[NUEVA YORK MÚLTIPLE]
Crónica de los venenos

Los pasteles envenenados

Cerca de cien personas, de las cuales hasta ahora han muerto nueve, resultaron envenenadas por haber comido pasteles en el restaurant Shelburne, de Broadway. Muchas víctimas fueron atacadas de convulsiones en la vía pública, y son tratadas en los hospitales. De otras que pudieron llegar a sus domicilios, informan los médicos que las atienden. Tras de analizar restos de los pasteles servidos, se encontraron rastros de arsénico, y se conjetura que algún diabólico malhechor, tratando de desacreditar al restaurant, no vaciló en sacrificar personas inocentes.

    La química alimenticia

     Este caso de envenenamiento agudo y fortuito ha provocado escándalo sensacional por la teatralidad de sus efectos. Existe, sin embargo, aquí y en todas las grandes ciudades, un sistema perfectamente organizado, para envenenar diariamente no a cien personas, sino a millones, que pasa inadvertido y es tolerado. La única diferencia es que mata lentamente y sin aparato. Sus agentes son los productos de la química alimenticia, que de hecho resulta una verdadera alquimia de magia negra...

    Los negros brujos de Haití

     Estos brujos, para lograr dominio sobre la negrada ignorante, se atribuyen el poder de hacer morir a sus enemigos, y para ello, con perverso ingenio, usan del siguiente medio:

     Colocan dentro de una botella un trozo de carne putrefacta, cuyo olor infecto atrae numerosas moscas, que ponen allí sus huevos. Los nuevos dípteros nacidos en aquel medio cargado de gérmenes, son los mejores agentes para mortales contaminaciones. El brujo llega a media noche a la cabaña de su víctima, que al uso del Trópico, duerme desnudo, y cuyo cuerpo tiene siempre erosiones y pequeñas llagas, puertas francas a la infección microbiana. Una vez allí quita el tapón a la botella, de donde salen las moscas, cubriendo ávidamente el cuerpo de la víctima e inoculándole la mortal septicernia.

     Según un moderno higienista, los envenenadores públicos, de que trataremos, son  emboscados en la civilización, más protervamente criminales que los salvajes brujos de Haití.

    El pan nuestro de cada día

     Los envenenadores han destruido hasta la inocencia legendaria del pan. Las harinas para ser blanqueadas son sometidas a un tratamiento de "gases asfixiantes", los mismos que sirvieron para las hecatombes de la última guerra, a base de ozono, cloro, bromo y óxido de ázoe. Esos vapores se fijan en las materias y el gluten de las harinas, modificándolas hasta hacerlas experimentalmente tóxicas.

     Además, para obtener harinas blancas y suaves al tacto, les mezclan algunas veces jabón, y siempre silicato de magnesia, o sea talco, que  destruye la mucosa intestinal. Usan frecuentemente agua impura, cuyos gérmenes sobreviven a la temperatura del horno.

     Téngase en cuenta que en todo lo que vamos diciendo no se trata de falsificaciones punibles, sino de adulteraciones toleradas por las leyes sanitarias.

    La leche, causa máxima de accidentes mortales

     Fue el químico Bordas  quien, tras de prolijos estudios, declaró que de todos nuestros alimentos era la leche la que causaba más accidentes mortales. Eso no debiera ser así, siendo la leche, teóricamente, un alimento completo, al contener azúcar, albúmina, grasas, materias minerales, cuanto para su nutrición necesita el cuerpo humano. Pero las manipulaciones de los envenenadores han desnaturalizado la leche, primero descremándola, luego vendiéndola, aunque provenga de vacas tuberculosas, sin esterilizarla y conservándole con el bacilo de Koch,  el de la difteria, el pinguicula vulgaris, que coagula la leche, el lactis acidi, que la agria, el micrococus casel, que la hace amarga, y, por fin, y donaire, agregándole con el agua del "bautismo" el más popular bacilo de la fiebre tifoidea.

    El lírico jugo de la vid

     Ya en rigor no puede llamarse así al vino, en cuya fabricación, el mosto es lo de menos. El vino que hoy se bebe, no es ya el que cantaron los poetas, desde Anacreonte hasta Omar Kayam. La operación más común y corriente que se hace sufrir a los vinos es lo que los franceses llaman platrage y surplatrage, que es una adición de sulfato de cal, el cual, al simple contacto del bitartrato de potasa contenido en la uva, forma sulfatos ácidos, que producen al bebedor colerinas, cirrosis del hígado y ataques nefríticos. Para esta misma operación suele usarse el tartrato de estronciana, un gramo de cuya sustancia mata a un perro como un rayo. En fin, para beneficiar los vinos y con pretextos variados, se introduce en su fabricación materias tan venenosas como el permanganato de potasa y sales de cobre y de arsénico.

    El tentador perfume de los vinos

     Ese bouquet aspirado por los ingenuos bebedores con los ojos en blanco, no es más que un fraude. Horrorícese el lector ante el solo nombre de las sustancias que componen esos perfumes artificiales:

     El Thymol (¡vaya un nombre sospechoso!), el Eugenol, el Terpineol, en cuya formación entra el ácido sulfúrico; el Piperonal, el Almizcle artificial o Benzeno trinitrado, la Aldehyda benzoica, y, por fin, el Butyrato de ethylo, que se hace con leche agria, queso podrido y ácido sulfúrico. Todas estas esencias tienen efectos convulsivos y producen lesiones anatómicas iguales a las que causa el alcohol.

    Los bombones de los niños

     Además de la peligrosa sacarina, tan usada al escasear la azúcar durante la última guerra, se emplea en la confección de los dulces la glicerina, producto de los asquerosos residuos de las jabonerías, y que químicamente es un alcohol. Los bombones de cereza, de frambuesa, de vainilla, de limón, etc., no tienen un ápice de esas frutas. Todos están coloridos y perfumados con extractos sintéticos, cuyos solos nombres (acetatos, butyratos, benzoatos, salicylatos y pelargomatos) ponen los pelos de punta, sobre todo al pensar en los estragos que harán en el estómago de un niño, convertido en caja de reactivos. La química de los envenenadores ha hecho posible esta paradoja, dulces de frambuesa o de piña, en donde no hay azúcar, pero tampoco piña ni frambuesa.

    El tocador de madame

     Los cosméticos y afeites que las mujeres usan para realzar su belleza o dar una ilusión de que la tienen, parecen confeccionados por la artería de alguna vieja envenenadora Locusta  o Canidia.  Los tónicos para el cabello a base de sales de plomo, cobre o plata, o de compuestos orgánicos, como el paraphenyleno diamino, producen desde neuralgias y eczemas hasta calvicies y graves oftalmias. Por fin, las pinturas para la cara, hoy tan en boga, esconden sulfuros de mercurio y de arsénico, y una deliciosa substancia, la "aurantia" o amarillo imperial, causa de dolorosas dermatitis y de historia bien trágica, puesto que de esa aurantia estaban cargados los famosos "obuses colorantes" por medio de cuya fantástica iluminación, los alemanes demarcaban las zonas bombardeadas por sus tiros asfixiantes, para mantener lejos de ellas a sus propias tropas.

    Las estatuas de la muerte

     Cuando Pascal,  hablando de la fragilidad del hombre, ese roseau pensant, decía: "Un vapor, una gota de agua, bastan para matarlo", no pensaba, por cierto, en que la gota de agua  y el vapor serían agravados en su mortal influencia en medio de nuestra vida civilizada. En efecto, las compañías de gas estiman en un ocho o diez por ciento las pérdidas por escape en las cañerías subterráneas. Tan formidable cantidad de peligrosos gases forma parte de la atmósfera de las ciudades y de las casas donde habitamos. Es el óxido de carbono uno de los más terribles entre los gases tóxicos. Es el mismo que, desprendiéndose al deflagra los obuses explosivos, mató más hombres en la última guerra que los mismos proyectiles, el gas que dejó aquellos trágicos cadáveres en posición de ataque o de defensa fijados en la muerte como lamentables estatuas.

    La hecatombe de Calcuta

     Como si con lo anterior no bastara, el cuerpo humano es un laboratorio de venenos, productor de gases pulmonares, cuarenta gramos de ácido carbónico cada hora, gases intestinales (hydrógenos sulfurados, indol, escatol). La transpiración humana carga la atmósfera de ácidos butyrico, propiónico, valeriánico, caproico y caprílico, que forman lo que se llama veneno humano o antropotoxina. Donde la gente se aglomera se registran principalmente los envenenamientos, de los que son víctimas comunes empleados de teatros, mozos de café y personal de ferrocarriles subterráneos. Aquella hecatombe acaecida en Calcuta, en la que sucumbieron ciento cincuenta y seis prisioneros encerrados en el carro de un tren, se debió a la antropotoxina y no a la política colonial de los ingleses.

    Tribulaciones de Tomi Reegal

     Para cerciorarse de la verdad de lo anterior, mi amigo ahondó en la cuestión de los venenos, leyendo Nuestros enemigos diarios, de Berkley,  y la obra Venenos desconocidos, que acaba de publicar la Biblioteca de Filosofía Científica del Dr. Le Bon.

     Horrorizado, hipocondríaco, decidió abandonar la civilización y sus productos sintéticos y sus antropotoxinas... Cruzó el Hudson y plantó sus reales en una granja de New Jersey, decidido a practicar la solitaria vida de Robinson. Pero acabo de recibir carta suya en que dice:

     "Estoy consternado y enfermo. Acabo de encontrar en las inocentes papas rurales el bacilo de Loeffler,  que produce la "disentería explosiva". La vaca de la granja resultó artificial, hija del toro Durham de los paquetes de tabaco. Si la vaca no es artificial y patentada por Edison, sus ubres sí lo son, estoy cierto, de vil hule vulcanizado en frío por el cloruro de azufre y teñido con cinabrio, o sea sulfuro de mercurio. Por eso estoy enfermo y consternado".
 

         José Juan Tablada.
 
Nueva York, agosto, 1922.
 
 

Excélsior, año VI, tomo IV (1980), 18 ago. 1922, 1ª secc.: [3] - 4.
 
 


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