HIROSHIGUÉ 
90

sobre la amarga espuma que rompe en los farallones, tiernas y suaves flores de cerezo; rabias procelosas arrojan a las gaviotas moribundas hasta la intrincada espesura de las cimas arbóreas, y bajo las sombras nocturnas, entre la inquietante promiscuidad de mar y tierra, el peregrino alucinado no sabe discernir en su pavor si las luciérnagas del bosque son agoreros fuegos de San Telmo en mástiles navales, si la grama que ondea al viento nocturno es marea que avanza a su encuentro, si resuena el bosque o muge el océano, pues sombra y misterio identifican vaivenes y rumores de hojas y de olas...
    Desde Shinagava en los suburbios de Yedo, hasta Otzu a extramuros de Kioto, el Tokaido es no sólo extenso panorama y variado escenario, sino pululante exposición de tipos y costumbres. Es la Naturaleza y es la vida; es el Teatro, pero es también la Comedia... 

    En el Japón feudal, místico y guerrero, fue el Tokaido un extenso campo de parada que de la ciudad aristocrática y religiosa, Kioto, a las ciudadelas y shiros shiogunales de Yedo y Kamakura, hizo desfilar durante siete siglos los más brillantes y suntuosos cortejos de daimios y capitanes, de samurayes y de bonzos, en procesiones unciosas y bizarros tropeles, que a la vera de la gran ruta, y a través de las persianas discretas de las posadas, miraban pasar con respetuoso recogimiento, el temor y la devoción populares.
    Entre peregrinaciones sagradas, cortejos nobiliarios y desfiles militares; entre las sendas emba-
 
 
 
 
 


 
Portada de Hiroshigué
Atrás Índice de los capítulos Adelante