El amable Montparnasse
 
 
 
 

    En París hay veinte París. Uno de ellos es Montparnasse. 'El rey de los barrios', lo define René Benjamin.

    Cien años atrás, todavía quedaban de su aldeana juventud huertos, cafetines rústicos y bailes campestres. Perduran de ese abolengo perfumado de rosas y de risas, jardines escondidos y calles apacibles en las que nunca pasa nada, bordeadas de monasterios monjiles y estremecidas de campanitas vocingleras. Vivieron aquí los artistas con cuyos nombres nos familiarizan los manuales de literatura -o las páginas dominicales de los diarios-. Y paralelo al bulevar está el cementerio en donde duermen Baudelaire, Huysmans, Hegesipo Moreau, César Franck, el general Porfirio Díaz, Julio Ruelas...

    ¿Visitan la tumba de Julio Ruelas los artistas mexicanos que vienen a París? No sé; nunca hay flores sobre ella. Los cinceles de la lluvia han patinado el mármol, dándole esa última mano que es la obra del tiempo. La humedad manchó realísticamente el regazo de la musa desesperada sobre la losa tombal, y untó en su paleta simulacros de colores. Y la yedra completó el adorno de la tumba vertiendo sobre ella su inquieto esmalte. Ya no puede leerse la inscripción de la estela, oculta por las hojas devoradoras. Pero es la tumba más bella de toda la Ciudad del Reposo. ¿Qué importa que nadie vea un nombre grabado en la piedra? Los que peregrinan hasta ella no lo necesitan. Y ¿quién sabe?: los tallos suben de la cripta sepulcral, y tal vez sus uñas afianzadas en los huecos de las letras obedecen a una voluntad ultraterrestre que pide: serenidad, verdor eterno, silencio...

    Frente a 'La Closerie des Lilas', donde antaño reinara Paul Fort con su capa, su chambergo y sus baladas, todo blanco se encarama Montmartre en el horizonte, sobre las musicales torres de San Sulpicio -dos clarinetes enhiestos- que evocan a Manón, y los árboles del Luxemburgo, que empollaron los versos de Rubén Darío. La ciudad devoró el cercado y las lilas -trocados en el 'Bal Bullier', famoso almácigo de amores estudiantiles-, mas perdura en el café frontero el nombre campesino.

    Dominando el barrio, se redondean las cúpulas del Observatorio. Montparnasse: el lugar de París en dónde es más clara la sonrisa de las estrellas.
 

El Bulevar
 

    Lo mandó trazar Luis XV; por esto sea loado el abyecto rey.

    Un kilómetro, desde la Estación de Montparnasse, adonde llegan en breve carnaval las pintorescas labriegas bretonas para volverse doncellas y dejar de serlo, hasta la estatua del Mariscal Ney, viva obra de Rude, que regula sable en mano -frente al sitio en donde fue fusilado- el vaivén de los taxímetros. Un kilómetro, el más bello de París. Montparnasse: aeródromo de Pegaso.
 
    El ombligo del bulevar es la estación 'Vaivin' del Metro. El hierro de la barandilla se crispa con curvas prerrafaelitas, y en la punta de tallos retorcidos parecen mirar dos globos de vidrio rojo, cual serpientes erguidas sobre la cola. Frente a 'La Rotonda el bulevar Raspail lleva la mirada hasta la luna, y la escalera del Metro, hasta el misterio; cabe escapar de la realidad hacia el ensueño por la profundidad o por la altura. Y contemplando a los viajeros salir de la estación subterránea resucita el miedoso asombro con que vieran los florentinos al Poeta que regresaba del infierno: vienen de bajo tierra, de lo que no existe, del paréntesis...

    El bulevar sólo empieza a vivir desde la puesta del sol. De día pertenece a todo el mundo: es una avenida de París. De noche nos pertenece a quienes le amamos: de noche es Montparnasse. Cada rincón se llena de prometedores siseos de peripatéticas. Bajo los ligeros fusains, el tranvía 91, verde como la Primavera y como ella alegre, no rueda, trota en los rieles. Todos los idiomas del mundo rugen en los cafés; sobrenada el aceitoso castellano: latinoamericanos y españoles tienen al loro por su ave heráldica. De cuando en cuando se oyen algunas palabras en francés, las bastantes para no perder la noción geográfica del sitio. Yanquis y escandinavos compiten en el deporte de alzar sobre las mesas transitorias columnas de platillos: cuando un coloso rubio ha trasegado quince aperitivos se siente mediterráneo y proclama que la vida es bella...
 

Los abrevaderos de pegaso
 

    La fuente Castalia, que confería el don poético a quien bebía de su agua, se fragmenta en el monte Parnaso parisiense: cada café posee una cañería exclusiva.

    Noche. El café iluminado es fanal para falenas. ¿Hay que describir mesas, divanes, espejos? Cuadros muy malos, a los que no es de buen tono mirar. Todos los disfraces de la bohemia artificial: cabelleras con música de Puccini, lavalieres que cuelgan como toisones de ovejas negras, boinas de terciopelo cubriendo el irremediable vacío de los sesos, pipas en las que el humo baila como un muñeco articulado encima de un disco de gramófono. Una mujer apoya su mirada en el fondo de la taza; en el dedo un círculo de oro la etiqueta como mal casada. Se anega en la copa el alma sonámbula con anticipado goce infinito. Connubios de "pan con pan": ¡lo sé todo -dice Montparnasse- y todo lo perdono! A la puerta, bajo los árboles buenos y la luna doméstica, hay como ochocientos mil francos de automóviles.
 

Las "Montparnos"
 

    Semiesposas de artista, injertos de modelos y de musa, pintorescas para el ojo que ve desde las nubes: dan la razón a Fray ´Servando Teresa de Mier: "¡parecen ranas!..." Perdieron la personalidad y se llaman Madó, Minú, Kiki, Chiffon... ¿Tuvieron alguna vez familia y un nombre en el Registro Civil?

    En el cabaré danza Chiffon. Las miradas táctiles le arrancan a pedazos el traje verde donde se pudren las hojas nuevas, y azotan su piel multiplicada: una Chiffon para cada gula. En los brazos, las venas azules serpentean cual la hiedra. El rostro de muñeca es viejo de veinte siglos. ¡Parisiense eterna!... Nunca fue niña; no morirá nunca. ¡Compañera de Ahasvero, viene desde la caverna de las edades desaparecidas a hundirse en el abismo de las edades futuras!, bailó para la soldadesca romana de Julio César y para las hordas francas, con Esmeralda en la plaza de la Greve y ante la guillotina terrorista. Y ahora alumbra el reclamo de Montparnasse ante los viajeros que cosechan recuerdos a escala ciento por uno para embobar después a sus amigos...
 
 

1923
 

 


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