MÉXICO Y EL MUNDO
La verbena de Todos Santos.- Imperialistas y realistas.- A la sombra de Maquiavelo.- Un retrato de Agustín I

He aquí la "estampa vieja" del álbum diplomático:

    "Siendo este el día de Todos Santos, la gran plaza presentaba una escena de gran baraúnda, pululante de 'léperos', vestidos con un par de calzones, camisa y sandalias y a veces con un sarape al hombro, y de personas bien vestidas adornadas muchas de ellas con encajes de oro y plata. Las calles que conducen a la plaza estaban henchidas de gente que avanzaba hacia el centro, donde se levanta la estatua ecuestre, que ha sido cubierto y se han erigido asientos en su recinto para comodidad de los espectadores. Seguimos a la multitud abriéndonos paso entre una larga vía de coches de alquiler y espléndidos equipajes, hasta adentro del círculo donde encontramos una muchedumbre de todas las clases del pueblo. Damas y caballeros en trajes de gala, ostentando encajes, joyas y ricos uniformes, empujados por hombres y mujeres cubiertos con sarapes y vestidos de harapos. Había un palco destinado a la familia imperial, que estaba representada por dos malas pinturas, y frente al cual dos centinelas rechazaban a la turba. Los otros asientos levantados sobre el nivel del suelo, estaban llenos de hombres y mujeres bien vestidos, encantados de exhibirse y de mirar bajo ellos a la muchedumbre codeándose y apretujándose en eterno girar"...

    Como era de esperarse en México, el cañoneo bélico y el cruor, aunque distante, interrumpía los pintorescos matices y las alegres músicas del festival...

    A renglón seguido Poinsett da cuenta del ataque al puerto de Veracruz por la guarnición de San Juan de Ulúa, último reducto, tenazmente conservado por las fuerzas españolas. No es explícito pero puede inferirse que aquel ataque al puerto de las tres "aches", del vómito prieto y de los zopilotes, fue el brutal y vandálico bombardeo ordenado por el brigadier Coppinger,  sucesor en el mando del fuerte de los generales Dávila y Lemaur.

    Tras de consignar que después del frustrado ataque las fuerzas de la corona española dejaron veintiocho prisioneros en poder de los imperialistas mexicanos, Poinsett concluye con aparatoso gesto republicano: "No siento el menor interés por el resultado de acciones reñidas entre realistas e imperialistas en América. Ninguno de esos partidos merece mis simpatías"...

    Mísero Poinsett... Su "partipris" democrático jamás presintió que andando el tiempo su patria habría de ser no una nación, sino una "sociedad económica" gobernada por una plutocracia industrial... Jamás vislumbró que con sus "reyes" grotescos, pero más poderosos que los antiguos, habría de ser "realista", ni que con sus injustas agresiones a los países débiles, sería también siniestramente "imperialista"... Poinsett no presintió al "Rey del acero", al "Rey del cobre", al "Rey del carbón", ni a Polk, ni a Roosevelt, ni a Wilson, aunque ya en forma de siniestros designios gestaran en su ánimo las próximas guerras con México!

    Qué tenebrosos y maquiavélicos proyectos acariciaba Poinsett, cuando a la sazón iba al convento de Santo Domingo transformado en prisión de los diputados al Congreso que Iturbide acababa de disolver?... Allí encuentra complacidísimo a Fagoaga, a Tagle, a Herrera (sin duda D. José Joaquín, el futuro presidente) y los llena de elogios... Trataba de hacerse aliados para oscuras intrigas, olfateando ya que los "ríos revueltos" de México y América Latina proporcionarían a su patria optimas pescas?...

    Poinsett asiste a la sesión inaugural del malaventurado "Congreso Instituyente":

    "Hacia las seis entró su majestad, precedida por un tropel de cortesanos y ministros de Estado. Fue recibida por un comité y conducida al trono donde se mantuvo sedente y leyó un largo discurso manifestando las razones que tuvo para disolver el Congreso anterior... al concluir su discurso escrito, se dirigió a la asamblea brevemente recapitulando con fuerza y elocuencia lo que antes leyera...

    Al día siguiente, tras de haberlo visto entre el dudoso y poco impresionante espectáculo de su "pompa imperial", Poinsett ve al monarca frente a frente y traza este retrato detallado y verosímil:

    "Fui presentado a Su Majestad, esta mañana. Bajando del carruaje en la puerta del palacio, que es un extenso y hermoso edificio, fuimos recibidos por numerosa guardia y entonces emprendimos la marcha por una ancha escalera, entre filas de guardias, a un espacioso salón donde encontramos a un brigadier general, allí estacionado para anunciar nuestra presencia. El emperador estaba en su gabinete y nos recibió con gran cortesía. Dos de sus favoritos lo acompañaban y estando todos sentados, él conversó con nosotros durante media hora en una manera fácil y desembarazada, encontrando la ocasión para cumplimentar a los Estados Unidos y a sus instituciones, lamentando que éstas no convinieran a las circunstancias del país mexicano. Modestamente insinuó que él había cedido, a su pesar, a los deseos del pueblo y se había visto obligado a sufrir que pusieran una corona en su cabeza, por tal de prevenir el desgobierno y la anarquía.

    Su estatura aproximada es de cinco pies y diez u once pulgadas. Su rostro es ovalado y muy buenos sus rasgos fisonómicos con excepción de los ojos que constantemente esquiva o mantiene bajos. Su cabello es castaño con patillas rojas y su cutis blanco y encendido, más semejante al de un alemán que al de los españoles... No repetiré los cuentos que a diario oigo relatar sobre el carácter y conducta de este hombre. Antes de la última y victoriosa revolución cuando mandaba una pequeña fuerza al servicio de los realistas, se le acusaba de haber sido el más cruel y sanguinario perseguidor de los patriotas, el que jamás perdonara a un prisionero. Sus cartas oficiales al virrey confirman esos hechos. En el intervalo entre la derrota de la causa patriótica y la última revolución, él residió en la capital y en una sociedad que no se distinguía por su moral estricta, logró distinguirse por su inmoralidad. Su usurpación de la suprema autoridad fue lo más evidente e injusta y su ejercicio del poder arbitrario y tiránico. Con agradable insinuación y un exterior que predispone en favor suyo y por una generosidad profusa se ha adueñado de la voluntad de oficiales y soldados y mientras posea los medios para pagarlos y recompensarlos, podrá mantenerse en el trono, del que caerá precipitado cuando esos medios le falten. Es una máxima histórica, que quizás sea de nuevo ilustrada por este ejemplo, que un gobierno no fundado en la opinión pública, pero establecido y soportado por la corrupción y la violencia, no puede existir sin amplios recurso para pagar a la soldadesca y para mantener a sus partidarios."

                                                                                                                        José Juan Tablada.

Nueva York, 1928.

El Universal, año XII, tomo XLVIII (4326), 30 ago. 1928, 1ª secc.: 3.

 
 


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