NUEVA YORK MÚLTIPLE
Anuncios en el cielo.- El cinturón eléctrico en Orión.- Las exposiciones de radio.- El automóvil diabólico.- Radio para todos.- Las novelas de Julio Verne y la conquista de lo maravilloso.- El nuevo Júpiter y la comunicación con Marte.- El cinematógrafo parlante

Si volviera a la tierra el espíritu de Sir John Ruskin, el  apóstol de la religión de la belleza, que tanto lamentó las afrentas causadas por la civilización a la estética, y a quien consternaban los grandes anuncios que af tilde;ías que explotarán el cielo, convirtiéndolo en plana de periódico, pero someramente ha explicado el procedimiento.

     Un poderosísimo reflector, capaz de producir luz de mil millones de bujías, colocado en cierto ángulo, proyectará en las nubes la silueta oscura de un gran edificio, formando una sombría pantalla perfectamente definida. Frente al proyector se pasarán vidrios semejantes a los del estereopticón o linterna mágica, cubriendo el cielo de toda clase de letreros y figuras. Así los norteamericanos, que no han logrado que Broadway se parezca al cielo, harán, cuando menos, que el cielo se parezca a Broadway.

     Como los dioses se han ido, los astros se irán también.

     Desde el punto de vista del industrialismo los astros no sirven  para nada y en cambio los anuncios son una gran fuerza civilizadora.

     Desterrada para siempre de los espacios siderales:
 

       La estrella que conoce por hermanas
       Desde el cielo a tus lágrimas tranquilas.
 
     En el rostro irónico de la luna llena se estampará un anuncio del Luna Park.

     En el ombligo del "Cinto de Orión", se clavará el aviso de un cinturón eléctrico.

     En "Lira" el nombre del foxtrot en boga.

     A lo largo de la vía láctea el anuncio de los mejores quesos, y, por fin, ¡oh, soñadores que alzáis a las alturas los ojos anhelantes de ideal!, en ese cielo convertido en bazar de Israel, ya no veréis estrella, sino sólo sus nombres: Mabel Normand, Mary Miles Minther, Theda Bara...

     Así, antaño, los héroes de Grecia, volaban al azul y, divinizados, se transformaban en constelaciones.

     La historia se repite, pero ¡oh, Ruskin, no vuelvas a la tierra!

     El Radio y sus aplicaciones telegráficas y telefónicas es aquí algo tan democratizado como el alumbrado eléctrico o las estufas de gas.

     Las recientes exposiciones de radio, en el Grand Central Palace.  Hotel Pensylvania y Brooklyn, fueron los últimos actos esotéricos de la radiología.

     Conferencistas y demostradores revelaron allí los últimos misterios, como, por ejemplo, por qué las ondas inalámbricas no obran como las ondas luminosas a pesar de ser idénticas, excepto en longitud, pues las primeras alcanzan más de diez millas y las segundas billonésimos de pulgada.  Por qué la luz no da vuelta a una esquina, mientras las ondas inalámbricas se incurvan sobre la superficie de la tierra. La teoría más aceptada es que las finísimas partículas que componen la invisible y nebulosa envoltura del sol, son proyectadas por la fuerza de la luz solar, dentro de la atmósfera superior terrestre, donde forman un medio conductor que guía a las ondas de radio al derredor de la tierra.  Se explicó también un descubrimiento reciente, por qué las ondas inalámbricas se desvanecen a algunos cientos o miles de millas del punto de su origen, pero vuelven hacerse de nuevo poderosas, a 12,500 millas, o sea en los antípodas, donde su poder se concentra.

     Sea lo que fuere de estas especulaciones, que aunque parezcan abstractas interesan aquí a todo el mundo, aun a los niños de quince años, el hecho es que cualquiera puede ir al teatro Hippodrome y en su enorme proscenio ver evolucionar un automóvil vacío, sin chauffeur ni pasajeros, perfectamente controlado por el radio al servicio de una voluntad invisible y lejana.

     Si ya el hecho de un "coche sin caballos" podía parecer diabólico a una mente ingenua, ¿qué parecería a uno de nuestros abuelos resucitados este inquietante espectáculo de un carruaje que corre entre obstáculos, "sin caballos ni cochero", aparentemente sin fuerza y sin guía?

     Como por medio del radio se controla a distancia un automóvil en el proscenio de un teatro, convirtiendo el "milagro" en un acto de vaudeville, así se manejan también aeroplanos en el cielo abierto y buques en alta mar, y ya en el cielo y fuera de la bahía de Nueva York hemos visto navíos aéreos y marítimos conducidos por la misteriosa voluntad de invisibles pilotos.

     La democratización del radio y sus aplicaciones hizo que Santa Claus, la Navidad pasada, trajera en su alforja a muchos niños, equipos radiotelefónicos, en vez de las Arcas de Noé y las linternas mágicas de nuestra infancia.

     Viajando por los ferrocarriles elevados a través de Nueva York, sorprende ver sobre azoteas las innumerables antenas de las estaciones radiotelegráficas privadas, semejantes, en menor escala, a las que se tienden entre los mástiles de los paquebotes.

     Los periódicos, además de las secciones que ustedes conocen, tienen otras novísimas. Por ejemplo, una de "interpretación de sueños", cuyo redactor explica el significado de ellos a los lectores que lo interrogan, pero no según el Libro de los sueños y el Horóscopo de Napoleón, de las maritornes románticas, sino de acuerdo con el psicoanálisis y la psicología sintética de que ya he hablado a los lectores.

     La otra flamante sección, toda una plana, es la de radio. En ella un perito satisface a diario la curiosidad o ilustra las dudas de los lectores. A cierta pregunta contesta, por ejemplo: "Puede usted recibir WJZ por la proximidad, y no WNO, porque sus antenas no están bien aisladas. Si su receptor está afinado a más de 1,450 metros, cogerá usted WYCB. Tomó usted 2XJ por dúplex transmisión usada".

     En esa misma sección se publican a diario los programas de conciertos, conferencias, etc., irradiados por las diferentes estaciones, y se estimula el adelanto y perfeccionamiento de la radiotelefonografía, pagando premios en efectivo  a cada lector que comunique los pequeños descubrimientos y reformas experimentadas en su práctica.

     En la misma plana, numerosas compañías de radio, industrializado, ofrecen cuanto es necesario para un equipo a domicilio, desde el VTS, tubo vacuo que amplifica las más débiles ondas y hace que las voces inaudibles se hagan claras y poderosas, hasta la "acriola", semejante a una victrola, pero sin discos, puesto que capta las óperas o conciertos que noche a noche se oyen.  Irradiadas por centenares de urbes de la Unión más o menos distantes.

     Un amigo mío me llevó ayer a las montañas de Stanford, para enseñarme la casa de campo o radiocottage donde pasará el ya próximo verano. Es una casita de madera con tres piezas, donde nada falta. En el techo las antenas y adentro el equipo radiográfico. En aquella agreste soledad podrá mi amigo, sentado en confortable sillón Morris, oír las óperas y los conciertos de Nueva York, las cotizaciones de la Bolsa, las noticias mundiales y aún uno que otro S. O. S. (mensajes implorando socorro) de algún buque próximo al naufragio, a la altura del aciago Cabo Hatteras.

     Y prueba la democratización del prodigio el hecho de que la casa y su equipo de radio no costó a mi amigo más de 1,200 dólares...

     No sólo la conquista humana de lo maravilloso ha dejado atrás las novelas de Julio Verne, que fueron en su tiempo atrevidamente proféticas, sino que está por alcanzar las más atrevidas fantasmagorías de Herbert George Wells.

     He aquí una ventana abierta sobre  Marte, por alguien tan autorizado como Charles Steinmetz,  el nuevo Júpiter, es decir, el hombre que produce el rayo a voluntad.

     "Ya no hay razón para que la tierra no pueda hablar con Marte. Los mensajes de radio se mandan ya a diez mil millas, y está dentro de lo posible y lo factible que pueda generarse electricidad suficiente para alcanzar 30 millones de millas, la distancia que nos separa de Marte."

     Cerraremos esta  crónica de prodigios con algo que determinará una imprevista evolución del arte cinematográfico.

     Harry  J. Powers, inventor de la Casa Erlanger, acaba de anunciar públicamente que los espectadores de cualquier teatro de cine podrán oír a los actores del elenco hablando sus papeles, mientras se desarrolla la película. Los actores se reunirán en una estación central irradiadora, las máquinas de proyección en todos los teatros serán sincronizadas y los actores mientras ven la cinta en la estación central dirán sus papeles, que serán transmitidos a los teatros y allí amplificados.

     Pero, sin embargo, el cine con literatura proyectada privará sobre el parlante, porque de otro modo los actores, para universalizarse, tendrían que hablar todos los idiomas de la tierra.
 

         José Juan Tablada.
 
Nueva York, abril, 1922.
 
 

Excélsior, año VI, tomo II (1852), 12 abr. 1922, 1ª secc.: [3], 10.
 
 


 Índice Home