indiscutibles
glorias-, acaso haya querido dejar a las curiosidades de
los eruditos futuros, temas para las fiebres reposadas de la
busca y para las voluptuosidades tranquilas del descubrimiento bibliográfico.
No se le conocerá bien, en efecto, hasta que sus comentaristas
y biógrafos descubran y expliquen lo que él se divertía
en enmarañar. Todavía tarda ese momento: sus amigos, perplejos
y mal acostumbrados a su desaparición, cuentan sólo anécdotas
y recuerdos. Nos lo describen físicamente: "Era
floreciente en carne como en espíritu: robusto de tronco,
pequeño de piernas, parecía mayor de lo que realmente era.
Tenía la cabeza piriforme, como el rey Luis Felipe,
y no le gustaba que se lo dijeran. Gran comedor, gran bebedor, gran fumador
de pipa, gran andarín, capaz de borrar los estragos de una noche
de frasca con un cuarto de hora de sueño en una silla: ese
era el hombre físico. La seducción que emanaba de su persona
(y que perdura en sus poemas, que gustan o se desdeñan "porque sí",
que es como se ama o se odia más profundamente) se mezclaba
a una autoridad riente y bufona; ponía pompa en sus solemnes
truismos. Poseía un gran poder de entusiasmo y una gran
facultad de ternura. Otros nos cuentan detalles pintorescos de su vida,
en los que el hombre se revela más completamente que en cien líneas
descriptivas. "Tenía, dice Billy, la manía de fijar valor
mercantil a todas las bellas puertas de las viejas mansiones burguesas
o nobles". En nuestro México ¿ en qué cifras no hubiera
valuado, perito mercantil de nuevo género, las tallas admirables
que nos legó el Virreinato Billy refiere también
que no abría sus cartas hasta dos o tres meses de recibidas;
y recordamos al queirociano Jacinto, cuya correspondencia desdeñada
barría cual hojas marchitas, melancólicamente, el negro
Grillo.
A principios del siglo vivía Apollinaire en la casa materna, en el Vesinet, un pueblo de villas y jardines, suspirada Meca de empleados, a 10 kilómetros de París. Cansado del ambiente y de perder invariablemente el último tren nocturno, acabó por instalarse en París, a poca distancia de donde más tarde había de albergarse el teatro del Gran Guiñol. En el Vesinet conoció a los pintores Wlaminck y Andrés Derain, que formaban la naciente "Escuela de Chauteau", pueblo inmediato. "De una serie de conversaciones nocturnas entre vecinos -dice Salmón- nació en el la ambición de consagrarse a la defensa de la pintura moderna".
Dando curso al anhelo de todos los jóvenes, que es tener "su revista" en donde exponer su estética personal, fundó con su amigo Toussaint-Luca, compañero de Liceo en Niza, El festín de Esopo, que alcanzó nueve sumarios, contados desde octubre de 1906. Por ese tiempo Apollinaire se ganaba la vida como empleado en un Banco, dedicaba diez horas diarias a las delicias de la contabilidad. Esto bastaba para que sus amigos le considerarán "financiero" y le consultarán operaciones de bolsa o de banca. "Financiero" lo fue más o menos toda su vida, como redactor del diario bursátil La información y, antes, de un periódico que con el título de La guía del rentista fundó el Banco donde trabajaba. Se complacía en pretenderse competente en esas materias, aunque en realidad, revela Salmón, su saber en ellas era nulo. A título de "financiero", sin embargo, entrevistó al Gran Tesorero del Sultán de Marrueos durante el viaje de dicho funcionario a París, en la época de la ocupación del Imperio por Francia.
Por ese tiempo también, con el seudónimo de Políglota -cuenta Billy en su libro, del cual he tomado buena parte de estas notas biográficas- colaboraba en La democracia social, en la sección Francia juzgada en el extranjero. El seudónimo era apenas exagerado, aunque Apollinaire no conocía bien sino el francés y el italiano, la lengua de su infancia: en su cuento El judío latino, obra maestra de humorismo, refiere cómo le despertó el campanillazo matinal de su visitante y como se levantó "jurando en latín, en francés, en alemán, en italiano, en provenzal y en walón".
Desaparecido El festín de Esopo, hizo La revista Inmoralista, que se llamó Las letras modernas en su segundo número, del cual no pasó. Ahí publicó Max Jacob sus primeros poemas.
Como es natural, Apollinaire colaboró además en diversas revistas y diarios. Fue Secretario de Redacción de Verso y Prosa, y con el seudónimo de Luisa Lalanne firmó poemas y artículos de crítica en Los márgenes.
En febrero
de 1908 apareció en la revista La falange su célebre
poema en prosa Onirocrítica -óneros, ensueño-,
primer germen de la escuela "suprarrealista" creada por Andrés Bretón
y sus amigos dieciséis años después, la cual,
por otra parte, tomó su nombre de un concepto expresado en el prefacio
de Las ubres de Tiresias. En carta dirigida a Dermée en marzo
de 1917, tres meses antes de la pieza, decía Apollinaire:
"Creo, en efecto, que es mejor adoptar surréalisme que surnaturalisme,
que yo había empleado primeramente. Surréalisme no
existe aún en los diccionarios, y será más cómodo
que manejarlo que surnaturalisme, ya utilizado por los Srs. Filósofos".
Por razones de espacio, forzoso es preservar para otro artículo
el estudio de la obra de Apollinaire y limitarse aquí a la simple
mención de sus libros. En 1909 edita a 106 ejemplares el primero
de ellos, la novela El encantador putrefacto, con grabados en madera
de Andrés Derain. La compuso a los dieciocho años. El encantador
es Merlín, sepultado en la selva de Broselandia en Bretaña.
En ese mismo año aparece el folleto, bajo el título de La
poesía simbolista, junto con las de Pablo Napoleón Roinard
y Victor Emilio Michelet, su conferencia sustentada en abril de 1908 en
Las tardes de los poetas, organizadas por la 24ª. Exposición
de los Artistas Independientes; se anunció la conferencia con el
título general de Los tiempos heroicos y el particular de
La falange nueva.
En 1910 publica los magníficos y originalísimos cuentos del Hereciarca y Cía. , escritos en 1899 a esa fecha; el cuarto de ellos da titulo al volumen, y la expresión "y Cía." marca a los demás. La obra fue una revelación y estuvo a punto de ganarle el Premio Goncourt de ese año, que le fue negado por la propaganda de extravagancia hecha en torno al poeta por cierta prensa. En su dedicatoria al joven dramaturga Tadeo Natansón llama a sus cuentos "filtros de Fantasio": drogas exitantes de la imaginación.
También en 1910 publica un tomito : El teatro italiano, hora de encargo que pasó inadvertida que no recoge en la lista de sus libros.
En ese año Apollinaire trasladó sus penates a Auteuil, no lejos de la casa donde vivió Balzac. "Desde su ventana -cuenta Fleuret- veíanse grandes llamas sombrías temblar en la cima de chimeneas fabriles; Apollinaire gustaba de convencerse de aquellos cirios gigantes ardían en su honor; otras veces veía en ellos la imagen de su gloria futura". En verdad, pocos horizontes mejores para la contemplación del poeta: la chimenea, rígida, perfecta y refractaria; y sobre ella el penacho de humo, elemental, libre y caprichoso, de día; la llama sombría, en la noche, cual ante los israelitas en el Éxodo. Asida la fantasía a la crin envenenada del humo es posible escapar de lo real, como el príncipe de Las mil y una noches en el caballo de Ébano. Y luego, la lección de admirable indisciplina: la volutas oscuras suben, domesticadas por la voluntad humana; pero de pronto se escapa el rebelde gesto y se tienden a su sabor, deshechas y sin trabas, yendo a donde las lleva el capricho de su cómplice el viento...
En el primero de los diez artículos del Paseante de las dos orillas, libro publicado poco tiempo antes de su muerte, describe sus recuerdos de Auteui: la pintoresca rue Berta, por donde escapó Balzac en 1848 cuando trataban de aprehenderlo por deudas; el antiguo palacete de la desventurada Princesa de Lamballe, después asilo de locos y hoy garage y otros curiosos detalles del barrio.
Su vida en esos años no era fácil. Mucho días hubo de contentarse con una sola comida compartida las más veces con un amigo, compuesta de carne de res fiambre, que recogía en la casa materna, y de un poco de fruta. Fleuret cuenta que algunos de esos "banquetes", como se asombra Apollinaire de que su invitado tuviese aun hambre, fruncía las cejas y le daba parcimoniosamente -porque era muy económico- una tablilla de chocolate. Estos detalles son tanto más pintorescos cuanto que el poeta ardía en fervor por las cosas culinarias. "Su competencia en ellas, dice Billy, era por lo menos igual a la que tenía como crítico de arte. Era erudito en todas las cocinas del mundo y ponía en primer lugar a la italiana y después a la francesa. Cuando se mezclaba en la condimentación, su fantasía le llevaba a espolvorear rapé sobre los guisos: -Es, decía la receta usada por el cocinero del Jockey Club para darle gusto de venado a la carne de ternera..."
En esos años difíciles y encantadores estudiaba en la Reserva de la Biblioteca Nacional los libros eróticos guardados -supervivencia de prejuicios de otros siglos en el París republicano y ateo- en un estante de hierro denominado El infierno. Apollinaire preparó varias "ediciones de librería" que publicó la Biblioteca de los curiosos, con prefacio y notas, y traducciones en algunos casos, de la obra erótica del Marqués de Sade -que no era marqués sino conde-, Baffo, Andrea de Nerciat, John Cleland, Pierre Corneille Blessebois y otros, así como, en colaboración con Fleuret y Luis Perceau, el catálogo comentado y metódico de los libros del Infierno, publicado en 1912. Algunos de esos trabajos de encargo son excelentes por la erudición que en ellos campea y el sentido crítico que los anima, en particular Las más bellas páginas del Aretino, obra editada por el Mercurio de Francia.
Como labor análoga cabe citar aquí su prefacio a Las flores del mal, publicadas por La edición , del que no sin motivo estaba satisfecho.
Apollinaire escribió a su vez cuatro libros -uno de ello inédito aún- que aunque vendidos so capa y sin nombre de autor no son, en rigor, más desenvueltos que otros legados por el amable siglo XVIII, los cuales, sin estar precisamente en todas las manos, sí son accesibles a la erudita curiosidad de letrados y blibliófilos. En ellos la fantasía burlona, la lírica delicadeza del poeta, salven la indecencia volviéndola jocunda. No ha de extrañar esto: "era, dice Dermée, de naturaleza sanamente paganamente". En La obra libertina de los poetas del siglo XIX, publicada por La edición, Apollinaire insertó medianos y alegres versos bajo los seudónimos de Germain Amplecas y del muy Rebelesiano de El abad de Thelème. Sin embargo, ninguna de sus obras de esa índole figura en la lista que da en El paseante de las dos orillas, que, con sus libros póstumos más adelante citados, debe tenerse por la expresión de lo que el poeta consideraba como su obra artística, distinta de esas humoradas y de la "chamba". Faltan igualmente en la lista El fin de Babilonia (1913) y Los tres don Juan (1914), obras de serie publicadas con su nombre pero que fueron escritas por su amigo y compañero de colegio René Dupuy, en literatura René Dalize; están llenas de alusiones caricaturescas, herméticas para los no iniciados, que les hacían morir de risa cuando en algún cafetín de la pintoresca encrucijada de Buci, en el Barrio Latino, leían al amanecer, entre el humo de las pipas, el último capítulo redactado.
En el año de 1910 Apollinaire reemplazó a Andrés Salmón como crítico de arte en El intransigente, el gran diario de la tarde, y publicó, entre otras pintorescas crónicas, sus impresiones de “inundado”. En L'Intran -abreviatura popular- comenzó su campaña de propangandista lírico y convincente del cubismo y de los pintores modernos, que, más aún que su obra literaria, había de hacer su nombre conocido Urbi et orbi y ganarle odios acérrimos, como el que relata Billy: Apollinaire fue encarcelado el 7 de septiembre de 1911; se le acusaba de haber robado... ¡De haber robado La Gioconda en el Museo de Louvre! Mientras escribía su Balada de la cárcel de Reading, que intituló Apollinaire en la Salud -la cárcel de París-, sus amigos reunieron firmas para protestar contra tan absurdo cargo, y habiéndose dirigido a M. Franz Jourdain, presidente de la Sociedad del Salón de Otoño, éste contestó: -¿Mi firma para que suelten a Apollinaire? Jamás. Si fuera para que lo ahorquen, con mucho gusto.
De su estancia de seis días en la cárcel -el tiempo que fue "necesario" para que le interrogara el Juez de Instrucción y, convencido del deplorable error de la policía, le pusiera inmediatamente en libertad- Apollinaire guardó una larga impresión de terror, que sus amigos se esforzaron por disipar. “Esa aventura, dice Billy, le hizo entrar en la notoriedad por la puerta del infierno".
La prisión de Apollinaire ha dado lugar a torcidas interpretaciones cuando no a fábulas que mancillan injustamente su memoria. Así, en un artículo publicado en La Prensa de San Antonio, Texas, el 4 de diciembre de 1928, y reproducido el mismo día por La Opinión de Los Ángeles, California, don Victoriano Salado Álvarez, aunque tan sabedor de todo, incurrió, entre errores de menor cuantía, en el de afirmar que, a consecuencia de la trepanación, Apollinaire "dio en la cleptomanía. El tribunal del Sena, agregaba, lo condenó por la sustracción de unas estatuillas griegas del Louvre, y según parece su muerte se debió a las contrariedades que le acarreo la sentencia". Rectificando ése y los demás errores -debidos, según aclaró el articulista, a la defectuosa información que encontró en algún periódico de Barcelona- le escribí una larga carta, que, aunque privada, él me hizo el honor de publicar en los citados diarios.
Conviene aclarar eso de las estatuillas y de la prisión de Apollinaire. Cuando La Giocanda fue robada, el 21 de agosto de 1911, la incapacidad de la policía -recordemos que hasta dos años después no se recuperó el cuadro ni se aprehendió al ladrón, el italiano Feruggia, obrero de las reparaciones que se hacían en el edificio del Museo- determinó agres comentarios de la prensa y, lo que es mucho peor en París, donde el ridículo mata: satíricas cancioncillas de los coplistas de Montmartre. En la incertidumbre, se recordó que recientemente Marinetti había proclamado la necesidad de destruir los museos y las obras de arte antiguas. Y por si acaso el robo obedecía a tales propósitos, se aprehendió al jefe del movimiento artístico francés de vanguardia... Mediaba además otra circunstancia. Por bondad, por humanidad, de las que desbordaba, Apollinaire aceptaba "amigos" con excesiva facilidad, y algunas de esas "amistades" no dejaban de ser peligrosas. Así, había albergado en su casa a un tal Géry-Piéret, belga, vagamente literato, que le parecía muy pintoresco y le sirvió de modelo para el pícaro "barón" Ignacio de Ormessan, héroe de media docena de cuentos en El heresiarca y Cía. En marzo de 1907, Piéret, que el poeta empleaba como secretario y que, en realidad, era sólo parásito de su generosidad, robó en el Museo de Louvre dos estatuillas fenicias. Aunque Apollinaire le aconsejó que las devolviera, Piéret vendió una a cierto pintor amigo de aquél. Asqueado por esas acciones despidió al "secretario", que se embarcó para América. En abril de 1911 regresó Piéret, en tal miseria que el poeta tuvo piedad de él y volvió a utilizarlo como "secretario": copiaba sus manuscritos y desempeñaba algunos quehaceres domésticos. Pero averiguó que el belga planeaba robar a un vecino y, considerándolo incorregible, lo despidió de nuevo, la víspera precisamente del robo de La Gioconda. Ocho días después volvió Piéret a implorar caridad, con tales protestas de arrepentimiento, que Apollinaire le dio hospitalidad por tercera vez, durante una semana, y acabó por despacharlo a Marsella, pagándole el viaje y regalándole 150 francos de viáticos. Esas peligrosas relaciones contribuyeron también a que, al ser robada La Gioconda la policía sospechara de Apollinaire. No volvió éste a saber del belga, quien, al parecer, diez años más tarde era en Egipto algo así como Sumo Pontífice de una sociedad secreta fundada por él, mezcla de Masonería y Ejército de Salvación ¡Una nueva aventura digna del "barón" de Ormessan¡
En 1912 Apollinaire abandonó Auteuil, adonde -cuenta en El paseante de las dos orillas- debía volver en 1916 para ser trepanado en el hospital establecido en la Villa Molière, y se instalaba con sus cuadros cubistas, los encantadores lienzos del pintor aduanero Henri Rousseau, sus fetiches oceánicos y africanos, sus innumerables curiosidades y su gata Pipa, en el elevado departamento del Bulevar San Germán en el que había de morir.
Sus estudios sobre la batalla cubista aparecieron ese mismo año reunidos en un volumen con el título de Meditaciones estéticas, reimpreso más tarde con el de Los pintores cubistas. Son páginas de gran perspicacia y de agudo sentido crítico.
Preciso es convenir que no era todo oro puro lo que defendía. “Su generosidad y el gusto de la novedad -dice el pintor y escritor Jacques Emile Blanche- le inclinaban a la indulgencia hacia todo espíritu joven cuyas buscas y tendencias se emparentaban con las suyas. Por cortesía y camaradería colocaba casi en la misma fila a chicos y grandes. "Cuando se sostiene un movimiento revolucionario en arte, decía sería comprometer su desarrollo al disasociar los diversos elementos en nombre del gusto. Mi deber es exaltarlos a todos sin distinción: la posteridad sabrá reconocerlos". Delante de ciertos cuadros de sus defendidos, refiere Billy, estallaba en risa, pero rehusaba siempre conceder que no se recomendaban por ninguna cualidad propiamente artística. Y todo el mundo conoce su salida famosa frente a un cuadro sin importancia: -¡Quien sabe! Quizás sea más bello que un Cézanne!..."
En febrero
del mismo año aparece el primer número de Las veladas
de París, en el cual publica, con puntuación, un
soneto de forma clásica, puntuación y forma que después
había de desdeñar. La revista fue fundada por Andrés
Billy, René Dupuy, Andrés Tudesq - escritor que viajó
por México durante la lucha revolucionaria, la cual le inspiró
La hacienda incendiada- y Andrés Salmón, junto con
Apollinaire, en el Café de Flora, donde el cenobita Remy
de Gourmont reposaba cada tarde su tortura de desfigurado. Las veladas
de París, que Apollinaire compró en doscientos
francos a Billy después del segundo número y que dirigió
con Juan Cerusse, fueron "su revista". Duraron hasta el número 23,
fechado el 15 de abril de 1914, y se extinguieron apaciblemente, "como
si hubieran presentido que las nuevas veladas de París que
preparaba la guerra, habrían de ser de dolor y de angustia".
En 1913 aparece uno de los dos libros capitales de Apollinaire: Alcoholes,
que reúne los poemas escritos desde sus 18 años hasta esa
fecha, en que tiene 33. De ese libro, Roch Grey ha escrito este juicio,
que es el de todos: "es el libro de versos más importante
que haya aparecido después del de Rimbaud". Las críticas
más severas y los elogios más entusiastas acogieron a
Alcoholes. Como quiera que abarca quince años, dista mucho
de ser uniforme, salvo la especie de “marca de fábrica" que
pone a todos los poemas la falta de puntuación, abolida por el poeta
al corregir las pruebas de imprenta. No era esto invención suya,
pero sí él era el primero en erigirlo en sistema.
También
en 1913 publica La antitradición futurista, "manifiesto-síntesis",
14º del Movimiento Futurista iniciado en febrero de 1909 por Marinetti.
En 1914 edita El Bestiario o Cortejo de Orfeo, poemas epigramáticos,
un poco a la manera del hai-kai, con bellos grabados en madera de Raúl
Dufy.
Como
para Huysmans la ley de separación entre la Iglesia
y el Estado, que, según Remy de Gourmont, le permitió cortar
a lo Alejandro Magno una situación insoluble al final del libro
El oblato, la guerra fue para Apollinaire una salida: un mundo
nuevo se le abría cuando ya había exprimido el jugo del viejo
mundo. Se dio a él como al encanto de otra juventud;
en la guerra, más que en ningún otro aspecto de la vida del
hombre, se agazapa lo inesperado: toda ella es una perenne sorpresa.
Su origen extranjero eximía a Apollinaire del servicio militar,
pero se naturalizó francés y, como por su edad pertenecía
a la clase de auxiliares, para poder presentar servicio activo se
alistó como voluntario. "Al no querer considerar nada como pernicioso,
estaba comprometido, por decirlo así, a considerar sin
amargura el espectáculo de la guerra", dice Bretón.
Billy agrega: "La guerra le divertía prodigiosamente. Todas
sus cartas reflejan el buen humor, la alegría del niño a
quien llevan al circo". Thomas explica así ese estado de espíritu,
que para el hombre "a ras de tierra" aparece desconcertante cuando no monstruoso:
"Esa ligera simiente de extravagancia que germina en la materia
sublimada de los poetas, le había hecho encontrar, al fin,
un dominio igual a sus imaginaciones. Apollinaire vivió ese
ensueño prodigioso, chespiriano, lírico y bufón a
la vez, que sólo los poetas saben descubrir en la guerra". Y no
se crea que la actitud de Apollinaire obedeciera a falta de experiencia:
en 1915 escribía desde el frente Fleuret: "esta vida es fantástica
y todo esto es mucho más extraordinario de lo que yo hubiera creído,
sobre todo las trincheras y las primeras impresiones del primer obús
cerca de uno. ¡Eso vale la pena de vivirse!" En julio del mismo año,
en otra carta agregaba: "la guerra es, decididamente, muy hermosa,
y a pesar de todos los riesgos que corro, del cansancio, de la falta absoluta
de agua y, en suma, de todo, en modo alguno estoy descontento de
haber venido". Y después de herido y trepanado, seis meses antes
de morir, publicó en el Mercurio una nota sobre ciertos
poemas en prosa aparecidos bajo el seudónimo de Bertie
Angle, expresándose en estos términos significativos:
"Este álbum forma parte del corto número de obras en
donde la guerra no está considerada desde el punto de vista de una
impecable tristeza. Se trata, sin embargo, de un testigo. Me place
esta pequeña élite de quienes han estado en la guerra
y que han podido verla sin malhumor". ¿La "guerra florida"?... No:
la guerra en encajes, como en el siglo XVIII; o mejor dicho, los aspectos
accesorios, pintorescos, de la guerra: no el infierno del bombardeo
y del ataque, de los gases asfixiantes y de los lanzallamas, sino la guerra
en su aspecto de gran removedora de hombres. ¡Qué más!
Recién trepanado, Appollinaire recibía a sus amigos en el
hospital y les mostraba su casco agujereado y el ejemplar de la revista
manchado con su sangre; y al hacerlo, reía...
Una excepción, sin embargo, en su peculiar punto de vista: en carta de abril de 1915 al escritor Farnando Divoire, le dice: "lo único que me ha dado calosfrío fue, yendo solo (llevaba órdenes de un punto a otro) por un camino, un aeroplano Taube, que me parecía estaba precisamente encima de mí y que lanzó una bomba que oí estallar. Eso, es desagradable"... Pero tres o cuatro líneas después, agrega: "oigo con placer el cañoneo y, como todo el mundo, corro a buscar las espoletas de los obuses que estallan, para hacer anillos, cuando son de aluminio. Como verás no nos aburrimos demasiado".
¿Inconsciencia? Sería absurdo suponerlo: optimismo, que le hacía ver solamente lo amable o lo pintoresco de todas las cosas. Ni aún la chata vida de guarnición logró disgustarle. Como él mismo dice a Andrés Dupont en una de sus divertidas cartas en malos versos en las que el buen humor lo salva todo, "amó tanto a las artes que se hizo artillero: el arte del cañón es, como el de la poesía, el arte del bien medir y con la astronomía puede comparársele". Era -para quienes gusten de precisiones- segundo cañonero conductor en el 38º regimiento de artillería de campaña, batería 70, con guarnición en Nimes. Un ex compañero le pinta mal jinete, con terrores cómicos cuando su enorme yegua normanda galopaba, cliente asiduo de la cantina, rica en cosas comestibles, y escribiendo, en los momentos libres, versos que interrumpía la llegada de algún sargento, casta impermeable, como es notorio, a tales manifestaciones artísticas.
Un corto permiso que obtuvo lo pasó en Argelia, en Orán, de donde volvió con un cargamento de anécdotas, algunas de las cuales insertó más tarde -junto con páginas publicadas en La vida anecdótica del Mercurio de Francia y un largo fragmento de novela inconclusa sobre los mormones- en su novela La mujer sentada. Este libro, lo mismo que sus piezas Casanova y Colores del tiempo - poema dramático publicado en 1920 en la Nueva Revista Francesa-, quedó inédito al morir el poeta; no fue impreso hasta 1920. Otros dos libros de Apollinaire fueron editados con el carácter de póstumos: en 1928, Anecdóticas, reunión en volumen de la mayor parte de las notas de su sección en el Mercurio; y, con anterioridad, en 1925, Il y a ..., que cabe traducir por Hace... Reúne principalmente este libro los primeros ensayos del poeta, de muy clásica forma. Si Apollinaire, en efecto, innovó, no fue por impotencia para expresarse: poeta nato, hubiera podido, de haberle buscado, labrarse un renombre envidiable sin salirse de las reglas académicas. Pero, como dice alguno de sus críticos, "su naturaleza intuitiva y primitiva se rebelaba contra el conjunto de convenciones y prejuicios particulares a las civilizaciones envejecidas, que era lo que él entendía por << buen gusto >>; en esa rebeldía consistía su genio".
De cómo soportaba Apollinaire las penalidades del estado militar, da idea este párrafo de un carta escrita después de una ruda marcha de seis horas con su batería, que le lastimó las rodillas: "tantos hombres mueren en estos momentos, que es un verdadero placer sangrar solamente". Su regimiento estuvo a punto de ser enviado a los Dardanelos, y el poeta, soñando ya con la entrada a Constantinopla, imaginaba cuentos: la resurrección del sacerdote enmurado por los turcos en Santa Sofía mientras celebraba la misa, surgiendo de la pared y acabando el Santo Sacrificio ante los nuevos cruzados... Y en una carta a Billy le decía:
Yo espero a los otomanos
A menos que me agarre el frente sur
Novela extraordinaria
Qué suerte
Su tardanza en Nimes se debió a que hacía estudios para suboficial de artillería; fue nombrado sargento brigadier y posteriormente promovido a sargento mayor; en abril de 1915 fue enviado a las segundas líneas de trincheras, pero como se enmohecía en la inacción, permutó con otro suboficial y pasó a la infantería, en donde los ascensos eran más rápidos por ser los riesgos mayores.
A mediados de 1915 editó a veinticinco ejemplares, tirados en prensa de policopiar y vendidos a veinte francos a beneficio de los heridos de la guerra, sus poemas patrióticos y guerreros, Caja de armones -los carros donde se transportan los proyectiles del cañón-, después insertos en Caligramas.
El 17 de marzo de 1916, en una trinchera cerca de Verdún, mientras leía el Mercurio, un fragmento de obús le hirió en el cráneo, perforando el casco de acero. Él ha contado que nada sintió e iba a reanudar la lectura cuando su sangre comenzó a gotear por la revista. La herida había interesado seriamente la bóveda craneana, y la trepanación fue necesaria. "En su convalecencia, Apollinaire era ya otro, dice Billy: de hombre abierto, entusiasta, alegre y pueril, la guerra había hecho un ser irascible, reconcentrado, desconfiado. Grande y macizo como era, la inacción del hospital la había vuelto enorme". El, más conocido de los retratos que le hizo Picasso es de esa época y le muestra en uniforme ya de subteniente -de la 6ª compañía del 96º regimiento de infantería- vendada la cabeza, crecida la barba y prendida al pecho la Cruz de Guerra. Para no ser enviado nuevamente a Nimes, obtuvo un empleo en la Censura Militar de París, quedando encargado especialmente de leer las pequeñas revistas. A la vez traducía los periódicos ingleses en el diario París-Mediodía y colaboraba en el Boletín de Informaciones Coloniales. Apollinaire funcionario no es menos sorprendente que Apollinaire artillero; Carlos Regismanset, colega suyo, cuenta que le intimidó, al comenzar, lo "oficial" de la oficina.
En 1916, el poeta asesinado publica El poeta asesinado, con cubierta de Capiello y un retrato por Andrés Rouveyre. Es una corta novela seguida de quince cuentos, de la misma vena de los de La Heresiarca y Cía., todo ello escrito entre 1910 y 1915. La guerra retrasó dos años la publicación del libro, que al estallar aquélla estaba en cajas. Después de trepanado, Apollinaire le agregó un cuento final: Caso del sargento enmascarado,es decir, el poeta resucitado, muy diferente en concepción y estilo a los precedentes, indicio de lo que hubiera sido su nueva manera.
Una traducción castellana de R. Cansinos-Assens, con prólogo de Ramón Gómez de la Serna, fue editada en 1924 por la Biblioteca Nueva, de Madrid. A lo que parece, el feraz panegirista del Café de Pombo utilizó para documentarse el libro de Billy, el prefacio de Royere a la edición de Il y a ..., y los números especiales dedicados a Apollinaire en 1924 por las revistas El espíritu nuevo e Imágenes de París (dos, esta última). Sea por premura en la documentación, sea por insuficiente conocimiento del francés, el prologuista incurre en errores, el más chistoso de los cuales es el que vuelve rusa -russe- a Mme. Apollinaire, que es bien francesa pero que es rousse, pelirroja.
Acuciado
por lo difícil de la vida, Apollinaire trabaja mucho de 1916 a 1918,
como si presintiera que ya le quedaba poco tiempo para acabar su obra.
En 1917 aparece, editado a 215 ejemplares, Vitam Impendere Amori,
poemas, con dibujos de Andrés Rouveyre, y se estrena, el 24 de junio,
Las ubres de Tiresias -el célebre adivino de la Tebas griega-
"drama" en verso, en dos actos y un prólogo, con música de
Germana Albert-Birot; impresa en 1918 con siete dibujos de Sergio
Férat, esa apología de la fecundidad, primera manifestación
del suprarrealismo, provocó un verdadero escándalo.
En mayo de 1918 el poeta se casa y, pocos meses antes de morir, publica
sus Caligramas, poemas escritos en 1913 a 1916, con su retrato
por Picasso. Es, con Alcoholes, su obra principal. Aunque ya a los
catorce años Apollinare había compuesto un caligrama, éstos
proceden realmente de las Mezcolanzas de Tabourot des Accords, curiosa
colección de equívocos, acrósticos, adivinanzas, etc.,
que su autor describe como "versos para cosquillearse y hacerse reír
uno mismo y en seguida a los demás". Las dos ediciones de este libro,
de 1582 y 1662, y la de Touches -cuyo título no traduzco
para no elegir arbitrariamente entre los diversos significados de esa palabra-,
de 1585, fueron estudiadas por Apollinaire en la Biblioteca Nacional. Completando
ese germen, los largos ocios del cuartel y del hospital le hicieron dedicarse
al dibujo y la pintura; de ahí nacieron los caligramas, "obra
de un poeta-pintor, en que la tipografía aspira a la forma
plástica -a menudo con muy sugerentes escorzos- para completar la
idea poética, sobre la cual, a su vez, obra asimismo".
En 1918 aparecen también la segunda edición del Bestiario y su último libro: El paseante de las dos orillas, edición de La sirena, colección de diez crónicas sobre recuerdos personales y curiosos aspectos de París, la mayoría publicados en la sección La vida anecdótica del Mercurio de Francia.
Una parálisis progresiva que se le presentó en el brazo y pierna izquierdos hizo precisa una segunda trepanación. Pero su robusta constitución estaba minada por la herida. Al comenzar noviembre de 1918 cayó enfermo de la terrible epidemia de gripe perniciosa con que el Destino castigó al mundo por su locura homicida . Debilitado por ambas infecciones, su corazón no pudo resistir la infección. Y cuando en el Bulevars San Germán pasaban los manifestantes en el júbilo del armisticio inmediato, gritando "¡Muera Guillermo!" -el Kaiser-, moría Guillermo, el admirable poeta, después de ocho días solamente de enfermedad. En cierto modo, se realizó así la predicción de su amigo Billy, que en 1915 le escribía: "aunque la guerra deba durar aún sesenta años, tú no serás matado sino hasta los últimos instantes".
Cabe aquí
citar una anécdota. El poeta Blas Cendrars conoce viejos remedios
terapéuticos, entre los cuales cierto "aceite de Harlem" con
el que durante la epidemia, salvó a 72 de sus amigos: dos
más, que rehusaron tomarlo, murieron; Apollinaire fue uno
de ellos. Sin embargo, había escrito en La vida anecdótica
una nota sobre ese remedio, pero no pudo decidirse a beberlo, "lo que prueba,
dice Cedrars citado por Bretón, que era solamente un curioso y no
experimentador".
El gran misterio que arrebató al poeta parece haber tendido sobre
su familia una mano avarienta: en mayo de 1919 moría Mme.
de Kostrowitzky; y en México, un mes después, el tifo mataba
a Alberto. Pero sobre la tumba de Apollinaire, en el cementerio de
Pere Lachaise, cerca de la de Óscar Wilde, crecía la gloria.
El había dicho:
lego al porvenir la historia de Guillaume Apollinaire,
que en la guerra estuvo y supo estar doquier.
Y saliendo de las páginas del Mercurio, en donde, días después de la muerte de l poeta apareció el artículo capitalísimo que fue su testamento artístico, "el espíritu nuevo" echaba a volar sobre el mundo...
En el cuadro de honor de los escritores muertos por Francia en la guerra
de 1914-1918, erigido en el Panteón - el suntuoso edificio en cuyo
frontón letras de bronce proclaman: " A los grandes hombres la patria
agradecida" - figura el nombre de Guillaume Apollinaire. Francia ha hecho
suyo, así, al poeta extranjero que le dio su genio y su sangre.
Repitiendo el caso de José María Heredia, del griego Juan
Moreas, y de la condesa de Noailles, rumana, el cosmopolita Wilhelm Apollinaris
de Kostrowitzky, nacido en Roma, educado en Mónaco, de madre rusa
por nacionalidad, de ascendencia polaca, fue uno de los más altos
poetas franceses de su época. Un caso más que demuestra la
escasa influencia de la patria de origen: expresó su genio
en francés y es Francia quien se enorgullece de él.
Bibliografía
de Guillaume Apollinare
L'enchanteur pourrissant,
con grabados en madera de Andrés Derain; Kahnweiler, 1909; n.r.f.,
1921 — La poésie symboliste, en colaboración con P.N.
Roinard y V. E. Michelet; L’Edition, 1909. — L'Hérésiarque
et Cie., Stock, 1910; Delamain, 1922. — Le Bestiaire ou Cortège
d'Orphée, con grabados en madera de Raoul Dufy; Delaplanche,
1911; La Sirène, 1918. — Les peintres cubistes, Figuiere,
1912. — Alcools (1898-1913), con un retrato por Picasso;
Mercure de France, 1913; n. r. f., 1920. — Case d'armons
(recogido en Calligrammes), Aux Armées de la Republique,
1915. — Le poète assassiné, con un retrato por Andrés
Rouveyre; L'Edition, 1916. — Vitam impendere Amori, con dibujos
de Andrés Rouveyre; Mercure de France, 1917. — Les mamelles de
Tirésias; música de Germaine Albert-Birot; dibujos
de Serge Férat; Sic, 1918. — Calligrammes (1913-1916);
con un retrato por Picasso; Mercure de France, 1918; n. r. f., 1928. —
Le flãneur des deux rives, La Sirène, 1918. — OBRAS PÓSTUMAS:
La femme assise, n. r. f., 1920. — Il y a ..., Messein, 1925. — Anecdotiques,
1928.