HIROSHIGUÉ
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tandarte parecido a los pantli o banderas aztecas, que verticalmente cruza toda la estampa, pregona con sus ideogramas la fiesta en loor de los sumi yoshi o genios navales. Por el verde estero avanza hacia el mar azul, un compacto tropel de fieles, llevando en andas la dorada capilla de los númenes.
   Con esos aspectos de la ciudad en fiesta, alternan los de su vida normal. Éstos nos muestran una calle rústica, con casas que dominan sauces y una torre de incendio y que cruzan bandas de telas gualdas y purpúreas; es la tintorería famosa de la calle Bakuro.
   Luego un aspecto de la isla Mikaua, en extramuros, verdadera campiña de Jauja, matizada de rosicler en el horizonte, de lapizlázuli en el agua, de esmeralda y oro en el sembradío, sobre la cual vuela una enorme garza, mientras abajo otra abre el pico, crotorando...
   Al borde de la presa de Akasaka, avanza la vanguardia de un cortejo de daimio. Junto al valle otoñal de Meguro, mírase la celebrada Casa de té del Viejo. Una estampa toda gris, figura al borde marino, en bermeja faja, los corredores del templo de Minato. En paisaje nocturno, bajo luna menguante que cruza un bando de aves migratorias, se ve el dique de Nihon y las barracas sobre el terraplén, que a través de la lóbrega campiña, lleva al Shin Yoshivara, cuyas farolas, en el lejano horizonte, fingen el tramonto de una estrella.
   El "Estanque del Misterio", Shinobazu no iké, abre en el parque de Ueno, sus lotos que inspiraron a los poetas de la Antología nipona, y cierran
 
 
 
 
 


 
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