Códices y estampas viejas
 
 
 

 
    José Juan Tablada gustaba de incluir en la lista de Obras del autor, puesta en sus libros, los títulos de los que preparaba. Varios de los así prometidos se quedarona medio hacer o faltos de los retoques finales. Algunos hubieran sido, sin duda, recopilaciones de artículos publicados en diarios y revistas.

   Uno de esos libros inéditos es Codices y estampas viejas, anunciado en el primer volumen de los bellísimos “poemas sintéticos”, el titulado Un día... salido a la luz en Caracas, en 1919; se decía ahí que la Editorial Continental de Nueva York lo tenía “en prensa”. Tres años después, en el admirable Jarro de flores segunda obra de aquel género, Códices y estampas viejas había retrocedido hasta “próximo a publicarse”.

   El original forma un legajo entre dos cartones amarrados con un cordelillo. En la tapa está manuscrito el título,  en grandes letras cursivas trazadas con lápiz azul; un doble rasgo rojo subraya las palabras, puestas en escalera. La paginación está indicada con lápiz rojo, hasta la hoja 60. Faltan las tres primeras, así como las 31, 32 y 43; pero hay intercalados, sin numeración, siete artículos. No ha de tomarse el título en su sentido literal: los Códices son evocaciones o comentarios poéticos de la antigüedad precortesiana; y las Estampas viejas son impresiones subjetivas o bien composiciones de fantasía, con el melancólico atractivo de amarillentas láminas.

   Las dos partes de la obra están subdivididas. Códices, comprende cinco escritos, cuyos temas son: los monumentos de Teotihuacán; el salón de monolitos del Museo Nacional de Arqueología, calificado por el poeta de “catedral de una raza”; el Calendario Azteca; la renovación del fuego entre los oradores de Anáhuac; y una “leyenda mexicana”: la repudiación por Netzahualcóyotl de los ídolos monstruos y su devoción a la deidad única, invisible y sin nombre. Un grupo intitulado El libro de los reyes abarca otros cinco artículos: el paralelo entre Moctezuma y Cuahutémoc; el ahuehuete de la Noche Triste; Hitzilopochtli y los “Judas” del sábado de Gloria; la fiesta de las flores en Xochimilco; y el agua y el pulque.

   Las Estampas viejas están clasificadas en cinco secciones. La primera Paisajes es de prosas líricas: La diosa en su trono -dada a conocer por la señora Nina Cabrera de Tablada, viuda del poeta, en su libro José Juan Tablada en la intimidad, editado en 1954 por la Universidad Nacional Autónoma de México-; la anunciación de la primavera; la nieve viajera, que alguna vez llegó, leve y fugaz, hasta la ciudad de México; el Mercado de las Flores, entonces inmediato a la catedral; y la conmemoración de los difuntos. Monumentos agrupa siete artículos. Sus temas son: el primor con que antaño eran decorados los templos y amoblados los hogares mexicanos, afeados después con disparejos productos industriales; las impresiones de Tablada, cuando era niño, ante los vestigios del pasado virreinal; la restauración de la iglesia de Acolman; las costumbres conventuales en tiempos de Sor Juana Unés de la Cruz; un imaginario diálogo entre el templo de la Profesa y su vecino, el café de la Concordia, en demolición; el derribo, también, del antiguo Teatro Nacional; en fin, la blanca ciudad de Guadalajara.

   La tercera sección, Los héroes, está formada por artículos sobre Hidalgo, Morelos y Guillermo Prieto. Este último texto fue publicado en marzo de 1897 con motivo del fallecimiento de “Fidel”; Tablada no cumpliá aún los ventiséis años de edad. Las festividades abarcan: el Viernes de Dolores en el canal de la Viga; la Cruz de Mayo; el 14 de julio -de 1900-; el carnaval antiguo; y la floración ulterior a la cuaresma. Los  espectros son: las “calaveras” de azucar; la irrisoria biografía de un malaventurado poetastro; tres bosquejos de figuras antañonas: la horchatera, la bruja, y el bibliómano, página, ésta, de la Revista Moderna; en fin, Las naos de China, artículo de 1900.

   Tres de los escritos aparecieron en la edición en castellano de la Pictorial Review, de Nueva York, en septiembre y octubre de  1921 y marzo de 1922. Cuatro están recortados de diarios, probablemente El Universal de Reyes Spíndola, que se publicó desde 1888 hasta 1901; otro, del Mundo Ilustrado, año de 1912. Los demás están mecanografiados a renglón sencillo. Varios tienen ilustraciones en fotograbado: el Indio Triste, la serpiente emplumada, el claustro de la Merced, el retrato de Sor Juana, etc.; veintitrés en total. En una quincena de ellos está mencionada la ilustración que habría de ponerse: un glifo azteca, una litografía de Debray, “algún motivo ornamental de Best Maugard”, etc.

   Salvo el de las naos, los textos son muchos más subjetivos que descriptivos. Se alzan a menudo hasta el tono lírico. Varios son poemas en prosa, tal el inspirado por el Calendario Azteca. En ocasiones lo presente hace evocar lo pasado; así en la noche del “Grito” el poeta ve semejanza con la antigua ceremonia de la renovación del fuego en el cerro de la Estrella, cercano a Ixtapalapa. Todos están compuestos en el “estilo artista”  que preconizaron los hermanos Goncourt, de quienes Tablada era devotísimo -de Edmundo sobre todo- y al que fue siempre fiel en su prosa. Estilo de selecto vocabulario, rico en imágenes, en giros elegantes, en ingeniosas alusiones y en doctas referencias.

   En el sumario, manuscrito por el autor, así como en las menciones puestas en las “falsas”, se advierten títulos cuyos correspondientes textos no existen en el legajo. Dos de ellos figuran en ambas listas: El  hospital de San Andrés -huelga recordar que estaba en la calle de tacuba y fue derribado para construir en su solar el  palacio de Comunicaciones- y La mascarilla de Juárez. Una hoja de papel tiene adherido un par de fotograbados de ese histórico yeso, visto de frente y de perfil izquierdo. En el sumario se mencionan, pero no en las falsas, Entre Navidad y Año Nuevo y La china y el automóvil. De este último artículo acaso dé un indicio el apunte manuscrito por Tablada en la hoja que habría de llevar “ilustración: un buen retrato” del cantor de la “Musa callejera”. Ahí se lee, en efecto: “Una nota: Cómo sonreiría G. Prieto el padre de la chinas poblanas si pudiera verlas hoy redivivas por el Arte en poemas, cuadros y teatros”. En las falsas, aunque no en el sumario, hay tres menciones más: El reloj de Catedral, Frente al Caballero Tigre y Teotihuacán, la cuidad de los dioses. La segunda es simple subtítulo del fragmento final en el trabajo sobre el salón de monolitos. La tercera parece variante del título alusivo a la mencionada zona arqueológica. Ignoramos si algunos de los textos susodichos se extraviaron o si se quedaron por escribir. Esto último parece lo más probable.

   Aunque cada artículo revela cabal conocimiento de la materia tratada, no es una descripción erudita -con la salvedad ya hecha- sino elevadas y hermosas disquisiciones estéticas o filosóficas.

   En ulterior ocasión comentaremos otro ensayo inédito de ese mismo género, obra también de José Juan Tablada.
 
 

    Octubre de 1959
 
 


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