NUEVA YORK MÚLTIPLE
Crónica de ars moriendi

Lutero Boddy, el negro electro-fulminado

De la "Cámara de la muerte" (no hablo de la de Diputados, de México) de la prisión de Sing-Sing, surge periódicamente un reo para ser fulminado en la silla eléctrica. Aquí, por lo menos oficialmente, se creen aparentemente dos cosas: 1º, que la electrocución es la más benigna entre las muertes que pueden infligirse a un ser humano; 2º, que el homicidio oficial es ejemplar y como tal provechoso para la comunidad.

     La ciencia y la experiencia sistematizada, es decir, la estadística, se permiten dudar de esas verdades oficiales.

     El testimonio de los resucitados

     Ludwig Guttmann, que se electro-fulminó por accidente, escribió al volver a la vida: "La conclusión de los sabios de que la muerte no es dolorosa porque la electricidad circula con mayor rapidez de aquella con que los nervios transmiten la impresión dolorosa, me parece errónea, pues creo que un número de corrientes alternadas tres veces mayor que el hot en uso, puede todavía ser distinguido por el cerebro".

     Para que la electrofulminación fuese una verdadera "eutanasia" o muerte sin dolor, habría que poner en práctica todos los prolijos detalles que empleó cierto sabio al someterse a la única experiencia de inhibición cerebral eléctrica con que hasta hoy cuenta la ciencia.

    La revelación de Stephane Leduc

     Pasaremos por alto la complicada técnica operatoria a que se sujetó el experimentador, y apuntemos sólo sus conclusiones:

     "Es muy útil hacer pasar al principio y durante cinco minutos una corriente continua de 10 a 20,000 amperes que disminuye la sensibilidad de la piel, debilita considerablemente la resistencia del cuerpo y facilita la inhibición cerebral. Estando en marcha el interruptor la fuerza electromotriz es introducida regularmente en el circuito haciendo girar la manecilla del reductor potencial, de manera que en 4 o 5 minutos se obtenga la intensidad necesaria..."

     Perdón, lector, por esos tecnicismos que sólo conservo por no quitarle autoridad al testimonio; pero ya habréis adivinado que esa "intensidad necesaria" es ni más ni menos que la muerte... Y como no hay que esperar ese meticuloso modus operandi de parte de los verdugos del presidio, hay que atenerse a lo que el sabio citado dice sobre la electrocución: "En medio de la sucesiva disociación y desaparición de las facultades, perdura una terrible impresión semejante a la de las pesadillas en que nos sentimos en presencia de un inmenso peligro sin que nos sea posible ni proferir un grito ni ejecutar el menor movimiento".

     Ya por lo anterior se ve que la electrocución no es precisamente la "eutanasia"...

    La ejemplaridad del homicidio legal

     Arturo Brisbane el periodista mejor pagado en el mundo, sin que por ello sea otra cosa más que un sagaz heraldo del sentido común, preguntó a propósito de la reciente ejecución del negro Boddy:

     -¿La pena de muerte, el homicidio legal, es ejemplar?...

     -¡No y mil veces no!, le contestó la estadística, visiblemente enfadada de que sigan haciéndole preguntas tan ociosas...

     No, no, y no! Desde los tiempos medioevales en que el verdugo era llamado "Ejecutor de las altas obras" hasta estos días de electrofulminación anónima, la ejemplaridad de la pena de muerte ha sido nula. Lejos de ser ejemplar es contraproducente y, según la opinión de un profesor de psicología de París, el doctor Binet Sanglet, confiere a los criminales presuntos candidatos a la guillotina, a la horca o a la silla eléctrica, un morboso prestigio luciferiano.

    Los apaches, "Terror de Grenelle" y su hembra "Casco de oro"

     Leed la admonición de dicho sabio: “¿Decís que es necesario guillotinar a los criminales para dar un ejemplo?  ¡Infelices que hasta ese extremo desconocéis la mentalidad femenina, la fuerza del deseo y la potencia del amor!  ¡Sabed que el cadalso es un trono y que la guillotina vislumbrada entre un sueño de alcohol, confiere al apache ‘Terror de Grenelle’, una diadema imperial y un manto de púrpura y arroja palpitante entre sus brazos, el felino cuerpo de su hembra ‘Casco de oro’!”

     No creáis por este lírico arranque que el doctor a quien cito es algún poeta sentimental. Es, lo repito, profesor de psicología y autor de cierta sesuda obra sobre los neurones del dolor y las causas de éste, su mecanismo y sus efectos.

    ¿Por qué el negro Boddy fue a la silla eléctrica?

     Sobre este particular hay dos versiones: una de la ley y otra de la señora madre del negro, que, aunque negra, tiene un cerebro luminoso, más luminoso que el de muchos blancos, a juzgar por su clara penetración de la ley causa y efecto.

     La justicia dijo que Lutero Boddy merecía la muerte por haber matado a dos policías.

     La madre de Lutero Boddy se concretó a decir con mansedumbre y ternura maternal:

     -Mi hijo era muy bueno... muy bueno! Pero vino la guerra, se lo llevaron al campamento y lo enseñaron a matar, con bayoneta, con fusil, con ametralladora... ¡Pobre hijo mío!

     No dijo más; pero esas intensas palabras de verdad, salidas de su conciencia de negra, son como clarísimas estrellas nacidas en medio de la noche...

    ¿Lutero Boddy, fetiche de la raza negra?

     Treinta mil africanos desfilaron como silenciosos dolientes, por la agencia funeraria donde fue expuesto el cuerpo del ajusticiado y otros millares se alinearon en las calles al paso del cortejo fúnebre.

     Algún periódico dijo que tales señales de reverente duelo eran inoportunas. Psicología superficial!... Quien tal escribió ha olvidado los anales del productivo comercio del "ébano humano"; la epopeya de los buques negreros; las hecatombes hechas entre los nativos de África por todas las potencias coloniales; los linchamientos de africanos en todo el sur de esta República... Quien tal escribió, olvidó ya La cabaña del tío Tomás, y no ha leído, de seguro, Batuala, esa tremenda requisitoria contra la civilización blanca y rubia hecha por un negro genial, René Marán ... ¿Qué tiene de extraño que los negros de Nueva York hayan honrado a Lutero Boddy? ¿Acaso el prestigio de todos los héroes militares del mundo no estriba en que hayan matado a otros hombres que eran sus enemigos?...

     Los héroes blancos tienen estatuas de blanco mármol. Dejad que los míseros negros, sin epopeya ni panteón heroico, esculpan silenciosamente una máscara de ébano negro y lustroso en honor de esa rebeldía minúscula que a la raza sitibunda de justicia, puede parecerle heroísmo!

    Alma de negro que se vuelve blanca

     Dentro del presidio, en los meses que precedieron a su muerte, Lutero Boddy no sólo desaprendió el arte de matar hombres que le enseñaron en el cuartel, sino que mostró una ansiedad vehemente por las cosas espirituales. Cuando supo que se le permitía dedicarse a la lectura dentro de su celda exclamó con alegría:

     -¡Ahora sí voy a poder leer cuantos libros quiera!

     Leyó, leyó con ahínco, queriendo aprovechar las contadas horas que le quedaban aún de su vida miserable, como en una conmovedora peregrinación hacia la luz de la verdad que nunca iluminó su existencia. Leyó sin descanso, como un caminante extenuado y sediento que llega al oasis y se echa de bruces para beber el agua del arroyo y luego se baña en él para aliviar su cuerpo desvalido... Y el agua espiritual le blanqueó el alma, si no el cuerpo. Ya en capilla, dijo a sus familiares que le hacían la postrer  visita:

     -Bueno, vuélvanse ya a casa; nos volveremos a ver, allá... en el Reino!

     Bellas y serenas palabras, dignas de un teósofo y que dichas así, sencillamente, al borde de la muerte, magnifican y tornan graves los ecos del más allá!

    El caso de la Sra. Lavándula

     Traduzco el apellido de Mrs. Lavender porque su poético significado y su suave sonido en español, son dignos de la pobre mujer que no pudiendo ya dar un paso más en su doliente tránsito por el mundo, se dio la muerte junto con sus dos pequeños hijos. Había enviudado recientemente. En ausencia de sus familiares, abrió las llaves de gas y con su niño de pecho y el otro de tres años de edad, se puso a escribir la siguiente carta, documento humano en verdad conmovedor:

     "Me llevo a los niños, pues no puedo pensar en dejarlos solos. Cuenten ustedes con toda la dicha y ayuda que mi espíritu pueda darles. Dios los bendiga. Desde el más allá los ayudaré con todas mis fuerzas. No creo que lleguen ustedes a casa antes de que yo me haya ido. No se aflijan. Ya Santiaguito, el baby, se durmió. No tiene dolor ninguno. Tampoco yo sufro; sólo siento vahídos, pero quiero resistir lo más posible, para estar segura que los niños no se salven. A lo último me desmayaré y no sentiré nada. Ya ellos se durmieron, yo ya siento que me..."

     Aquí la muerte interrumpió la suave carta. ¿Para qué decir más? Toda la tragedia de una vida, todo el desamparo de una pobre alma están allí...

    ¿Es el suicidio un crimen?

     La ley americana dice que sí, y procesa a quienes lo intentan, pero grandes pensadores han asegurado lo contrario. Platón y Epicuro, lo admiten. Los legisladores romanos dijeron: Mori licet cul vivere non placet. Montesquieu, Voltaire, Schopenhauer, también están por el suicidio y en nuestros días eminentes profesionales han hecho su defensa científica, escribiendo sobre "el arte de morir" libros extensos, entre ellos el memorable, de Edward Carpenter.

    Ars moriendi

     El arte de morir! Pocos son sin duda quienes saben hacer de la vida un arte, y menos aún quienes llevan la serenidad y la armonía hasta el acto de morir, pues si para vivir con arte basta la simple inteligencia, para el trance mortal se necesita algo enteramente diverso de la razón y de la inteligencia que es la fuerza espiritual. Los teósofos se pasan la vida cultivando y desarrollando el alma. Otros sienten que el alma les nace de pronto, como rompe la aurora tras de larga noche de tinieblas...

     Este fue el caso del pobre Lutero Boddy y de la triste señora Lavándula.

     Thomas de Quincey,  uno de los más profundos exploradores del más allá, dice que los moribundos ven en un instante retrospectivo, como en un panorama, todo "el apocalipsis de la vida". Pero ante una fe como la de Lutero Boddy y la de la señora Lavándula, que al borde de la muerte parecen haber alcanzado la iluminación teosófica, ese "apocalipsis" parece reducirse a una simple ola deshecha en espuma, y más bien se recuerdan las palabras del poeta de la Farsalia:

     "Los dioses han ocultado a los hombres cuán dichoso es morir, sólo para que puedan soportar la vida."
 

         José Juan Tablada.
 
Nueva York, septiembre de 1922.
 
 

Excélsior, año VI, tomo V, (2014), 21 sep. 1922, 1ª secc.:[3]-4.
 
 


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