¡Oh dilecto maestro Hiroshigué!...
he aquí que peregrinando contigo por el Tokaido tan amado, muy antes
de llegar a la estación suprema, a la Kioto ideal velada por inciensos
teologales, me es preciso dejar tu augusta sombra, en medio del camino,
en una nocturna encrucijada, brúscamente y a mi pesar!... Y esto sucede
cuando para proseguir el viaje, había repuesto en las alforjas los
Kibi
dango de blanca harina y vuelto a llenar el calabazo en la "Cascada-de-los-dulces-sonidos!"
De pronto se ha erguido
frente a mí, inesperadamente, aquella barrera de los Montes de Osaka,61
donde junto al templo erigido al Poeta Semi Maru se leen aquellos sus versos
melancólicos: