MÉXICO Y EL MUNDO
Visión épica.- La ciudad lóbrega.- Todos pagamos

Hubo un tiempo en que el muelle de Veracruz estuvo pavimentado con lingotes de hierro, marcados con la flecha del rey de Inglaterra y que fueron lastre de una fragata británica que la sustituyó, sin duda, en su torna-viaje, por macizas barras de plata...

    Así lo vio Bullock quien discierne en el hecho agüero propicio a las futuras relaciones de su patria y la nuestra...

    Si no propicio, el augurio fue por lo menos exacto, simbólicamente pues esas relaciones no han pasado de ser mineralógicas y plutónicas... Inglaterra ávidamente interesada en nuestras minas y nosotros -por lo menos hasta el siglo pasado- ansiosamente interesados en los empréstitos ingleses.

    El intercambio cultural -oh paradoja- ha sido negativo de allá para acá y muy positivo de México para Inglaterra... ¿Prueba?... Las riquísimas colecciones de esculturas y otras obras nuestras, precortesianas que por arte de birlibirloque atesoran hoy los museos ingleses.

    Si la magnífica obra de lord Kingsborough no fuera, en cierto modo una consecuencia de nuestros involuntarios donativos a aquellos museos, la citaríamos como una grata reciprocidad; pero mejor refrenemos todo impulso de gratitud... gratuita.

    El augurio de Bullock, con todo su implícito optimismo, no pasó a ser, pues, más que un adecuado símbolo metálico.

    Apenas desembarca en Veracruz Mr. Bullock, tiene una visión casi épica: "... tuvimos la oportunidad de ver a los generales republicanos Santa Anna y Victoria, a caballo, bien montados y con espléndidos atavíos militares; pero las tropas que revistaban no tenían muy bélica apariencia, siendo en su mayoría reclutas indígenas"...

    En llegando al hotel comienzan las tribulaciones del viajero inglés y en un instante, alcanzan proporciones patéticas: "Con dificultad me procure una especie de catre, cuya loneta se cubrió con una sábana sobre la cual se puso un pedazo de bayeta. Eso constituyó todo el mueblaje del cuarto que no tenía ventana alguna, sino una brecha que comunicaba con un salón de billar cuyos ruidosos parroquianos eran suficientes para destruir toda posibilidad de reposo. Cuando me disponía a acostarme, descubrí que la solitaria sábana estaba toda mojada y al quejarme, el hostelero me confesó que conocía el detalle, pero que no tenía otra cosa que darme. Le dije, todavía, que sentado en una silla y envuelto en mi gabán pasaría la noche mejor que sobre aquella cama, a lo cual me replicó, con gran frescura que así lo creía él, marchándose en seguida y dejándome condenado a pasar una noche de insomnio, atormentado por el intolerable ruido del billar, con un calor sofocante y con la plaga adicional de los mosquitos".

    Tal era, en 1823, el principal hotel de Veracruz, pero en honor de la verdad hay que proclamar muy alto que noventa años después, en 1914, seguían siendo lo mismo...

    ¿Qué impresión dejó al viajero la iglesia principal del puerto?... "es grande, escribe, pero de mediana arquitectura; sus altares abundantes en dorados y malas tallas, están decorados con miserable gusto, ínfimas pinturas y estatuas pintadas. Los trípodes y grandes candeleros de plata, veíanse tan sucios que parecían de plomo y no del metal precioso del que estaban hechos"...

    Tras de apuntar la visible decadencia en que entró Veracruz al cesar el régimen español, agrega el viajero: "Nada tan repulsivo a los extranjeros acostumbrados al bullicio de las ciudades europeas como el melancólico y sepulcral aspecto de este lugar. Para cualquiera otra ciudad sería una afrenta decir que la hierba crecía en sus calles; pero aquí resultaría un cumplimiento, pues ninguna vegetación se observa en muchas millas a la redonda".

    En cuanto a los alimentos, Bullock nos informa que no hay "ni agua"... No hay, en efecto, más agua que la que cae de las nubes y que se conserva potable en los tanques del castillo de Ulúa y en el del convento franciscano. La leche es rara, pues no existe una sola vaca en los contornos; la vida en el hotel es dispendiosa y detestable, y, en general, las provisiones carísimas, con excepción, naturalmente, del pescado...

    Tras de enumerar tantas deficiencias de que fue víctima, el mismo viajero se atreve a decir, no sin cierta timidez:

    "No sé si el prejuicio influye en mi opinión; pero a mí Veracruz me parece el lugar más desagradable de la tierra y su condición, la de ser el sitio más insalubre del mundo, hace, naturalmente, que el extranjero tiemble a toda hora mientras permanece dentro de sus murallas, rodeadas de áridos arenales, extensos pantanos y sabanas cuyas exhalaciones no disipan sino los más fuentes vientos. La estación de lluvias, desde mayo hasta octubre, que es también la más cálida, es fatal para una gran proporción, no sólo de extraños, sino de los mismos mexicanos".

    La reflexión muy natural en Bullock, es que el vómito prieto y otras plagas, apartarán a los visitantes extranjeros, a pesar de lo mucho que admiren las riquezas y maravillas que el país encierra...

    Pero no sólo eso... El viajero nos dice que Veracruz, cuando él lo visitó, 1823, tenía, según testimonios fehacientes, 7 000 habitantes. Y Humboldt, que estuviera allí en 1802, le asigna una población de 16 000 almas... En veinte años, Veracruz no sólo no aumentó en la proporción normal, sino que perdió más de la mitad de sus habitantes!

    Este fenómeno y otros semejantes, posteriores, no parecen haber hecho mucha impresión en el civismo veracruzano que jamás culminó, como en las urbes italianas del Renacimiento, en el prestigioso y salvador "orgullo municipal".

    El orgullo de Veracruz habría de confinarse al uso de las tres haches que, así fueran tres mil, jamás resolverían los urgentes problemas de saneamiento y urbanización...

    Confínase también ese orgullo a la protección y conservación del zopilote, que es allí un animal casi totémico y hasta heráldico...

    Lo cual no sería tan malo si Veracruz, en lugar de estar en la puerta del Golfo, estuviera en la punta del volcán de Colima o en el fondo del valle de los lacandones.

    Pero siendo Veracruz puerto y terminal de uno de nuestros grandes ferrocarriles, su antiguo vómito prieto, sus modernos frenesíes sindicalistas y bancarrotas municipales y sus zopilotes de todas las épocas, redundan en perjuicio moral y material, de buena parte del país, como cuerdamente lo apuntara nuestro huésped de hace un siglo, el caballero W. Bullock.

                                                                                                                                José Juan Tablada.

Nueva York, 1928.

El Universal, año XIII, tomo XLIX (4445), 27 dic. 1928, 1ª secc.: 3.

 
 
 

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