MÉXICO DE DÍA Y DE NOCHE
Diego Rivera en el Hotel Pani
[Arte y natura.- Organizando el báratro.- ¿Todavía el feísmo...?- Carnavales del pueblo]

Arte y natura

Refiere el crítico nipón Yoné Noguchi  que cuando regresó a su patria, los ojos azules se le volvieron negros, con lo cual quiso decir que, al repatriarse, tras de larga permanencia en Europa, sus ojos "occidentalizados" volvieron a ser japoneses cuando miró el río Sumidagava  reflejado en las estampas del gran Hiroshigué...  Y quizás desviado por la curva excéntrica de la paradoja wildeana, "la naturaleza imita al arte", el crítico se reintegró a las belleza naturales, no directamente, sino a través de los paisajes del maravilloso pintor de la nieve y de la lluvia...

    No pretendo que me haya sucedido otro tanto, pues a pesar de un largo vivir en tierra nórdica, mis ojos siempre negros, jamás se sintieron azules...

    Pero si debo confesar que las corrientes de lava nacionalista que hizo brotar de las entradas patrias la erupción revolucionaria, no me revelaron totalmente un sentido plástico y pictórico, sino a través de las pinturas murales de Diego Rivera.

Organizando el báratro

    Y creo que eso que tengo la sinceridad de confesar, ha sido el caso de la inmensa mayoría que, o, chata, no lo advierte, o, maliciosa, se lo calla. Pues cuando de las heridas telúricas, de los cráteres ignívomos, abriéndose en el agro antes liso y gris, surgían las corrientes en fusión, todos vimos fugaces reflejos en cambiante trocatinte; formas proteicas e inestables; borbotones de forma y de color...

    Y fue Diego Rivera quien, clavando el ojo penetrante y lúcido en aquel torbellino, comenzó a ordenarlo sujetando a un ritmo determinado su vertiginoso dinamismo, devolviendo al espectro los colores náufragos en el aluvión, organizando las formas perdidas en el caos...

    Luego voluntarioso y consumando jornadas de conquistador, fue incluyendo dentro de su dominio pictórico, no la historia sino la gesta popular.

    Así, cuando honradamente se quieran evocar los episodios de esa gesta, habrá que volver el rostro hacia Chapingo, hacia Cuernavaca o hacia los palacios metropolitanos decorados por el pintor extraordinario.

    ¿Habrá quien, en vez de esas pinturas, opte por las páginas de México a través de los siglos?...  Lo dudo, pues sigo creyendo, con los chinos, que una pintura dice diez mil palabras...

¿Todavía el feísmo...?

    Eso sucederá a pesar del feísmo que tan divertidamente alarma aún a tantos... ¿Feísmo? Cuando alguien, indignado, lo denuncia, me figuro que, sin darse cuenta, quisiera imponer al pintor, como canon o modelo, su propia fisonomía.

    La misma aberración grecorromana se complace en llamar "La Venecia mexicana" a nuestro inocente Xochimilco. ¿No se ha llamado a Bogotá "la Atenas de América"? Siguiendo por ese camino, pondríamos peluca rubia a la Diosa del Agua...

    Pocos parecen darse cuenta de que Diego Rivera viene más del Macuilxóchitl  que del canon de Policleto.  Alguien  afecto a meter definiciones en cáscaras de nuez, llamó a nuestro pintor de gesta "sastre de ídolos"... Pero que no se achaque a la frase intención despectiva. Esas tres palabras aplicadas a Rivera son una especie de jaikai  crítico que usa el elemento de la sorpresa para fijar la atención sobre algo máximo... Tan grandioso como los magníficos volúmenes de la estatuaria indígena y los terribles recursos dramáticos de los númenes aztecas, pesando, latiendo y cobrando nueva vida bajo el iris de la paleta riveriana.

    La piedra se hace música; la Teoyamiqui  rompe a cantar, como los colosos de Memnón, herida por la luz del pincel magistral y el ídolo esencial -alma de la raza- nos revela sus secretos en torrentes de color!

    La ópera de Diego Rivera. Opera omnia...

Carnavales del pueblo

    En las pinturas murales con que ha decorado el Hotel Pani, Diego Rivera afirma una vez más sus cualidades pictóricas.

    Lo primero que nos sorprendió al ver los nuevos frescos, fue su milagrosa transparencia. Los cuatro frescos parecen abrir en los macizos muros del gran hall sendos vitrales diáfanos y luminosos.

    El tema de las pinturas son los carnavales populares. ¡Qué asunto para tal artista! La verba pictórica alcanza proporción rabelesiana. Siempre ha habido en Diego un Gargantúa, físico y mental; pero ahora en estos "carnavales" está a sus anchas, y de no ser pantagruélica esa "furia", sería drolática a la manera de Balzac.

    Lo pintoresco, inherente al tema, desconcierta de pronto, extraviando un tanto en los profusos meandros del arabesco, pero aquieta y aún ensalma la deliciosa orquestación del color.

    Pasa otra vez el cortejo, el tropel, la dramática mascarada, bajo el Arco de Triunfo del arco-iris mismo, robándole su magia lumínica.

    No intentaremos aislar del armonioso tumulto, los tipos del Dramatis personae.  Surgen no "los ídolos a nado" de la Suave Patria, sino ídolos a caballo; la Malinche  toca el ukalele; culmina una miss de brazos esqueléticos -¿la influencia norteña?-; bajo airones aquilinos perfílanse rostros embijados con las pinturas faciales de los códices; rebuznan irónicas cabezas asininas; rutilan mitras eclesiásticas; empínase la dictadura macrocéfala; ríe el bufón y asoma la muerte, pues esos carnavales semejan capítulos de las Mil y una, etc., pero no las del sultán Sharriar,  sino las de nuestro señor Huichilobos...

    Pero mientras vais a solazaros en ese festival raro de nuestra cultura amenguada, no olvidéis, para vivificar este inventario, la triunfal polifonía cromática y el dinamismo que os sacude y arrebata como un soplo cósmico.

    Tal es, a vuela pluma, la impresión que nos produjo la más reciente obra del pintor de México, otra vez en marcha bajo el arco-iris y hacia la estrella.

                                                                                                         José Juan Tablada.

Excélsior, año XX, tomo V (7086), 8 sep. 1936, 1ª secc.: 5.
 
 


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