[MISCELÁNEA]
Toreros ojiazules y cinecacofonías

Nuestra latinidad, nuestro hispanismo indo-moruno, están amenazados gravemente... España y México, países de torería, almácigos de gladiadores taurinos, y otros pueblos de Sudamérica, simples consumidores, van a sufrir la más inesperada invasión, la menos previsible competencia, la violación de su folklore, la inundación por el diluvio, de la más estupenda producción en masa...

    Pues Norteamérica, no contenta con vencer en los deportes olímpicos, se dispone a invadir el territorio taurino, la preciosa heredad de España, nuestra madre, a pesar de Huichilobos que se empeña en convertirnos a todos los mexicanos en hijos de la Malinche...

    Pues Norteamérica no satisfecha en mandarnos toda especie de maquinarias redundantes entre ellas el vitáfono gangoso, el movietone sin campanilla, el phonofilm ventrílocuo, que estupran nuestros oídos con el áspero slang de sus cacofonías orales; no conforme con tales atentados, Norteamérica está a punto de invadir nuestros cosos taurinos -lo único impoluto que nos quedara-, y en víspera de "tay-lorizar" la tauromaquia, aplicando al castizo arte de Cúchares,  la motocicleta para el primer tercio; las banderillas-anuncios, para el segundo; la silla eléctrica para el último, y el charleston para todos!

    Estamos -¡ay!- por oír brindar el toro en inglés y bajo la férula de un toast-master, por ver a los picadores caer con paracaídas del caballo de gasolina, por ver banderitar en morrischair y por contemplar en el biombo al propio Wili Rogers... Toda esa pesadilla no soñada por el visionario Goya, para su Tauromaquia, tiene por nuncio un telegrama que ayer llegó, nada menos que de Sevilla, y que dice así: "Sidney Franklyn, vecino de Brooklyn, N. Y., y el único american bull-fighter de gran importancia, que cargado en hombros y paseado en triunfo por una multitud delirante, debido a la habilidad y experiencia demostradas al despachar a dos toros, matándolos en combate".

    Tal es el meollo del cablegrama, que debo extractar, aunque bien quisiera que los lectores lo saborearan en su íntegro donaire admirando el corte flamenco, el sabor chucapón que el idioma de Shakespeare adquiere al "flirtear" con el arte de Pepe Hillo...

    Debo limitarme a citar un párrafo final del sensacional mensaje: "Este fue el máximo triunfo de Franklyn. Él demostró al mundo entero que un norteamericano puede ser un gran torero (bull-fighter), un torerazo, a pesar de las opiniones en contrario".

    Tal es en su leonina médula, la apocalíptica noticia. No hay siquiera la esperanza de que tales toros resulten borregos, pues al siguiente día de publicado el cablegrama, el World -¡el mundo entero!- ¡lo comentó editorialmente!

    En toda mi vida he visto un editorial de tan solemne ingenuidad, de un tono tan campanudo y a la vez tan pueril...

    El editorialista, cela va sans lire, da por hecho que los Estados Unidos han realizado una tarea mecánica de good Will internacional, enviando a la Exposición de Sevilla, no un enorme bailarín de rag-time, ni un púgil gigantesco, ni siquiera un formidable "beisbolista", sino un torero, un super "lagartijo", un ultra "frascuelo", un archi Gaona.

    Y admitiendo ese prodigio, el editorialista no se preocupa sino de un problema financiero que lógicamente se deriva del apocalíptico suceso:

    "¿Cómo hacen los toreros de España o de Brooklyn (que por lo visto ya es plaza de maestranza) para procurarse los caudales que cuesta el aprendizaje y entrenamiento?"... ¿De dónde sale el "parné" mientras llegan los contratos?...

    Los esfuerzos que hace el escriba para dilucidar ese misterio son, en verdad, conmovedores. He aquí algunas de sus ponderadas y juiciosas consideraciones:

    "Entendemos que, ante todo, un torero debe adquirir eficiencia física. Pero otras cosas son también necesarias: habilidad para acosar al toro, tino con la espada y una técnica especial para bajarle al toro la cabeza a fin de que la estocada lo mate en lugar de ponerlo más rabioso y tremebundo. Para lograr todo eso, el novicio debe contar con complicadas training quarters, provisto de numerosas espadas, paños rojos, etcétera, y una cohorte de hombres que deben brincar y acaparar al toro en caso de accidente, pero, sobre todo, debe tener un gran número de toros (!). Esas cosas cuestan money y el negocio aparece costoso, mucho más que el entrenamiento de un boxeador.

    Y... ¿cómo hacen frente a los gastos los toreros de Madrid o Brooklyn, puesto que es inconcuso que deben hacer un training antes de entrar a la arena, ya que, de lo contrario, correrían el riesgo de no salir de la plaza en hombros del público, sino arrastrados (!) por la mulillas?"

    ¿No es, por ventura, lo anterior simplemente delicioso?... ¿No se manifiesta acaso en ese editorial con la pragmática tendencia de este pueblo, su virtud de investigación meticulosa de toda empresa por acometer? ¿Y su optimismo, la fe en su omnipotencia para la producción en masa, de todo lo producible, desde los jamones, las victrolas y los fotingos, hasta lo toreros de Brooklyn, que van a España a poner cátedra?...

    Por lo pronto, debe satisfacerse la justa curiosidad de ese editorialista que si hoy es un "Canteloupeville" (villamelón) será mañana un Peña y Goñi.

    Y esa obra misericordiosa de enseñar al que no sabe nos toca a nosotros, separados tan solo de la gran República del Norte y de la futura torería por el río Bravo que va a serlo más, puesto que la fiesta brava ya triunfa en sus dos márgenes...

    Que Juan Silveti, de ser posible, se sature de good will, aprenda inglés, cultive el estilo epistolar e informe al editorialista del World (¡del mundo!) de cuanto trata de saber...

    Y que en una "post data", le ruegue que influya, para que, en último caso, exporten nuestros primos a México, toreros de Brooklyn, antes que "asaúras" o sea ¡películas parlantes!"

                                                                                                                               José Juan Tablada.

Nueva York, junio, 1929.

El Universal, año XIII, tomo LI (4626), 27 jun. 1929, 1ª secc.: 3.

 
 
 


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