El enigma de Gutierre de Cetina
 
 

 

    El Jueves 1° del corriente mes se cumplió el cuarto centenario de la agresión que Hernando de Nava y Gonzalo Galeoto cometieron en Puebla contra Gutierre de Cetina y Francisco de Peralta. Un investigador español, hace treinta años, emitió la hipótesis de que aquel Cetina pudiera no ser el poeta sino un homónimo; y a tal punto son sagaces sus argumentos y cauta la suposición en ellos basada que la excelente “Historia de la Literatura Española” compuesta por don Juan Hurtado y don Ángel González Palencia, tras de poner interrogación a 1557 como año de la muerte de Cetina, dice: “En Puebla de los Ángeles (Méjico), fue gravemente herido (1554) por Hernando de Nava al pie de las ventanas de doña Leonor de Osma. Consta que en 1557 ya se había muerto, aunque no se sabe si de resultas de aquellas heridas. Tal es la biografía corriente, dada por Hazañas, Rodríguez Marín e Icaza; pero Lucas de Torre sospecha que se trata, en los documentos utilizados por estos eruditos, de otra persona distinta del poeta y de su homónimo.

    El punto merece examen detenido, mas antes hemos de resumir lo que revela el proceso contra los agresores. Como quiera que los datos están esparcidos en diversas actuaciones, conviene pergeñar con la información disponible u relato coherente.

    El drama tiene como prólogo un “vodevil”. Doña Leonor de Osma, veinteañera esposa del cuadragenario doctor Pedro de la Torre, concedía favores a Hernando de Nava, mozo de veintitrés años, rijoso y fanfarrón, huérfano de un regidor de Puebla, ciudad en la que su madre, Catalina Vélez Rascón -apodada “la Rascona”- era mujer de viso: el que le daban cincuenta mil ducados de hacienda. El galán estaba celoso del recién llegado Francisco de Peralta, un par de años mayor que él. Moraba, el rival, en casa de Andrés de Molina, mercader, a pocos pasos de la del doctor de la Torre. Allí fue a posar también Gutierre de Cetina, a principios de marzo. Legó a Puebla en compañía de su tío Gonzálo López, que iba a Veracruz para embarcar “cierta plata”; pero él interrumpió el viaje “para curarse de varias calenturas y mala disposición que tenía” ¿No habría otra causa? ¿No sería rémora la vecina?

    En la vida de poeta hay multitud de enigmas, y uno de ellos lo plantea el soneto “Estando la natura deseosa”, que figura entre los inéditos dados a conocer en 1924 por don Lucas de la Torre. Describe ahí con las hipérboles propias de los poetas de su tiempo -y aun de todos los tiempos- la hermosura de “Doña Leonor”. Es obrilla bastante mediocre, sin calor emotivo; suena a cumplido retórico. Esta circunstancia induce a descartar que la destinataria fuese, bajo su nombre propio, la desconocida Dórida o la no menos desconocida Amarillida, a quienes el poeta amó. Tampoco parece que cetina haya escrito esos versos en fraternal alabanza a su hermana Leonor, pues no se refería a ella con tanta ceremonia como supone la anteposición del tratamiento al nombre de pila. Puede haber sido otra mujer, inclusive nombre imaginado para rimar con “primor” y “resplandor”; pero también cabe en lo posible que fuese Leonor de Osma la inspiradora. De ser esto así, quizás lo de “ciertas calenturas” pudiera tomarse como alusión a las que, acaso, en él encendió la atractiva malmaridada. Última hipótesis: elogiar la belleza de aquella por quien Peralta suspiraba fue amistoso atención hacia este. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que Cetina quedóse en Puebla. Conoció a Nava, en cuya casa materna estuvo de visita, y pasearon “juntos por el pueblo como tales amigos”. Mas, él y Peralta, se atrajeron la malquerencia “de aquel hombre criminoso” y la de sus compinches Gonzalo Galeoto, Pedro Páez y Martín de Mafra; a éste, una o dos veces “le corrieron por la calle de Santo Domingo”. Los dos amigos rondaban la casa de Leonor. El celoso Nava apostóse tres o cuarto noches en la esquina más próxima, con sus cómplices. Y aquí concluye el prólogo y empieza el drama.

    En contarlo se tarda mucho más de lo que duró. El domingo de Cuasimodo, a eso de las diez de la noche, Cetina sentóse a la puerta de su posada junto con su amigo, que tañía una guitarra. A poco propuso Peralta dar una vuelta “ a esta isla “, más sin duda que para estirar las piernas y tomar aire, para rondar la casa de su dama, porque “la isla era la dicha su posada con otras dos o tres casa que se pegan con ella, una de las cuales dichas casa es la en que vive el doctor De la Torre”. Iban sin capa, Cetina “un poquito” adelante con la espada desnuda apoyada en el hombro derecho, y Peralta detrás, tañendo la vihuela y cantando a media voz. “Se veía algo claro”, según el cantor; Cetina disiente: “Hacia tan gran oscuridad que de muy cerca no se podía devisar un hombre”.

    Poco anduvieron: “habiendo pasado la casa donde vive el dicho doctor De la Torre” y llegando “ a siete u ocho pasos de la encrucijada de la calle de Santo Domingo”, vislumbró Cetina “ dos bultos que le parecían ser de hombres que estaban muy pegados a la esquina de un corral que allí estaba, donde suelen encerrar harrias”. Volvió la cabeza para prevenir a Peralta: “Paréceme que hay esquina”; y apenas dijo esto, “tornando a volver el rostro para justificarse mejor”, le dieron “una herida en el rostro y en la sien y luego cayó en un lodo y arroyo que pasa por la calle, y queriéndose levantar para echar mano a su espada y defenderse, antes que se levantase llegó otro hombre y le dio otra cuchillada en la cabeza, de que tornó a caer rendido en el suelo y perdió el sentido”. Nava le había herido con un montante, largo y ancho espadón que se empuñaba con las dos manos. La segunda herida, menos grave, se la causó Galeoto con la espada. Detrás de la esquina permanecieron apostados Pedro Páez y un negrillo, criado de Nava, que semanas después, como testigo, suministró importante información.

    Los dos asaltantes a los que se unió Martín de Mafra, arremetieron contra Peralta, quien peleó cediendo terreno y sólo recibió cuatro lesiones leves. Como en los dramas se mezcla tal cual vez un sainete, sucedió que uno de los tajos cortó la cinta que le ataba al jubón las calzas, y se les resbalaron éstas sobre los pies, dejándolo “maneado” como caballería cuyas patas delanteras han sido trabadas para que o ande. A causa de ello cayó. Los vencedores se retiraron.

    Cetina, cayendo y levantando -literalmente-, había llegado a la posada. Llamó Peralta al doctor De la Torre, llamóse también al viejo cirujano Antón Martín Ureña, que tenía buena mano para curar heridas. La mayor de Cetina “le llegaba junto al ojo izquierdo y le bajaba un poco hacia la sien, de la cual herida salía mucha sangre, y tenía cortado cuero y sangre”. Tan grave la pareció a De la Torre y a Ureña, que juzgaron inútil curarla y coserla, pues opinaron que el herido no pasaría la noche. Se limitaron a “ponerle estopas y huevos y atárselas con paños”. Por parte del médico ¿ sería ignorancia o sería ruin desquite? No era recomendable el hombre; tenía sus puntas y ribetes de charlatán y de nigromante; y, dos años atrás, la inquisición le había desterrado de Veracruz por haber proferido palabras que parecieron heréticas.

    Como ambos se habían mostrado pesimistas, al día siguiente Cetina llamó a Diego Cortés, que curaba por medio de ensalmos. Cortés sacó dos o tres esquirlas de la herida mayor, la cosió a medias “ y no cosió lo demás por causa de un hueso que estaba cortado y atravesado junto al ojo izquierdo, de manera que no podía salir”.

    El drama se torna tragicomedia, donde se revuelven las andanzas de Peralta, la aprehensión de Nava, seguida de su fuga: su refugio, con Galeoto, en el convento de Santo Domingo; la pugna entre la autoridad judicial y monástica, aquélla obstinada en sacar de allí a los dos criminales, defensora ésta del derecho de asilo; la escapada nocturna de ambos, y cómo Nava hirió de una puñalada en la nariz a Leonor de Osma y, gravemente, a un esclavo y una esclava de la infiel; los chistes e intrigas de Leonor, de “ la Rascona”, del entrometido Lázaro de la Roca; las idas y venidas del zapatero Juan Vázquez, de las negras Iseo y María; en suma, toda la movida secuela del proceso. Nos limitaremos a decir que en aquellos rudos tiempos la justicia era tan ignorante de las consideraciones, cuidados y mimos debidos a las “unidades biológicas susceptibles de regeneración”, que a las seis semanas del atentado, el 12 de mayo, sentenció el juez que a Nava se le cortase la mano derecha, y así se ejecutó el 7 de julio siguiente. Un médico hizo la amputación. Nava se casó pocos años después, y en 1572 pidió al Real Consejo de Indias, “atento que ha diez y ocho años que pasó lo susodicho, y la poca culpa que tuvo”, que le habilitase para ser admitido “a cualesquier oficios reales y concejiles de que fuese proveído”.

    Se mandó buscar a Mafra y a Páez, mas no hay constancia de que fuesen hallados. En cuanto a Galeoto, puso tierra de por medio; en 1557 solicitó indulto.

    Hacia las once de aquella aciaga noche se le tomó declaración a Cetina. Afirmó no saber quien le había herido, por qué, pues no creía tener enemigos. Volviósele a interrogar el 9 de abril; repitió que no sabía quienes le habían atacado, porque “la noche era tan obscura que no los pudo ver”. Don Francisco Rodríguez Marín, en nota a esa actuación, indica que teníase “por poco honroso decir el ofendido a la justicia el nombre del ofensor, y estimábase esperar a poder vengar con la mano propia y no por la de jueces y ministros, la ofensa recibida”. En nuestros días ha heredado esa costumbre la gente de mal vivir.

   El 19 de abril hízosele nuevo interrogatorio. Declaró ser “ de edad de más de treinta y cinco años” y suministró la información que principalmente hemos seguido. El juez pesquisidor hizo que el doctor Gutiérrez y el curandero Diego Cortés le desvendasen las heridas, y asentó en el acta que una de ellas parecía estar ya cerrada y la otra “le tomaba desde la punta de la oreja izquierda, de lo alto de ella hasta la ternilla de la nariz por debajo del ojo, que parecía estar de razonable disposición”. Finalmente, el 23 de abril Cetina dijo una vez más que no sabía quién le hirió “y que cuando supiese y le constase claro, no había de querellar ni quiera querellar en ninguna cosa contra ninguna persona”. Fue la última vez que intervino en el proceso.

    Llegamos al límite del espacio disponible y aún queda, como suele decirse, “el rabo por desollar”. Un nuevo artículo será necesario para exponer los argumentos en pro y en contra de la hipótesis al principio enunciada: el Gutierre de Cetina herido por Hernando de Nava y por Gonzalo Galeoto era quizás un homónimo del poeta.
 
 

    Abril de 1954
 
 


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