Cetina sigue siendo Cetina
 
 

 

Como una premonición, que sobrecoge el ánimo, cabe considerar cierto pasaje del Diálogo entre la cabeza y la gorra, de Gutierre de Cetina: aquélla dice de un doctor a quien saluda “que era un excelente músico de vihuela, y que en una cuestión que se ofreció una noche, lo había hecho como hombre, aunque salió mal herido”. No parece mutatis mutandis, aplicable al poeta en la infausta noche del 1° de abril de 1554, aunque no él, sino Francisco de Peralta era quien tenía la vihuela en una calle poblana?

    Si se reflexiona sobre las consideraciones que movieron a don Lucas de Torre a opinar que el Gutierre de Cetina malamente herido por Hernando de Nava no pudo ser el poeta, pronto se perciben razones en apoyo de esa conjetura y, después, otras que lo desmoronan. Sorprende, por ejemplo, que tras la declaración del 23 de abril no vuelva Cetina a figurar en la causa incoada contra su heridor. Es dable creer que aún vivía al ejecutarse la sentencia, el 7 de julio siguiente, y que ello fue parte a que se indultase a Nava de la pena capital: la lógica mueve a suponer que si la víctima hubiese fallecido antes de concluir en aquella forma el proceso, hubiera quedado constancia en éste.

    No se compadece tal silencio con la importancia que tuvo el triste asunto, pues por especial mandato del virrey don Luis de Velasco fue a Puebla un “juez pesquisidor” y más tarde un oidor de la Audiencia de México; y a la capital se trajo al reo, para que aquí sufriese el castigo. Mas ha de tenerse presente que Nava agravó su culpa con la resistencia opuesta a ser expulsado de la Torre del convento de Santo Domingo, donde halló refugio, así como con las heridas que causó a dos o tres personas de las que trataron de sacarle de allí. Empeoraron su situación, además, su insolente escapada nocturna para vengarse de doña Leonor de Osma, a quien lesionó en la nariz; la herida que en esa ocasión le infirió en un muslo a una esclava negra de la veleidosa dama, y la gravísima con que dejó moribundo a un malaventurado negro, también esclavo de ella; amén de las amenazas de muerte proferidas contra el manso doctor Pedro de la Torre. Desplazada por todos esos desmanes y por las peripecias de que fueron origen, la agresión de Cetina pasa en el proceso a segundo lugar.

    Otra peculiaridad sorprende asimismo en esta embrolladísima historia. Francisco Pacheco, en su Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, afirma que el poeta vino a México; y en el testamento de Beltrán de Cetina, otorgado el 9 de mayo de 1548, consta que su hijo Gutierre aquí estaba, pues el testador menciona envíos hechos por él. A pesar de ello, no aparece reflejo alguno del país en la producción literaria del poeta, porque no cabe tomar como rastro de la experiencia propia la simple mención de Cuernavaca en la burlesca Paradoja en alabanza de los cuernos. Extractaremos el cuentecillo en ella inserto, a todas luces inventado: el marqués del Valle (de Oaxaca) sostuvo con cierto gentilhombre, víctima de notorios infortunios conyugales, un litigio sobre “un muy buen valle y lugar que llaman Cuerna-vaca”; para zanjar la cuestión “el marqués se quiso concertar con él y darle la mitad del lugar se llamaba Cuerna-vaca, el tomarse para sí los cuernos, y para el Marqués la Vaca; y contentárase de la partición el pobre gentilhombre, sino que su mujer jamás lo quiso consentir”, pues arguyó que “por la vaca lo había ella, que no por los cuernos, teniéndolos sembrados por su casa”. Huelga aclarar que “había” alude al “lugar” y vale por “tenía”.

    Puede aducirse, para explicar tal silencio, que probablemente no conocemos toda la obra de Cetina: don Lucas de Torre encontró en 1924 poemas suyos inéditos, y acaso otros investigadores lleguen a tener la misma fortuna. Tocante a esa ausencia de México en las poesías, don Marcelino Menéndez y Pelayo supuso que “quizás Cetina ya no las hacía en aquél tiempo”.

    El errado aserto de Pacheco tocante a su muerte en 1560 a los cuarenta años de edad, desorientó a los biógrafos ulteriores; “podemos fijar el nacimiento del poeta en el año de 1520”, dice don Joaquín Hazañas y La Rúa en la extensa “Introducción” puesta a su edición en dos volúmenes de las Obras de Gutierre de Cetina (Sevilla, 1895). También, a ese respecto, fue motivo de desorientación el proceso, pues declaró el herido tener más de treinta y cinco años, lo que conduce a 1519 o muy poco antes. No se puede hacer hincapié en este dato, ya que su misma enunciación deja ver cuán elástico es: en el mejor de los casos es aplicable hasta la cuarentena; y diversas consideraciones, sagazmente hechas por don Lucas de la Torre y don Narciso Alonso Cortés, obligan a suponer que más cerca de los ocho lustros que de los siete andaba el poeta. Alonso Cortés le reconoce a Torre, aunque en cierto modo ha reaclarado ese enigma: como aquello, dice “se contradecía con otras fechas relativas tanto a él como a otros individuos de su familia, hubo quien advirtió el error y dedujo que la fecha del nacimiento había de ser necesariamente anterior”. De la nota puesta al pie de los renglones transcritos resulta que ese “quien” fue Don Lucas de Torre en el estudio que examinamos.

    El argumento de Torre en el sentido de que Baltasar del Alcázar, nacido en 1530, no pudo escribir antes de 1563 la Epístola a Cetina en que alude a su cargo de alcalde de los Molares, porque en ese año fue cuando reapareció en Sevilla después de haber militado durante doce a las órdenes del invicto don Alvaro de Bazán, lo rebate Alonso Cortés anticipando hasta 1526 el nacimiento del jocundo poeta. Esto lleva a suponer que el intercambio de composiciones ocurrió entre mediados de 1546, en que Cetina regresó de Italia, y principios de 1547, en que según todas las probabilidades se embarcó para México. Joven de veinte o veintiún años sería entonces Alcázar, y no ya adolescente de dieciséis o diecisiete, edad ésta demasiado tierna para obtener la alcaldía. La incertidumbre cronológica permite esos juegos de estira y afloja.

    Es innegable la importancia que tiene el poema Epístola y enfados de Cetina, uno de cuyos tercetos dice: “Enfádame un vejazo de palacio / que con el barrendero y con los pajes / de la de Lanjarón cuenta de espacio”. La interpretación de don Lucas de Torre, en el sentido de que se alude ahí a la acción de armas de que aquel pueblo granadino fue escenario en 1569 durante el alzamiento de los moriscos, obliga a tener ese texto como posterior a dicho año. Si constase a ciencia cierta que es obra de Cetina, forzoso sería concluir que el poeta fue persona distinta del Gutierre de Cetina que en 1557 ya había fallecido. Pero, aunque don Lucas de Torre dice que honradamente no cabe dudar de que sea de Cetina, la verdad honrada es que tal constancia no existe. La composición está copiada de un manuscrito del siglo XVI que se conserva en la Biblioteca Provincial de Toledo; y no sería la primera vez, tampoco la última que en colecciones de esa índole, se atribuyen a un poeta versos de otro. Para explicar el aparente anacronismo puede suponerse, pues, que esa curiosa y, a trechos, picante enumeración de personas y actos enfadosos es obra de algún autor de segunda fila, pronto olvidado. Pudo el copista atribuírsela a Cetina por ser poema humorístico en el estilo de la Epístola a Baltasar del Alcázar sobre las desventajas de la vida en Sevilla respecto de la vida en “el aldea”.

    No puede pasarse por alto el argumento de que, si se suprimen de la biografía del poeta los documentos hallados por Hazañas y por Rodríguez Marín, según lo pedía don Lucas de Torre, la documentación que le concierne queda reducida a las menciones hechas de él como correo entre el emperador Carlos V y su virrey de Sicilia, don Fernando Gonzaga, así como a lo poquísimo y en buena parte errado que Pacheco refiere, y a tales o cuales citas en escritos literarios de su tiempo. Habría, por lo tanto, que descubrirle “de todo a todo” una familia que no sea la formada por Beltrán de Cetina y Francisca del Castillo; y hasta ahora, ramas de ese tronco son las únicas encontradas, sin que a ningún otro Gutierre de Cetina le vengan a la medida, las andanzas marciales, la amistad con próceres y poetas, los amores con Dórida y Amarillida, la pasión por la inaccesible condesa Laura Gonzaga. Forzoso es reconocer, en consecuencia, que en este caso la imaginación de don Lucas de Torre le llevó más lejos de lo que la realidad pedía en la interpretación de los documentos. Demasiado lejos, también, en la conjetura de que la ignota Amarillida, a quien el poeta cortejó durante tres años, fuese Laura, la de los “ojos claros serenos”.

    Don Narciso Alonso Cortés rebate las suposiciones del precitado erudito, sin mencionarle, en los términos siguientes: “Hemos visto, en suma, que el poeta Gutierre de Cetina, exactamente igual que el hijo de Beltrán de Cetina y de Francisca del Castillo, nació en Sevilla, marchó a México, donde tenía hermanos, y allí murió a la edad aproximada de cuarenta años. ¿Es posible que estas tres circunstancias se den en más de un Gutierre de Cetina? Absurdo sería suponerlo así, y hemos de admitir sin la menor duda que se trata de la misma persona”.

    Ese razonamiento confirma la tradicional creencia. Por ahora, en tal estado queda el problema, y hasta que nuevos datos robustezcan lo sabido, o bien obliguen a sustituirlo por otra certidumbre, es sensato convenir en que el Gutierre de Cetina herido en Puebla hace cuatro siglos era el poeta Gutierre de Cetina.
 
 

     Mayo 1954
 
 
 


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