MÉXICO Y EL MUNDO
Elogio del evangelista.- Chinampas fantásticas.- ¿Venecia o Tenochtitlán?- Indígenas y bootleggers

Los evangelistas, escribas o memorialistas populares, antes de refugiarse bajo el Portal de santo Domingo, se sentaban para ejercer sus funciones en los peldaños de la balaustrada que en el centro de la Plaza Mayor, circunvalaba la estatua de Carlos IV.

    Así nos lo dice Poinsett cuya mediocre prosa al describir el tipo, no iguala por cierto, la litografía a colores ni la aquatinta en blanco y negro que del interesante sujeto nos dejara el amable Claudio Linati...

    "Su negocio es redactar memoriales y epístolas, escribe Poinsett, para quienes no pueden hacerlo personalmente. Envuelto en su sarape y provisto de pluma, tinta y un canasto lleno de papel, el evangelista está dispuesto a suministrar cartas en verso o en prosa a quien lo solicite. Escuché por algún tiempo a uno de ellos, que escribía una misiva a una linda muchacha y cuyos sentimientos interpretaba con galanura... La facilidad con que esos hombres escriben es pasmosa. Memoriales a ministros y jueces, cartas de pésame y felicitación, epístolas respirando amor o amistad, sucédense unas a otras rápidamente y no exigiendo al parecer, sino un mínimo esfuerzo. Algunos de ellos son tolerables improvisadores, facultad más común aún entre el pueblo sudamericano que entre los italianos mismos".

    Ah, si como traduje estas líneas pudiera reproducir aquí la litografía a colores de Linati o siquiera su aguatinta en claroscuro! En esta última, el evangelista, con el popular sarape sobre el levitón burocrático, en pantuflas y sentado sobre un banco de tule, debe estar a la intemperie porque lo resguarda una sombra, como las de las vendimias populares, su rostro, por la larga melena y los gruesos anteojos recuerda las caricaturas del señor Lafragua y sobre el suelo, en su derredor, míranse detallados sus enseres: canasta con papel, marmajero, plumas de ave, embudo y un jarro que sustenta otro invertido y minúsculo, instrumento misterioso de un arte perdido para siempre.

    Frente al evangelista, sobre otro taburete, una linda "china", envuelta en el rebozo hasta la cabeza, espera ensimismada la carta-talismán cubierta de signos, para ella cabalísticos, que ensalmará sus cuitas de amor... Todo un cuadro tan humilde como pintoresco del ingenuo pasado criollo!

    Poinsett visita y describe en detalle las chinampas, que desde cuando el barón de Humboldt las describiera, intrigaron y atrajeron a nuestros primero visitantes y a muchos europeos que aunque jamás las vieron, las imaginaron y pintaron tan peregrinamente que ni el mismo poeta Landívar  que las cantara en su Rusticatio mexicana las hubiera reconocido...

    Figuran en mi colección, entre otros, dos de esos fantásticos grabados que por raros y graciosamente inverosímiles, merecen ser presentados al lector.

    Uno de ellos es una estampa alemana grabada por Droefse, con la leyenda: Die sehuimmenden Garten in Mexico. Sobre el menudo oleaje del primer término de un lago, en cuya lontananza emerge el caserío de Tenochtitlán y cuyo horizonte cierran los cerros y montañas del valle, singla una extraordinaria flotilla compuesta de dos chinampas "con mástiles y velas que arrastran a otras chinampas semejantes a almácigas pero colmadas de frutos en sazón. Otras chinampas semejantes avanzan a la zaga de botes al remo que tripulan emplumados y ceremoniosos aztecas de ballet".

    El otro grabado, a colores, es de los de que el siglo XVIII llamaba vues d'optique y que servían para los panoramas o cosmoramas de moda entonces. Cuando lo vislumbré, de golpe, en los portafolios de Gotsehalk, iba a pasarlo tomándolo por una vista de Venecia y sus palacios sobre la "Riva del Schianovi" y a la vera del Gran Canal... Mas como el estampero insistente volviera a mostrármelo, lo vi detenidamente y fui distinguiendo cosas de maravilla... El Gran Canal era una "calle de agua"; la piazetta tenía exclusas y en ella la alta columna de ancho capitel, no soportaba ni al león de san Marcos ni a san Teodoro con su cocodrilo, sino al águila nacional fieramente explayada! Los personajes de peluca y casaca departiendo al pie de la columna, no eran, a su vez, ni Goldoni  ni Longhi,  sino quizás los mexicanísimos "Zuazo" y "Alfaro"  y así sucesivamente, las góndolas volvíanse canoas, san Marcos, nuestra catedral, y aquel peñasco "rococó", como de jardín chino, se transformaba nada menos que en nuestro "Peñón de los baños"... Entonces fue cuando noté, amarradas por gruesos cables al muelle de los "Schiavoni", fantásticas balsas con un kiosko chinesco en el centro y plantadas con camellones de flores y hortalizas... Eran esas las chinampas como toda la estampa era México, Vue de la Ville du Mexique du coté du Lac.- a Paris chez Daumont rue St. Martin.

    Los artistas de antaño eran intrépidos y con las contingentes descripciones de los viajeros (Thomas Gage, por ejemplo) y su propia imaginación, tenían documentación bastante para ponerse a la obra con lápices y buriles. Gran parte de la iconografía primitiva de México, de fines del siglo XVI a mediados del XVIII, está basada en descripciones literarias interpretadas por los artistas con osadía y aplomo. Una de las características de esas obras es, pues, el realismo de los detalles dentro de un conjunto fantástico. Así en esta estampa, como los viajeros afirmaran en un sentido general e hiperbólico que nuestra ciudad de los lagos se asemejaba a la Venecia de la lagunas, el artista tomó el símil al pie de la letra, convirtiendo a la acequia en Gran Canal; a la Plaza Mayor en Piazetta; a la catedral en un san Marcos sin cúpulas... Pero en ese conjunto arbitrario los detalles son reales: la columna de la Piazetta es la de Fernando VI que se levantaba, no lejos de la picota, frente al palacio virreinal; el peñasco "rococó" es la imagen caprichosa del Peñón y hasta las mismas chinampas, siguiendo a su vez la característica señalada, son reales en sus detalles-arbustos, chozas y plantas- pero falsas en su conjunto.

    Tras de disertar sobre las chinampas, Poinsett habla de quienes las originaron y cultivan; "estos indios son mucho más atezados que los de nuestras fronteras; su cabello es lacio y lustroso; los labios un tanto abultados; la nariz pequeña y los ojos sesgados hacia arriba, como los de los chinos y mongoles. Sus cuerpos son fornidos y sus miembros nerviosos y aunque en general no son altos, son fuertes y activos. Según nuestras nociones de belleza no es esta una raza favorecida; las mujeres no son bien formadas, tienen facciones toscas y como las europeas que se exponen a la intemperie y trabajan duramente, lucen viejas y arrugadas prematuramente. Tienen estos indios expresión melancólica y son notablemente dóciles y obedientes, sumisos con los europeos y suaves y aun corteses entre ellos mismos."

    Hace en seguida el viajero una correcta observación; que los americanos pronuncian la letra x de la palabra México más de acuerdo con la fonética indígena (Mecsico), es decir, mejor para el caso, que los españoles y los criollos.

    Poinsett y algún amigo suyo se disponen a ir al teatro, pero antes tiene que ir a sus habitaciones y requerir sus sables "para poder regresar ya de noche con seguridad" y agrega: "Esta puede parecer una precaución bien extraña en un país bien civilizado, pero es absolutamente necesaria. El portero de nuestra casa, viéndome salir inerme cuando recién llegado, me amonestó por lo que tuvo a bien llamar "mi temeridad" y al indagar supe que era en verdad imprudente obrar así. Se me dijo que los robos y asesinatos eran frecuentes y que no menos de mil doscientos asesinatos se habían cometido en la capital desde la entrada del ejército revolucionario. Examinando el diario (las actas?) de la primera Junta, noté que esos desórdenes eran frecuente asunto de los debates y que se atribuían a la soldadesca".

    Tras de estampar lo anterior, Poinsett creyó, de seguro, habernos confundido... pero qué hubiera dicho si revelando el futuro, alguien le hubiera mostrado, no a una ciudad desorganizada por doce años de guerras necesarias, sino a Chicago, a Filadelfia, a Nueva York -emporios de paz, de abundancia y de civilización!- tiranizadosy escarnecidos en sus estatutos y en sus leyes, por la anarquía de los bootlegers en pugna abierta con sociedad y gobierno?

                                                                                                                José Juan Tablada.

El Universal, año XII, tomo XLVIII (4347), 20 sep. 1928, 1ª secc.: 3.

 
 
 

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