JOSÉ JUAN TABLADA
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de un daimio de donde salía, pretendiendo llegar hasta el Yoshivara, para poner a salvo su guardarropa y su tesoro. No queriendo ser reconocida y teniendo que salir de la litera, recurrió al expediente de cubrirse el rostro con una de las máscaras que acabara de servirle para sus fantásticas danzas profesionales.
    Los hikeshi y las meninas reían ya del repentino espanto.
    Aquéllos dijeron a la gueisha:
    —Muéstranos el rostro y pasarás.
    La gueisha se resistió, pero al cabo tuvo que ceder; con sus blancas manos infantiles desató la horrible máscara descarnada y, al fulgor de una linterna, mostró su faz divina, blanca y rosa; de rasgados ojos negros; de labios carnosos, pintados de oro y carmín como el terso botón de una peonía.
     Los hikeshi cautivados, reconociendo en la recatada gueisha a la célebre "Ponta", le abrieron paso y le formaron cortejo, siguiéndola, como fascinados... Ya el incendio estaba vencido. Conforme iban abandonando sus puestos, los hikeshi se incorporaban al cortejo que marchaba por Kita machi hacia el Yoshivara.
     Entre ellos descendió también el hombre del estandarte que traía, en prueba de sus heroicas hazañas, el rostro atezado y fuliginoso, y los flecos de su matoi chamuscados por las llamas. Todos lo felicitaban por su bravura; la gueisha le sonrió lánguidamente, deteniendo un instante, para mirarlo, su marcha perfumada y cimbradora sobre los altos zuecos.
      Pero él no siguió a la gueisha. Pensó quizá
 
 
 
 
 


 
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