Los fracasados y los cuentos de Azuela
 
 
 
 

    Cuando se haga el estudio crítico de la abundante obra con que don Mariano Azuela enriqueció la literatura mexicana, se advertirá cómo ciertos temas son frecuentes bajo su pluma, y habrá que analizar la razón de esa preferencia. Uno de ellos es el ferrocarril, la pintura de las estaciones y del abigarrado gentío que allí se ajetrea, la del mínimo compendio de la humanidad que la tripulación y los viajeros a bordo de un tren constituyen.

    A lo largo de toda su producción se halla tales cuadros. Una de sus primeras colaboraciones periodísticas, publicada en el Gil Blas Cómico de esta Capital, el 23 de noviembre de 1896, en la serie que denominó De impresiones de un estudiante, es precisamente el bosquejo de una estación y la aventurilla visual -porque de miradas no pasó la cosa- de un mozalbete, en un vagón con una joven viajera. Ferrocarrileros son los más de los personajes de "Nueva burguesía". El escenario de Las moscas es un tren, un vagón el del primer capítulo de La mujer domada, penúltima novela del gran escritor.

    Con la llegada del tren a una pequeña ciudad, al amanecer, comienza Los fracasados. La descripción no es extensa, apenas media página, pero las anotaciones son tan certeras que se graban en la memoria al punto de convertirse en cartabón con el que cotejar impresiones personales: la de aislamiento y desamparo que, conjugados, producen la incierta luz del alba, la soledad, el frío, inclusive el estridente silbato de la locomotora.

    A juzgar por las someras descripciones, por los nombres de las iglesias y hasta por el número de los habitantes a principios del siglo, es fácil identificar con Lagos de Moreno, lugar natal del novelista, la pequeña localidad jalisciense que él llama Álamos. Acogido cortésmente, ya que no con simpatía, una sorda hostilidad envuelve al licenciado Reséndez apenas los huecos prohombres advierten que no adopta el "tono" local. Pronto choca con ellos, y en vez de que su empleo de Secretario de la Jefatura Política sea el primer paso en la brillante carrera que ambiciona, por poco le cuesta el pellejo, tras de costarle la pérdida de la mujer que ama. Fracasa también el cura Cabezudo -nombre que coincide con el de comandante que encabeza "la bola" en la novela de Sancho Polo así titulada-. Sólo en un capítulo se le ve actuar, pero quienes le admiran y quienes le deturpan dan a conocer sus actos a comentarlos. Hombre de estudio, encendido por la llama de la fe, pretende, en vano, que los fieles no reduzcan el ejercicio de la región a la rutinaria asistencia a las ceremonias litúrgicas.

    Abundan en la novela las caricaturas, puesto que son bastantes los personajes antipáticos: infladas nulidades, caciquillos, ricachos. Un tufo anticlerical sale de esas páginas, a tal punto fuerte que el efecto buscado no se logra. Las flechas van más allá del blanco y el autor no convence de cuanto amontona sobre sus fantoches, precisamente porque esto son y no seres animados, el menor defecto que poseen es el fanatismo; y nada digamos de la hipocresía. La obra, sin embargo de ello, no es jacobina; los adversarios del P. Cabezudo no eran los liberales, ni los "mochos" los enemigos del licenciado: "eran la imbecilidad y la eterna maldad humanas".

    Como de tal pluma, impregna a Los fracasados un espíritu generoso, la aspiración hacia el bien y la verdad. Las rivalidades e intrigas, la forma a ras de tierra que toma la lucha por la vida, el desdén de casta de "los de arriba "hacia" los de menos arriba", todo cuanto puede volver asfixiante la atmósfera moral de un lugar pequeño, hacen del que Azuela pinta un arquetipo. Responde muy bien a la idea que al través de otras lecturas, de conversaciones tal vez de un rápido viaje, nos hemos formado de algunas poblaciones de corto vecindario quienes nunca hemos vivido fuera de "las ciudades tentaculares". Donde la estrechez de espacio vuelve inevitable y continuo el roce de unos seres con otros, y éste lleva las pasiones hasta la exasperación, puede el fanatismo exaltar a un minúsculo Savonarola haciéndole creer vindicador de la Iglesia, mártir virtual, casi futuro santo; pueden la vanidad herida, la envidia al mérito, la malevolencia -por antipatía, cuando no fuera por ociosidad y aburrimiento-, mudarse en solapada maldad, que con la calumnia, tanto más atroz cuanto más absurda, sabe herir incurablemente, y no sólo a mansalva, sino realzando el propio prestigio.

    No sería difícil que la semilla de Los fracasados estuviese en La conquista de Plassans. Existen ciertas analogías entre ambas novelas: ambiente exclusivista, minado por las murmuraciones: personajes clericales -lo más de ellos caricaturescos bajo la pluma de Azuela, falsos, por acumulación de rasgos adversos, bajo la de Zolá -; éxito momentáneo de Cabezudo en la procesión, del abate Faujás al ser electo el candidato en pro del cual hizo disimulada campaña; derrota ulterior de ambos figurones poco escrupulosos tocante al dinero de los demás; los buenos suplantados por los hábiles, etc. Como el ser humano es igual doquiera, tal vez esas analogías no pasen de ser coincidencias, mas convendrá recordarlas cuando se estudie a fondo la obra de nuestro novelista. Fue Azuela fervoroso lector de Zolá, sin duda por lo que éste, en sus días, tuvo de innovador, de inconforme y rebelde.

    El mismo espíritu de aversión a la hipocresía y a la falta de verdadero espíritu cristiano, que se advierte en Los fracasados, inspira Avichuelos negros, título de uno de los cuentos recogidos en la segunda edición de María Luisa. Por cierto que la portada de ese libro anuncia: María Luisa y otros cuentos, lo que parece incluir aquella obra en este género literario, aunque por sus 147 páginas de extensión, su desarrollo temático, número de personajes, tratamiento de los episodio, etc., novela es y no cuento.

    En Avichuelos negros la sátira se mezcla al drama. Va contra la inhumanidad disfrazada de caridad: el obrero tuberculoso muere solitario porque las damas de la "Sociedad de Arrepentidas "apartan de su lado a su compañera. Obra de fuertes contrastes, ofrece la particularidad de usar el "monólogo interior" para traducir, con vigor patético, el delirio del moribundo.

    Parecida mixtura de sátira y drama hay en Lo que se esfuma, historia del estudiantillo de baja extracción que retorna en vacaciones al pueblo. En riña provocada por el galán de su antigua novia, lo mata. Huye el homicida. Se casa ella con un viejo ricacho. Enviuda, y, ya millonaria, contrae nuevas nupcias con el aprovechado protagonista, cuyo pasado, como el de ella, se esfuma en el centelleo de oro. Obra escueta, de ritmo ligero que solamente se remansa en un par de descripciones y en algún pormenor, aunque secundario, colorista.

    Color poseen asimismo las estampas de En derrota. Algo recuerdan el lance de Quiterio, Basilio y Camacho; la moza prefiere el enamorado pobre al novio rico. Sólo que en el supuesto rancho jalisciense, el conflicto no se resuelve como en el Quijote, con beneplácito general; el día de la boda, el despechado galán rapta a la desposada, y el frustrado marido, borracho a su entera capacidad, no logra alcanzar al raptor y ahoga su despecho en el río en cuyas márgenes vio por primera vez a la mujer que fue incapaz de guardar.

    Víctimas de la opulencia, escrito hace medio siglo, refiere el caso de la "nana" cuyo hijo, al que sus apremiantes obligaciones no le permiten atender, muere, y que a punto de vengarse en el niño puesto a su cuidado es desarmada por el cariño con que el inocente le sonríe. El fermento de rebeldía contra la desigualdad social estalla en algunas violencias de expresión.

    De mi tierra, fue premiado con un diploma en los Juegos Florales de Lagos, en 1903. Es de tema rural: el vaquero y la zaga no pueden casarse por falta de recursos, materia para pintorescas descripciones del campo y de las costumbres aldeanas. El dueño de la hacienda coincide con la muchacha en una cabaña vacía, durante un aguacero; y un año después la beldad rústica le explica al mozancón de tupidas entendederas que si el niño de entrambos tiene los cabellos rubios, esto es patente milagro de la devota imagen a la que ella se encomendó antes de que naciese...

    Hay ahí pormenores más tarde utilizados en Mala yerba. El mancebo piensa irse a Morencia, como en la novela lo hace Gertrudis. Teodora y el hacendado tiene analogía con Marcela y Julián. Aquí como allá hay notas descriptivas de gran exactitud, sin trabazón con el asunto, sólo para formar ambiente: recogida de las vacas bajo la amenaza de la lluvia, al comenzar el cuento, y lo mismo en la novela; pintura en ésta de las gallinas, de las liebres en aquél, etc. El humorismo un poco amargo coincide con el de un cuento de Pedro Antonio de Alarcón, titulado precisamente Por qué era rubia?...

    Aunque esos cuentos no añaden hojas a los laureles cosechados por Azuela, poseen algunas de las cualidades que admiramos en sus ulteriores libros, e interesa conocerlos como anuncio, unos, como complemento los demás, de su magnífica producción literaria.
 
 
 

Febrero de 1954
 
 
 

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