DIVAGACIONES




En las raras siestas de farniente, en las escasas treguas que concede de tarde en tarde la lucha por la vida, me entrego a mil faenas exquisitas para mi espíritu de bibeloter y de enamorado del arte. Ya es la aplicación del ácido oxálico sobre la mancha amarillenta que apareció en el margen de un libro amado que por arcaico merecía ser incunable; ya es la preparación del pegamento para restaurar una compotera deplorablemente rota, de Talavera de la Reina; ya es la renovación de la naftalina que preserva de los destructores lepidópteros el arcón lleno de viejas telas; ya la fabricación de un diafragma para montar un grabado o bien el simple registro en el catálogo de un bibelot adquirido en un instante de vena. Pero entre tanta divagación refinada, entre tanta voluptuosa tarea, no hay para mí ninguna como abrir junto a la ventana llena de rubia claridad occidental el viejo cofre de negra laca, uno de esos cofres que antaño arrojaba a nuestras playas la feérica y prodigiosa Nao de China, cuyos periódicos arribos recuerdan a nuestras abuelas mezclándolos en su memoria vacilante con portentosos episodios de cuentos de hadas –y abierto el viejo cofre lleno de un perfume exótico y avejentado, extraer de él los volúmenes que integran mi naciente colección de libros japoneses. Surge al principio un gran álbum lleno de gesticulantes guerreros de la epopeya nipona, samouraïs que pelearon en las seculares guerras feudales, daímios en traje de parada con armaduras de sombrío pavón y repujadas de oro, con borceguíes de piel de oro y cascos coronados de antenas y férreos abanicos de combate y arcos de gigantes sagitarios y carcajes plenos de voladoras saetas; vienen luego esbeltas princesas arrobadas en la contemplación de las flores del cerezo o siguiendo en el acuarium de Incari la evolución de una flotilla de peces encarnados. Y vienen luego las voluptuosas huéspedes de las Casas verdes, las cortesanas del Yosiwara que se reconocen y distinguen por el lazo del obí anudado hacia adelante y por la multitud de fistoles y fíbulas de carey que sostienen su aparatoso peinado. –Y es una seductora policromía y una maravillosa suntuosidad la de esos trajes! Terciopelos recamados de oro, sedas y satines tramados de plata; albos tisús bordados con tiernísimas sedas; regias pompas y vaguedades de ensueño y transparencias nebulosas y acuáticos muarés! La mayor parte de las planchas de ese álbum están ennoblecidas con el pico del Fusiyama sobre la hoja de viña, marca de Tzutaya-Juzaburo, el célebre editor del siglo XVIII, y están firmados por nombres de artistas tan ilustres como Jeisén, Jeisán, Tokugawa, Toyokumi, etc., etc.
     Vienen luego los estudios de Kono-Bai-Rei, el gran pintor animalista. Desde las torvas aves de presa: azores y milanos, hasta los trepadores: tucanes y aras opulentas; desde las eróticas palomas y los gorriones bohemios hasta las aves marinas que aman la tempestad, hasta los belicosos gallos de Yokohama, hasta los grisáceos y membranosos murciélagos, ingenuamente considerados como aves, toda la fauna ornitológica está ahí con sus acurrucamientos y sus agilidades, con sus saltitos elásticos sobre el césped y sus vuelos a ala tendida hacia el azul!
     Me encuentro después con un Kibioski, pequeño libro amarillo y popular que viene a ser algo como la estampería d'Epinal de Francia y los canallescos libelos de Vanegas Arroyo entre nosotros... En las minúsculas páginas y casi al azar están fijados los asuntos más heterogéneos; hay panneaux con paisajes; cascadas que caen verticalmente desde altísimas rocas; hay caseríos enmedio de bosques de cedros; hay estudios de garzas tan simplificados de factura que son casi un esquema; hay representaciones de dioses y guerreros de la leyenda japonesa; hay primores de composición llenos de simplicidad y cuyo valor consiste sólo en la verdad y en el efecto sorprendente: un caracol que escala el tallo de un bambú; un ratón que intenta roer una almeja; un abanico sobre un libro, etc., etc.
     Entre esos libros ocupan un lugar distinguido las ediciones de autores europeos y americanos hechas en el Japón. Ahí están las fábulas de Florián y las de Lafontaine.
     Estas últimas hechas en la imprenta de Ttsoutidji y dirigidas por el japonés S. Magata y por el francés P. Barboutan, son un triunfo de bibliofilismo. –Entre los ilustradores tiene el primer lugar sin duda Kadjita-Han-Ko, discípulo del inmortal Yosaï. Por una gran llanura de nieve va la cigarra con los sonoros élitros raídos y en la ventana de una cabaña japonesa, por cuya puerta entreabierta se ve el orden y el confort, asoma la desdeñosa hormiga cubierta con un traje de suaves y calientes telas. Aparte de la elegancia y de la maestría de la ejecución, hay una deliciosa, una conmovedora naiveté en la preciosa estampa. –Admíranse en seguida La encina y la caña; El zorro y las uvas; El zorro y la cigüeña; El sol y las ranas, creaciones todas del admirable Han-Ko, que es sin duda uno de los grandes pintores con que cuenta el Japón contemporáneo.
     De la misma índole que los anteriores son los volúmenes que actualmente está publicando en Tokio la imprenta Kobunska y que integran la serie intitulada Japonese [sic] Vavay Tales. Los que van publicados son, entre otros: The Old Man and the Devil, The Fisher Boy Urashima y The Matruyama Mirror, habiendo este último merecido los honores de ser traducido al castellano por Don Juan Valera.
     Tienen estos admirables libritos la forma de los Kibioski, pero su calidad es muy superior, pues están tirados en papel de crêpe de arroz con la finura y la suavidad con que los japoneses tiran sus surimonos y sus tarjetas de thé. Tengo abierto frente a mí uno de esos volúmenes más bellos y más delicados que todos los Elzevires, los Plantin y los Aldos occidentales.
     Después de haber soltado a la tortuga que cayó en sus redes, el pescador Urashima se aduerme reclinado en una de las bordas de su esquife. Y sobre las ondas ligeramente rizadas aparece el hada del mar... Qué finura en el dibujo, donde los perfiles tienen la tenuidad de un cabello y la seguridad que sólo luce el pincel cuando está animada por la mano de un maestro! ¡Qué frescura y qué harmonía en el colorido, en donde las tintas tienen la leve suavidad luminosa que dejarían sobre el papel los reflejos de las piedras preciosas!...
     Cierro el libro ahogando mi entusiasmo, estremecido por una honda y pura emoción de estética y por un ampo del cielo color de topacio que dejan ver los umbríos follajes de los cedros, me parece que desafían en triunfal teoría luminosa los magos pintores japoneses Okusai, el pintor panteísta, "el viejo loco del dibujo", Hiroshigué, el divino paisajista, Utamaro, el amoroso pintor de la Mujer, y Yosaï, el épico pintor de los héroes!...

México, 1900
José Juan Tablada

 

Revista Moderna, 2ª quincena de marzo de 1900, pp. 82-83.