HIROSHIGUÉ
20

al mirar a los hombres fascinados tras de sus huellas, en la razón de los viejos proverbios: "Un cabello de una cortesana puede detener a un elefante"... "Con el silbato tallado en el sueco de una gueisha, puede atraerse a un siervo en celo."
    Pero no la siguió, dejando que el cortejo se alejara... Rompía la hora del Tigre, la hora tempranera, en que las brumas del río Sumida, teñidas de rosa por la luz del alba, se enredan en las ramas desnudas de los cerezos de Mukoshima, fingiendo una precoz y sonrosada floración... Era la hora del alba, en que sobre la tierra invisible y el cielo gris, el cono de nieve del Fuziyama parece flotar, suspendido como el abanico de plata de algún Dios. Era la hora del Tigre, negra y amarilla, entre la sombra nocturna que se disipa y el oro del Oriente que principia a lucir...
    El hombre del estandarte permaneció inmóvil, hasta que sobre las veredas de los arrozales, surcados por los rumorosos vuelos de las garzas, se perdió el cortejo de la cortesana rumbo al vecino Yoshivara, cuyas farolas palidecían entre el fulgor del amanecer.
    Contempló largamente el divino panorama tendido ante sus ojos y luego, como inspirado, con pincel febril, sobre un papel que palpitaba al viento matinal como las alas de las garzas, se puso a dibujar.
    Aquel hombre era Ando Tokubei, el mismo que más tarde sería el paisajista ilustre conocido con el nombre de Ychiriusai Hiroshigué...
 
 



 
 

 
Portada de Hiroshigué
Atrás Índice de los capítulos Adelante