NUEVA YORK DE DÍA Y DE NOCHE
México se revela.- ¿Industriales o artistas?.- Pecados antiguos.- El arte salvador.- El arte y la Revolución.- México en Nueva York.- ¿Suicidio o apoteosis?

México se revela

Desde que México fue conocido y conquistado, lo que es hoy nuestra patria, no era a los ojos del mundo sino un vasto recipiente de oro y plata que excitó la codicia desde Colón y Hernán Cortés hasta los más modernos gambusinos. Más tarde otras riquezas naturales, frutos y maderas preciosas, se añadieron al catálogo de nuestro tesoro y más tarde aún el petróleo aciago vino a colmar nuestras riquezas y nuestras tribulaciones.

     Pero repleto de oro y plata, diademado por las perlas del Golfo de California, perfumado por el tabaco veracruzano, el cacao de Soconusco, la vainilla de las Huastecas y anegado en petróleo, México no era sino un repositorio de riqueza, un almacén de bienes codiciados, la tesorería mundial, the Treasure House para el mundo, aunque a la sombra de la Doctrina Monroe3...

     Eso era México, pero y los mexicanos?...

     Los mexicanos no éramos nada para quienes aquilataban las riquezas de nuestro territorio... mejor dicho, sí éramos algo aunque enteramente negativo y adverso, éramos el único obstáculo interpuesto entre esas vertiginosas riquezas y la avidez de quienes las codiciaban!

     Lo cual era ser bien poco... Pero allí están todos los libros de los viajeros que nos han visitado durante un siglo y cuyo interés concentrado en las riquezas de México, o desdeña o escarnece a los mexicanos. Humboldt,4 madame Calderón de la Barca,5 Luciano Blart6 y algún otro, son excepciones que confirman la regla.

¿Industriales o artistas?

     De ese peligroso apoteosis de nuestras riquezas naturales, de esa exaltación del México material y de esa despectiva ignorancia de nosotros y de nuestro espíritu, los mismos mexicanos tuvimos en gran parte la culpa.

     En la época de Porfirio Díaz, único gobierno organizado que pudo desarrollar un plan, aquél se preocupó más de civilización que de cultura, más de cosas materiales que de empresas espirituales, más de reproducción que de creación. Ferrocarriles, fábricas, industrialismo. Orizaba compitiendo con Manchester y Monterrey parodiando a Pittsburgh... Para todo ello el espíritu y toda nuestra exquisita tradición, la de dos culturas admirables, la indígena y la colonial, eran un estorbo de que había que abdicar. El artista debía convertirse en obrero fabril, el ceramista tapatío o el lacador michoacano debían colocar durmientes en las carrileras o aceitar máquinas o arrojar carbón a las calderas...

     Toda una dolorosa desviación de nuestras facultades naturales, hacia algo artificioso y forzado que repugnaba a nuestro instinto y contrariaba nuestras boyantes vocaciones, llenando a todos de pesadumbre y de amargura recóndita.

     Y ese estupro espiritual, esa violencia al noble instinto racial para encontrar a la postre que nuestros productos forzados jamás competirían con los extranjeros, que carecíamos de las dos fuerzas indispensables a la civilización reproductora, el capital, la sangre y las universidades, cerebros de las fábricas... El industrialismo criollo no sólo estaba derrotado, era un vacuo engendro, acéfalo y sin fuerza vital... Un fantasma sin sangre y sin cabeza!

Pecados antiguos

     El espíritu y su manifestación estética eran ignorados sistemáticamente y en cambio reinaba el intelecto seco y destarado. En academias y redacciones de periódicos ser poeta o artista, tener noción y sentido de la belleza era un oprobio, y quienes padecíamos de esos achaques teníamos que disimularlos como una tara física...

     En vano el ilustre Gutiérrez Nájera, que hizo más periodismo y más vivaz y útil que muchos profesionales, solía decir:

     -El poeta es un hombre capaz de hacer todo lo que hacen los otros y que además escribe versos!...

     El editorialista intrínseco le respondía desdeñoso:

     -Pero si Spencer dijo que "el arte es la flor de las sociedades" y no tenemos ni raíces!

     Todos olvidaban que ya la planta social, arraigada en los siglos, había florecido y qué flores -pirámides indígenas y catedrales coloniales- y Reyes Spíndola7 nos decía a algunos que trabajábamos con él:

     -En mis periódicos, estos poetas son como la música del batallón!

     El mismo don Justo Sierra solía designar con el nombre de "La Pajarera" al grupo de poetas que él había llevado a la Subsecretaría de Educación, todos ilustres hoy: Luis Urbina,8 Rafael López,9 Nervo, Argüelles Bringas,10 Rubén Campos,11 Manuelito de la Parra,12 Abel Salazar13...

     Todo lo cual prueba que en aquellas épocas, poesía y arte eran flores de invernadero, que los artistas eran tolerados, tan decorativos como los pájaros o las bandas de música. Eran parias sin status social, sin función en la colectividad y el arte algo superfluo, la flor spenceriana, en el ojal de un pueblo en "pose" de snob industrial...

El arte salvador

     Quien hubiera dicho entonces que el arte habría de transformarse en la fuerza más eficaz y poderosa, más decisiva y más vital para el bienestar de México, habría incurrido en el anatema "científico"... Quien hubiera asegurado que ese arte, considerado a la sazón como patraña sin importancia, habría de ser el más puro y el más indiscutible valor en nuestra cooperación con los Estados Unidos, habría provocado el escándalo y hubiera sido víctima del escarnio!

     Y, sin embargo, ese fenómeno inevitable, previsto desde hace tiempo por quien esto escribe y por personas no sólo inteligentes, sino capaces de acción, como los señores Alberto Pani,14 Aarón Sáenz,15 Genaro Estrada, es hoy un hecho que me es grato anunciar como el más reconfortante evangelio y que está a punto de realizarse en hechos, pues ya se está gestando con vitalidad incontrastable en el fecundo seno de este pueblo poderoso, adonde las ideas se transforman rápidamente en hechos vivos.

     Ya, por fin, no se habla sólo de México como de la Treasure House llena de riquezas materiales, sino que dejando aquilatar éstas a la minoría de Wall Street, el pueblo americano contempla por fin al mexicano y descubriendo en él poderosas virtudes de creador de belleza, lo invita a cooperar en su cultura, ofreciéndoles los beneficios que de una y otra parte implica toda cooperación!

El arte y la Revolución

     Pero antes de concluir, obedezcamos al precepto cristiano, dando "a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César"...

     Lo de Dios, como cosa espiritual, pertenece al pueblo mexicano, cuyas virtudes artísticas lo han hecho acreedor a la admiración y a la solidaridad que esta gran nación le brinda, y lo del César corresponde al gobierno de la Revolución que incluyó en su programa el reconocimiento y la exaltación de las virtudes del pueblo de México. Como hechos derivados de ese fecundo y noble reconocimiento citaré algunos episodios, causas del magno fenómeno social que hoy se produce.

     Durante el gobierno obregonista, dos de sus secretarios los señores Alessio Robles16 y Vasconcelos, llevaron a cabo sendas obras fecundas, la del primero consistió en una exposición de nuestras artes industriales que ofreció a esta nación una brillante prueba del poder de nuestras artes aplicadas y la del segundo causó el Renacimiento de la pintura mexicana, cuando una pléyade de artistas, encabezada por José Clemente Orozco y Diego Rivera decoró los edificios públicos, demostrando al mundo que en nuestros pintores latía una fuerza equiparable a la del cinquecento italiano. Bajo el actual gobierno17 se continuó esa obra de resonancia mundial y, además, el secretario doctor Puig, hizo posible la educación pictórica de esos niños que, guiados por Ramos Martínez, demuestran hasta qué punto es congénito y general el "ímpetu estético" de nuestro pueblo.

México en Nueva York

     Simultáneamente, con esos episodios se producían otros que han tenido asimismo formidable influencia en el reconocimiento de nuestras facultades creadoras. En el primero, la llegada a Nueva York de Miguel Covarrubias, ya famoso y consagrado, tuvieron decisiva influencia los señores Pani, Sáenz y Genaro Estrada, al pensionarlo para que se diera a conocer en este centro mundial. Hízose posible la venida a esta ciudad de los artistas, Luis Hidalgo,  que acaba de confirmar su peregrino talento en brillante exposición de la Quinta Avenida, y Matías Santoyo, que corresponde plenamente al interés con que lo impulsara la Universidad de México. Ambos artistas unieron a la excepcional labor de Covarrubias los prestigios de sus propios trabajos.

     La publicación del libro sobre Creative Design de Adolfo Best Maugard, de gran éxito editorial, reveló a este pueblo parte de nuestra estética y de la filosofía que preside a las artes populares, exponiéndola en sutiles análisis y felices síntesis, y la fuerte, interesante y bien orientada labor que el pintor Rufino Tamayo18 desarrolla actualmente, redunda en prestigio del arte patrio. Otros jóvenes artistas, Amero,19 Benhur Baz,20 Xavier Peña y Rivero, contribuyen también a ese prestigio que está a punto de fructificar en beneficio de la nación toda.

     De manera que, como se ve, por primera vez en nuestra historia el gobierno y los artistas nacionales parecen haber obrado de una manera armoniosa, cuyos enormes resultados van a verse y a sentirse en breve. Todo lo cual demuestra que el cultivo de la belleza no es una actividad inoportuna y redundante como erróneamente se creyera, sino una función útil en lo moral y en lo material y susceptible de incorporarse orgánicamente en la vida de un pueblo como una de sus más vitales funciones.

¿Suicidio o apoteosis?

     No ha mucho, en estas mismas columnas, escribí lo siguiente: Por una parte estamos nosotros, un pueblo abundante en manifestaciones de belleza, en puros productos estéticos, pero sin mercado que los consuma... y por otra parte está esta nación colmada de riquezas para satisfacer el más leve de sus caprichos y retribuir nuestros productos de arte en todas las formas posibles, desde el máximo proyecto arquitectónico hasta el más trivial objeto... Jamás la ley de oferta y demanda nos presentó ocasión más propicia para afirmar nuestra capacidad espiritual y para... enriquecernos.

     Frente al movimiento de que he venido hablando y que pronto se manifestará de modo concreto y práctico, invitando a nuestros artistas y productores de arte aplicado a una gran exposición que aquí se celebrará, todos los mexicanos estamos en el deber de cooperar activamente, ya que no sólo se trata de un oportuno beneficio económico, sino del reconocimiento tardío pero entusiasta del valor espiritual de los mexicanos y de su fuerza creadora, única en el continente...

     Rehusarse a colaborar en esta empresa, por pesimismos, rivalidades o negligencias, sería un caso monstruoso de impotencia destructiva o de perversidad absurda, fatal sólo para sus actores...

     Y no sería concebible que entre el apoteosis que glorifica y el suicidio que anonada, optáramos por este último!

         José Juan Tablada.
 
 

El Universal, año XII, tomo XLVI (4085), 01 ene. 1928, 1a secc.: 3.
 
 
 


 Índice Home