[MISCELÁNEA]
La universidad para obreros y campesinos

Un distinguido educador de esta ciudad en cuya casa me encontraba de visita, leyó el cablegrama que acababan de entregarle y en seguida, alborozado, me hizo verlo.

    En él le participaban que la Universidad Obrera y Campesina acababa de fundarse en la ciudad de México.

    Movido por esa noble solidaridad que une a estos hombres de ciencia con el progreso del mundo entero, mi amigo, alborozado, comentó:

    -Este hecho es plausible en todas partes, pero en México mucho más... Porque en la tierra de usted el pueblo todo, por herencia tradicional y temperamento tiene en arte e industria posibilidades que sólo aguardan para desarrollarse y florecer los sistemas técnicos y económicos que sin duda impartirá la naciente universidad...

    La fausta nueva me regocijó a mi vez y particularmente el comentario de mi autorizado amigo, por implicar un tema que yo inicié hace muchos años cuando propugnar por la cultura democrática no era aún arbitrio político, sino más bien era como clamar en el desierto y hasta como aventurarse en la peligrosa zona de la extravagancia...

    Afirmaciones ambas comprobadas por mi libro Hiroshigué (1914) bajo el rubro: "Un programa de arte y de civismo"... y por la perfecta indiferencia oficial con que el salvador proyecto fue entonces acogido.

    Hoy, sin embargo, dieciséis años más tarde esa idea queda esencialmente incluida en el programa que implica y pondrá en práctica el lema de la nueva institución: "La ciencia y el arte al servicio de la colectividad".

    Programa que fue tan urgente ayer como será fecundo mañana y que deberá llenar esta condición tanto mejor cuanto más activo y práctico sea.

    En el lema de la flamante universidad, conjeturo que las palabras ciencia y arte tienen un significado netamente industrial, pues en un plantel para obreros y campesinos ni la ciencia especulativa ni el arte burgués pueden tener cabida.

    Arte y ciencia al servicio de la colectividad tiene que ser aplicados a la vida y en consecuencia incluidos en la categoría de artes industriales o industrias artísticas, sin más distinción que la de grado en la respectiva función de nombres y adjetivos.

    En el arte industrial, la calidad estética o de belleza pura predomina; en la industria artística la condición de utilidad prevalece, pero en ambos casos, el producto debe ser orgánico e incorporarse a la vida de la colectividad. De allí su valor social y su fuerza económica que no lo harán artificial y contingente, sino natural y vivaz hasta poder ser exuberante.

    Esa universidad será así una sementera valiosa y un granero de oro, no metafórico sino precioso, rigurosamente.

    Será, pues, lo contrario de la Academia Nacional de Bellas Artes, plantel artificial y parasitario económicamente que produjo arte en general alambicado y costoso, tal como produce flores un invernadero.

    Lo contrario hubiera sucedido si en vez de tratar de producir arte incondicional, se hubiera procurado hacer arte social, no burgués, y arte aplicado a la vida y a la industria.

    El arte supremo es obra del genio y los genios no necesitan academias ni sistemas, porque lejos de obedecer a las reglas que norman a la mayoría, se rebelan contra ellas, las tuercen, las quebrantan e imponen o tratan de imponer las muy personales que rigen su propio ímpetu creador.

    A los pintores de importancia proporcional a su fuerza creadora como entre nosotros José Clemente Orozco y Diego Rivera les ha costado trabajo, no aprender, sino desaprender lo que con detrimento de su prístina personalidad asimilaron a su paso por la academia.

    En cambio de la honrada mayoría cuyo talento es río más o menos pujante y caudaloso, sin desembocar nunca en el océano inquieto e insondable del genio, una academia o una institución universitaria con sentido de las proporciones económicas o sociales puede hacer fuerzas fecundas y boyantes.

    Continuando la imagen, de las mareas del océano del genio o sus desatadas tempestades no se puede aprovechar pragmáticamente la irrefrenable fuerza cósmica aunque los reflujos y los vendavales puedan a veces obrar de acuerdo con los intereses humanos, pero en cambio de los ríos con que comparamos a los talentos más comunes y corrientes, la fuerza total puede encauzarse y aprovecharse en bien y provecho de la colectividad.

    Repetimos hoy lo que dijimos hace tres lustros: Toda una legión de pintores de "cuadros de caballete", pintura burguesa, hija de la de pintores de cámara, que viven precariamente en medio de un mercado sin demanda, podrían convertirse en factores de eficiencia económica y significado social con solo aplicar su talento a las artes industriales o a las industrias artísticas.

    Que el recalcitrante y mal entendido orgullo no intente despreciar ese urgente sacrificio de ideales precarios y sueños enervantes en aras de un provecho que se impone como necesidad vital.

    La empresa es estética y ética. Ejemplo de los primero es que inmortales emporios de cultura como China, Grecia y el Japón hayan producido un arte democrático, no desdeñando embellecer con sus aplicaciones los más triviales detalles de la vida común.

    Y razón de lo segundo es que en el más moderno y científico concepto la ética, la moral, tiene por esencial objeto el bien social.

    Tenemos la vehemente esperanza, casi la certidumbre, de que la nueva universidad lleve a cabo esa armoniosa empresa, restaurando categorías lastimosamente invertidas en épocas pasadas.

    Porque si según un gran sociólogo: "el arte es la flor de las sociedades" nosotros en nuestra caótica vida independiente quisimos tener arte, cuando la planta social no tenía aún raíces, ni tallo, ni hojas casi...

    Y así nuestro arte, sobre una planta social sin raíz ni tronco, produjo en la mayoría de los casos las únicas flores que pueden producirse prescindiendo de la rigurosa fisiología vegetal, flores artificiales, flores de trapo o de papel, y en algunos casos, raras flores aristócratas y un tanto monstruosas, orquídeas que, como es sabido, tienen las raíces en el aire...

    Con esas flores hicimos un jardín, vagaroso como una chinampa a flor de agua...

    Ha llegado el tiempo de hacer con el arte no jardines suspendidos, de Babilonia, sino firmes y substanciosas sementeras, convirtiéndolas en factor económico. Nuestra presente pobreza pide hortalizas reconfortantes y no jardines en torno de torres de marfil. Con éstas hay que hacer molinos de viento, al menos.

    Son garantías de nuestras esperanzas y deseos las elocuentes palabras que en la inauguración pronunció el rector de la Universidad Nacional, licenciado García Téllez  y las vertidas por el rector de la nueva universidad don Miguel O. de Mendizábal.

    Un idóneo y dignisímo rector para tal establecimiento, pues es persona de raros y singulares méritos y sea dicho para satisfacción de quienes en México lo aquilatamos y admiramos, ha ganado en este país una sólida y merecida estimación...

    Digámoslo a riesgo de ofender su modestia de verdadero sabio. Como autor de obras de la significación de: Las artes aborígenes mexicanas y El fomento de las industrias populares, y, principalmente, por su luminoso y admirable trabajo sobre Las salinas prehispánicas y la distribución geográfica de las tribus aborígenes, Miguel O. de Mendizábal es reputado en los círculos científicos de esta nación, donde sufragios tales no se prodigan, como uno de los mejores y más profundos scholars de América.

    Su nombramiento para rector, es pues, no sólo brillante auspicio, sino firme garantía para el fecundo porvenir de la naciente universidad.

                                                                                                                José Juan Tablada.

Nueva York, 1930.

El Universal, año XIV, tomo LVI (5031), 7 ago. 1930, 1ª secc.: 3.

 
 


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