MÉXICO DE DÍA Y DE NOCHE
[Exposición japonesa.- Estampas a colores]

Exposición japonesa

La estampa a colores es el más japonés de las artes del Japón; considérase a Hiroshigué como el más nacional de sus artistas, y la reunión de estas dos circunstancias hace que la exposición en el Palacio de Bellas Artes sea una fiesta de arte característica y representativa de algo supremo dentro del genio plástico del Imperio Oriental.

    Ello en general, que en lo referente a calidad, la exhibición es digna de cualquier centro de cultura en el mundo, ya que comprende setenta obras del maestro paisajista, muchas de las cuales, además de su valor pictórico, son magníficos especímenes desde el punto de vista técnico del grabado en madera a colores.

    Dichas estampas son parte del maravilloso arte japonés vislumbrado apenas entre los tesoros de las monarquías europeas en el siglo XVIII; inventariado por los colonos holandeses en Nagasaki; revelado en progresivas apoteosis en las exposiciones de París, Viena y Filadelfia, mediando el pasado siglo y hacia su final, entrando solemne y definitivamente a Europa en las galerías del Trocadero.

    Pero desde las lacas, porcelanas y bronces de María Antonieta, hasta las obras maestras adquiridas por los museos mundiales, el arte que del Japón feudal llegaba a la europa monárquica, era un arte por excelencia suntuario, idóneo para la pompa cortesana y asequible sólo a los Rothschilds y a los incipientes millonarios de Norteamérica.

    Ninguno de esos productos magistrales, pero superfluos, podía tener cabida entre las clases media y popular, que apenas si alcanza a verlas bajo las vitrinas de los museos.

Estampas a colores

    Fue en el último tercio del pasado siglo cuando las primeras estampas japonesas llevadas a Europa por mercaderes inconscientes, fueron descubiertas con encantado asombro por contados artistas o deleitantes, y atesoradas y reveladas por la visión infalible de los hermanos de Goncourt.

    Y desde entonces, esos documentos plásticos e intrínsecamente democráticos unieron para siempre el corazón popular japonés con las democracias del Occidente, y fueron las puertas luminosas por donde el mundo entero penetró al Japón, antes tenido por misterioso y aun hermético.

    La estampa japonesa, tanto por su ideología como por su técnica multiplicadora, constituye en todo el arte japonés la parte más humana, universalizable y democrática.

    Por sus temas populares son una reacción frente a la canónica y tradicional escuela chinesca, la religiosa o budista y la de Tosa, nacionalista; pero desdeñosa de cuanto no fuese aristocrático y nobiliario.

    Las estampas coloridas pertenecen genéricamente a la escuela "Ukiyo-e" (dibujos del mundo flotante), o sea del mundo abierto a las miradas de todos, no recluido en leyendas pretéritas, ni en monasterios, castillos feudales o en la Corte Mikadonal.

    Su ideología, pues, incluyó temas en absoluto populares, desde el teatro, donde sólo como en reflejo abierto a la crítica, aparecían bonzos y nobles, hasta la Naturaleza, de la que nada fue excluido y todo considerado como asunto digno e interesante:

Desde el águila hasta el bambú,
De la estrella al sapo de lodo,
Hokusai lo dibujó todo
En la "Mangua" y en el "Guanfú".
    Merced a la estampa, el genio pictórico no fue privilegio de potentados, sino patrimonio de los más humildes hijos del Imperio japonés.

    Y también cumplió su función nacional, que la trascendió universalizándose y derramando su encanto sobre el mundo entero.

    Con la estampa surgió, llenando un siglo, esa pléyade de grandes artistas que se inició con Harunobu,  continuó con Hokusai, Utamaro, Sharaku y elevó, para declinar, el genio único del gran paisajista, quizás el mayor del mundo en cantidad y calidad, que se llamó Ishiriusai Hiroshigué, y cuyas obras, el México sensible y culto admirará ya en la exposición que se inauguró ayer.

                                                                                                               José Juan Tablada.

Excélsior, año XXI, tomo II (7281), 24 mar. 1937, lª secc.: 5.
 

 


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