Hacia el año de 1825,
el maestro Hiroshigué pintó peces y pájaros...
Para estudiar las estampas
que poseo de ese género, las he colocado a lo largo de una vitrina
que corre en toda la longitud de un muro de la biblioteca japonesa y en
estos momentos, cercanos al crepúsculo, soy testigo de un milagro
de arte.
La larga vitrina, con sus
cristales dorados por la luz vesperal, se ha convertido en un aquarium,
y dentro de ella los matizados peces de Hiroshigué parecen nadar
ágiles y palpitantes como en las aguas de un vivero!
Un gran pez azul y plateado
avanza diagonalmente, y diríase que palpitan sus opérculos
y se pliegan en el veloz impulso las membranas de sus aletas. Otra estampa,
muestra, en aguas de tierno verdor, albo cardumen en rauda fila; más
allá una pareja de camarones verdegris, deja flotar sus filiformes
tentáculos, junto a sendos peces azul glasé de cuyas bocas
entreabiertas parecen escaparse azogados glóbulos de aire...
El genio del pintor vivificó
esas imágenes, y el cristal de la vitrina, tornasolado con acuáticos
moarés por la semiluz vesperal, las envuelve en la apariencia del
fluido nativo... La ilusión es tan perfecta, que los ojos anulares
de los peces fingen brillos de topacios y ópalos, y los dorsos escamados
y